Planet Cube: Edge, lo nuevo del equipo costarricense de Sunna Entertainment, se define como un plataformas de precisión y de alta velocidad repleto de enemigos y peligros, cargado de mecánicas de run-and-gun. Desde luego, el juego logra lo que se propone en este sentido: cada pantalla es un puzle en sí mismo, una serie de elementos dispuestos en pantalla que debemos estudiar con calma y sin confiar demasiado en la improvisación, un escenario cargado de trampas que normalmente solo se podrá superar de una forma determinada y con plena atención a cada disparo que lanzamos o píxel que tocamos, porque cualquier pequeño impacto en nuestro personaje supondrá la muerte y reinicio del reto que tengamos ante nosotros. Bajo esta premisa, parece lógico hacerse una pregunta: ¿cómo lidia con la frustración?
Está claro que Celeste sirve como un gran ejemplo de cara a abordar esta situación: aunque el reto es elevado y cualquier error nos obliga a repetir, la penalización ni siquiera se siente como tal después de ver que, efectivamente, la rapidez de cada uno de sus retos permitirá que reaparezcamos muy cerca del lugar de nuestra muerte para evitar un sentimiento de fracaso después de haber perdido parte de nuestro progreso. La obra de Sunna bebe mucho de esta filosofía al presentarnos Planet Cube, un mundo que está siendo invadido por una malvada fuerza invasora cuyo origen e intenciones no están del todo claras. A los mandos de Edge, la idea será encontrar las distintas piezas de su nave mientras atravesamos las ocho fases del juego, cada una con la idea de presentarnos una nueva de sus interesantes mecánicas. Efectivamente, el título editado por Firestoke está cargado de muchísimas buenas ideas y un puñado de estimulantes pantallas: algunas que exprimen al máximo el ataque hacia abajo en salto, unos pinchos que recorren las plataformas con el giro de aumentar su velocidad cuando estamos sobre ellas, y hasta la posibilidad de utilizar el retroceso de nuestra pistola para llegar un pelín más lejos y alcanzar zonas a las que no podríamos acceder con un simple salto.
Los sistemas de Planet Cube: Edge no son arbitrarios, sino precisos, pensados y explorados con mucho oficio, un buen hacer que brilla especialmente cuando vamos a por los coleccionables opcionales repartidos por el mapa (donde, muchas veces, el reto no está tanto en llegar a ellos, sino en salir con vida después de cogerlos). Cada pequeña pantalla por separado es una gran muestra de diseño y casi cualquiera de ellas se presta para sacar un pequeño clip por su exuberante fluidez y un desafío a la altura, pero si miramos al juego desde más lejos los mimbres de su estructura acaban mostrándose menos sólidos de lo que parece a simple vista. Lo cierto es que es inevitable, sobre todo en su tramo final, que esa enorme satisfacción de avanzar y superar cada nivel se convierta en una monotonía mecánica que cambia ligeramente en su forma, pero que termina presentando prácticamente los mismos retos que los que había un par de pantallas atrás. Por eso mismo, cada una de sus fases se acaba sintiendo cada vez más áspera y, al menos en mi caso, no podía dejar de preguntarme cuándo terminaría para poder ver los primeros niveles de la siguiente, que tienen esa frescura que no pueden sostener a lo largo de todo el juego.
A pesar de que el resultado no es redondo y que algunos de sus problemas terminan mitigándose gracias a lo suave y amable de su apartado visual, lo cierto es que sale con facilidad quedarse con la enorme satisfacción de su game feel y el genial diseño de la mayoría de sus pantallas. Planet Cube: Edge confía demasiado en sus virtudes y les vuelca una gran responsabilidad, aunque no es suficiente para mantener el nivel en el tiempo y peca de redundante, monótona y que termina siendo frustrante. Sin embargo, la gran finura y precisión de cada una de sus pantallas por separado nos permiten ser optimistas al pensar en el juego en particular y en el estudio en general, con un equipo como el de Sunna Entertainment que habrá que seguir con atención.
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Les seguiremos la pista entonces, ¡gracias por el curro, don Óscar!