Análisis de Postal III

Chiquito de la Calzada es, junto a Friedrich Nietzsche, Quim Monzó, David Foster Wallace y Mike “The Situation”, uno de esos hombres de bien cuya influencia me ha ayudado a entender los mecanismos del loco mundo que me rodea. El menudo cómico malagueño era todo un maestro, un tótem andante y saltarín del estilo como principio y final de toda su obra, pero no nos engañemos: la mayoría de sus chistes eran terribles. La prueba es que si uno los contaba en castellano y no en chiquitistaní no se reía ni ese churretoso primo del pueblo que dejó el colegio a los 13 y basaba su alimentación en el moco. Chiquito contaba chistes malos y les imbuía gracia con su imprevisible lenguaje corporal, con su vocabulario delirante y sus arranques por bulerías. Y le iba bien. Postal 2 hacía lo mismo: sobre una mecánica de juego atroz plantaba una ciudad entera que explorar, dándonos cientos de posibilidades de hacer el cafre, de decapitar a vecinos y dar patadas a sus cabezas cercenadas, o golpearlas con una pala en una desquiciada parodia golfística; prender fuego a cualquiera o mearle en la cara se convertían en actividades de las que uno nunca se cansaba. A eso le añadíamos un sentido del humor más negro que los sobacos de Wesley Snipes y teníamos exactamente lo que hacía Chiquito: un mal chiste con el que te partías de risa. De esa gracia, esos meneos, esas pataditas, esos “jarl” y esos “te vi a matá en agosto” en Postal III solo quedan algunos tristes vestigios pochos, malformados y pidiendo que tengas piedad y les mates ya. A algunos la espera se nos ha hecho eterna, y lo irónico es que ahora que lo tenemos entre nosotros desearíamos que jamás se hubiese anunciado. Joder, no sé ni por donde empezar. El juego es malo. Muy malo. Espantoso. Es lo peor que he jugado en mucho tiempo y, creed esto que os digo, niños, he jugado mierdas que os harían encerraros en el armario y llorar como niñitas contra el anorak de papá. Nos propone cumplir algunas misiones como recoger los kleenex usados de un sexshop, asustar a las integrantes de una asociación de feministas, atrapar gatos con SIDA, golpear a unos homosexuales alborotadores en segways, proteger a una actriz porno de un grupo antiporno o cargarse a un pelotón de talibanes y a otro de ecoterroristas liderados por Al Gore. Suena todo fantástico, lo sé, pero en la práctica os aseguro que no lo es. Todo se reduce a recolectar objetos o eliminar enemigos con unos controles muy por debajo de lo que deberían ser lo legalmente permitido. Al finalizar una misión, nos tragamos una bochornosa cinématica, un par de minutos bien buenos de carga y a cumplir otra misión para terminar del mismo modo. Nos sitúan en lugares y contextos al azar y ni siquiera hay un mínimo de cohesión en la historia del Dude; simplemente rebotamos de escenario en escenario, todos ellos cerrados y bastante pequeños, sin ningún sentido, en trayectoria browniana y a merced de los antojos de unos guionistas que solo se han preocupado de pensar chascarrillos políticos del todo previsibles, meterlos en su Baticao de retrasadicos con batitas y el pelo mojado en Nenuco, y servirlos con un desánimo y una carencia de chispa del todo deprimentes. Sale gente como Ron Jeremy, Sarah Palin, el mencionado Al Gore, César Millán, Uwe Boll o Bin Laden, pero a juzgar por sus frases uno tiene la sensación de estar viendo a esa enigmática gentecilla que se disfraza de dibujos animados en los parques temáticos, ese Pluto que te hace un high five y se hace fotos con los críos. Solo que en lugar de repartir alegría, propaga la vegüenza y recita frases con la misma lucidez y mimetismo que Federico de Juan, el lamentable imitador de Intereconomía. Y tú… tú te quieres morir. El apartado técnico es mejor que el de su antecesor, entre otras cosas porque han pasado casi nueve putos años y corre sobre Source, pero sigue a la cabeza de lo más cutre que vais a ver en esta generación a pesar de que haya cierto ánimo detallista en algunas zonas, como una tienda de videojuegos con cajas de algo llamado Beers of War o la estantería de juguetes del sexshop, que es todo un museo de la gloria. Dejando eso de lado, se producen errores gráficos continuamente, el sonido está a menudo desincronizado y las cutscenes no es que sean malas, es que son un acto terrorista. Si hay algún mueble que se pueda salvar de la riada de mierda ese es, qué menos, la originalidad de las armas. Y aun así tampoco es como para rasgarse las vestiduras: una máquina de pedos que hace a la gente desvanecerse, un tejón con asas que destripa a los enemigos, algunos panales de abejas… Ideas creativas pero no demasiado inspiradas que, para más inri usaremos bien poco si queremos sobrevivir a las huestes de vagabundos, rameras, hippies, talibanes u hosteleros chino-mexicanos que vendrán con rifles M16, escopetas y ametralladoras. Ni siquiera se les ha ocurrido potenciar lo poco disfrutable. Ni ahí han acertado. Habría sido muy sencillo mantener la estructura sandbox de Postal 2 y permitirnos hacer el sociópata a nuestro antojo. Hasta le habríamos perdonado que reciclara la misma ciudad un poco ampliada o que se haya pasado de la vista en primera persona a la tercera, perdiendo esa magia de ser realmente “tú” el que está haciendo vomitar a esa señora o de quien huye aquel sintecho al que acabas de atizar una patada. Nos habríamos conformado con poco, de verdad, pero esto… esto es mucho menos. Postal III es a todas luces un paso de gigante, pero un paso hacia atrás con tropiezo, golpe y hemorragia interna. Un despropósito que no hay por donde cogerlo y un insulto a unos fans que ya de por sí venían predispuestos y con bajas exigencias. No sé cómo Running With Scissors ha tenido el valor de publicar esta cosa, pero si alguno de vosotros estaba pensando en comprarlo espero que sepa muy bien lo que está haciendo. Quizá sería más sensato alquilar una barquita y lanzar vuestro dinero al mar porque Postal III es un juego que deberían regalar con los cereales. Y ni así. [3]