Análisis de Pokémon Mundo Misterioso: Portales al infinito

Si tenemos en cuenta que los juegos de la serie principal ya tratan en gran parte de crawlear por dungeons, no resulta para nada raro que Nintendo quisiera darle un empujón hacia ese lado cuando surgieron estos spin-offs de Pokémon titulados Mundo Misterioso. Esta tercera entrega que se lanza ahora, Portales al infinito, continúa con la tradición: mazmorras aleatorias, combate por turnos en el que los enemigos sólo se mueven si lo hacemos nosotros antes y, claro, el papel protagonista de los pokémon, aquí independientes de los humanos que los cuidan y entrenan y con sus propias ambiciones e intrigas.

Más allá de las excusas vagas y moderadamente increíbles con las que el juego justifica la aleatoriedad de las cavernas que hay en el mundo y el porqué de que seamos un pokémon, el desarrollo del juego sigue un cierto manual que no falla en casi ninguna ocasión, abriéndonos posibilidades a medida que vamos descubriendo ciertos usos y costumbres del mundo, el combate y las relaciones entre los pokémon que forman nuestro grupo de exploración. Siempre sentimos que tenemos algo que hacer, algo nuevo por descubrir y alguna misión importante que completar; se cuida mucho de entorpecer el avance los jugadores emborronando los objetivos que tenemos a la vista, y de ahí surge el irremediable tirón de las primeras horas, que además se apoyan en un audiovisual abrumadoramente colorido: los modelos de los bichos son geniales, visualmente está creado con la fórmula matemática de lo cuqui.

Pronto empieza a hacernos falta más, pero ese más nunca llega. El público al que se dirige este Mundo Misterioso es evidentemente infantil, y quizá de ahí la parsimonia de los diálogos y todo lo relativo a la historia y la confianza excesiva en mecánicas de juego demasiado repetitivas. Lo primero es un problema grave: no se pueden saltar las cinemáticas ni acelerar la velocidad a la que avanza el texto, y os aseguro que va especialmente rápido; una sesión de juego particularmente centrada en avanzar en la (no demasiado estimulante) historia de nuestros aventureros pokémones puede incluir un porcentaje tan alto de conversaciones que apenas recordemos cómo ha sido lo que hemos jugado.

Es quizá en la parte de dungeon crawling donde más pica, no obstante, la simplificación y el afán por la accesibilidad de Mundo Misterioso. No tengo nada en contra de hacer que un juego sea lo menos hostil para el jugador que sea posible, pero igual sí: el énfasis en Mundo Misterioso debería estar en la exploración de las mazmorras, en el reto que ofrecen los combates, en la obtención de recursos y la buena gestión del inventario; al final simplemente es avanzar, automatizando por el camino un porcentaje elevadísimo de nuestras acciones (a veces parece querer ser un beat ‘em up, casi, pero no le sale), hasta que nos damos de bruces con secciones tan difíciles que no estamos preparados para ellas, porque nadie nos ha encaminado hacia eso. No es frustrante, porque son siempre zonas opcionales: simplemente no es divertido.

Se suele decir lo de «caballo grande, ande o no ande», pero Pokémon Mundo Misterioso: Portales al infinito es caballo grande y sólo anda a veces, anda cuando no nos lo esperamos, no anda cuando queremos que lo haga; su cantidad de contenido es enorme y algunos de sus extras son interesantes, pero hace falta poner demasiado de nuestra parte para que sintamos que estamos dedicando el tiempo a algo que merece la pena. Portales al infinito prueba que hay cosas que no pueden gustar a un público tan masivo como el de Pokémon, porque para ello hay que quitar ciertas piezas sin las que el mecanismo no funciona. [4]