Hay algo muy curioso en Primal Carnage: el juego siempre elige bando por ti. Al principio, tras una seguidilla de logos que no vienen a cuento desfilando al arrancar el juego, una pantalla de menú un poco desastrosa y un sistema de búsqueda de partidas cuanto menos extremadamente básico, uno tiende a pensar que ese hecho es otro indicativo de que estamos ante una chapuza. Luego empiezas a jugar y la verdad se revela grácil y confiada ante tu mirada de aturdimiento: hay un jodido Tiranosaurio Rex, ¿qué clase de gilipollas no elegiría siempre ser un T-Rex? Lo decía Homer Simpson: por muy rico que seas hay algo que tu dinero nunca podrá comprar: un dinosaurio. Quizá sea porque ya no existen, y porque tenemos a mano unos vestigios escalofriantes de su paso por el planeta, el motivo principal que les sitúan como una de las Cosas Que Más Molan. Los tiburones están muy bien y los dragones tienen su aquel, pero solo los perros y quizá algún gato pueden codearse con el gigantesco coloso rugiente de las mil formas y el millón de dientes que es el dinosaurio como Concepto Molón. Por eso uno se pregunta qué ha fallado en esta industria para que nuestros amigos escamados no hayan cobrado mayor protagonismo. ¿Acaso no era divertido el Jurassic Park de Mega Drive? ¿No nos divertimos pegando tiricos en la recreativa de The Lost World? ¿No era Turok la leche? ¿No es Yoshi lo único bueno de Nintendo? Los dinosaurios son la temática más desaprovechada de la historia de nuestro joven, atolondrado y autocomplaciente medio. Y eso se tiene que acabar. Ahora me gustaría seguir este manifiesto que podría titular Dinosaurios, Fuck Yeah! secándome las lágrimas de emoción y diciendo que Primal Carnage es un punto de inflexión, pero no puedo. Y es que el nuevo FPS por equipos de Lukewarm es divertido, es honesto y se sacude de encima los complejos con un descaro encomiable, pero eso no le libra de sus propias limitaciones. Para empezar, no existe ni la más mínima excusa narrativa, por simple que sea, para colocarnos en el escenario ni parece que a sus autores se les haya pasado por la cabeza la idea de justificar esa convivencia inesperada. A los creacionistas igual les parece la cosa más normal del mundo esta batalla entre especies anacrónicas entres sí —al fin y al cabo están acostumbrado a los cuentos de cuna—, pero a mí me habría gustado saber solamente por qué. La idea, no obstante, se sujeta a sí misma bastante bien: cinco clases de humanos con sus distintas armas principales y secundarias y habilidades únicas contra cinco clases de dinosaurios, cada uno con su idiosincrasia carnívora propia y sus recios métodos de echarse algo al buche. El T-Rex, por ejemplo, es una bestia de cinco por diez de enorme resistencia que mata tanto a pisotones como a dentelladas, recuperando salud con cada cazador que nos comemos (la animación es fabulosa, parecida a la de un pájaro inclinándose hacia arriba para tragarse un pez… un pez que grita y dice no mientras le mastican), o el Pteranodon, una bestia alada con la que podemos sobrevolar el mapeado en un santiamén y cuyo principal método es de lo más satisfactorio: sujetar a un humano por los hombros, elevarse por los aires y soltarlo desde las alturas, como un globo de agua en una fiesta de cumpleaños, hacia un inevitable encuentro con el invitado estrella: la muerte. Hay Novasaurios, muy parecidos a los Velocirraptores de Parque Jurásico, que se abalanzan sobre sus víctimas para despedazarlas; Dilophosaurios que ciegan a sus enemigos escupiendo una pasta viscosa; y Carnotaurios, una versión mini del Tiranosaurio que hace unos placajes imparables, un jodido tren de mercancías con patas. El bando humano tampoco anda falto de variedad: escopetas, rifles de francotirador, revólveres a dos manos, armas automáticas y hasta un lanzallamas con una motosierra acoplada son parte del arsenal con el que los exterminadores tratarán de hacer su trabajo. Paralelamente hay ayudas como lanzar bengalas para deslumbrar, lanzar dardos tranquilizantes a los dinosaurios grandes para bajarles la stamina o colocar trampas. El equilibrio parece rondar la perfección, y en un juego con tantas posibilidades no parece fácil conseguirlo. Carece, eso sí, de cualquier tipo de continuidad o progresión, convirtiendo las partidas en una suerte de deporte sin más pretensión que pasar un rato comiéndose a personitas o sobreviviendo en grupo. Porque esa es otra: más allá de lo obvio, no tiene nada que ver jugar en un bando u otro. Como humano, tras unas cuantas muertes instantáneas te das cuenta rápido de que lo mejor es mantener un grupo unido cubriendo todas las direcciones y en una zona despejada si es posible. Eso sí, al respawnear te toca caminar hacia tus compañeros con mucho cuidado de no convertirte en Lacasitos para lagartos, ocultándote entre la vegetación y evitando confrontaciones con los monstruos más grandes. Como dinosaurio, en cambio, la cosa es más caótica y menos coordinada. Puedes beneficiarte los rugidos del Pteranodon, que permiten al resto de saurios localizar el paradero de los humanos, pero en este bando las cosas son más impulsivas y directas. Topar con una pareja de cazadores no es un dos para uno, sino más bien un dos para dentro y un sonoro eructo de satisfacción. La sensación de poder es colosal cuanto controlamos al T-Rex y nos marcamos un paso de claqué sobre un grupo de enemigos: algo así como pisar uvas en la vendimias pero con uvas que, lo habéis adivinado, también gritan y dicen no. Y después de la violencia antropófaga viene la bajona: el apartado técnico cojea por todas partes hasta el punto que a veces el juego parece más un mod que un título autónomo. La interfaz de los menús tiene problemas de fluidez y presentación, y pese a que los escenarios tienen una magnífica distancia de renderizado y la vegetación se mueve bastante acertadamente, hay elementos del mapeado que a menudo parpadean o desaparecen y vuelven a aparecer. La movilidad de los dinosaurios tampoco es óptima y pasa demasiadas veces que uno se queda atascado con árboles y estructuras de una forma algo antinatural cuando controla a un bicho grande. Tampoco el sistema de combate cuerpo a cuerpo de los lagartos (o quizá debería decir boca a cuerpo) parece todo lo refinado que debería y cuesta acostumbrarse a trazar el alcance exacto de cada dentellada, cada zarpazo y cada maniobra de ataque. Todo esto tiene que ver con un problema endémico de Primal Carnage: los saurios se controlan en tercera persona. Esto favorece una mayor conciencia de dónde estamos nosotros y dónde están los enemigos, pero resta inmediatez y precisión al control. Poder elegir, como en todos los ámbitos de la vida, estaría muy bien. Primal Carnage es primitivo en varios los sentidos del término, y sus mecánicas aunque variadas y muy bien equilibradas, parecen vestigios de tiempos pretéritos. La sensación de que es un producto todavía en desarrollo es evidente, y transmite tanto la impresión de que le falta algo más de contenido como de que sin duda Lukewarm está preparándolo para servírnoslo más pronto que tarde. O más les vale que sea así, porque transcurridas las primeras y abundantes horas de diversión poco hecha, fuerte en sabor y empapada de sangre, con solo cinco mapas y sin modo single player va a ser difícil sobrevivir al impacto del meteorito que son las fugas de usuarios y, en efecto, a la extinción. [7]
Redactor
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Muy bien anaitlisis(chiste malo al canto) aunque el juego no pensaba pillármelo, sino que estoy por conseguir el nuevo natural selection. ¿Le haréis una review?
Joder, primera noticia que tengo de este juego. Lo deseo con toda mi alma.
P.D. Ah, no, que es multijugador. Vaya plaga, copón.
Jurassic Crap.
No veo las plumas ¿prblemas del engine?
Más allá de la gran habilidad metanarrativa de Mr. @pinjed (con mucha referencia jurásica, cómo no), la verdad es que el juego podría haber sido algo más.
De todas formas, da gusto leer un análisis tuyo por la mañana…
Lo de las uvas que gritan y dicen no me ha llegado.
Un Dino D day pero con gente en los servidores…