Análisis de Pro Evolution Soccer 2017

En la larguísima batalla anual entre PES y FIFA hubo una época en la que el juego de Konami ocupó sin que nadie lo cuestionase el trono del reino futbolístico. Las circunstancias que empujaron a esta situación fueron varias y dispares, pero se alinearon para que Winning Eleven y sus hermanos occidentales se alzasen con la corona. Una era el demérito de FIFA: antes de la llegada de David Rutter daba la impresión de que los responsables de la franquicia no poseían una comprensión auténtica de este deporte, y a menudo nos echaban a la cara vistosos desfiles poligonales donde los jugadores se movían sobre raíles invisibles y siempre existían dos o tres trucos para meter goles inverosímiles y traicioneros. Pero en la otra esquina del cuadrilátero estaba Shingo ‘Seabass’ Takatsuka, que a pesar de la desventaja en presupuesto y licencia oficiales, tenía en mente una filosofía clara sobre lo que quería plasmar en sus juegos: el toque y la combinación como piedra angular, el juego de equipo por encima de las individualidades, y un arma secreta que fue la que acabó por desequilibrar la balanza a su favor durante años: el glorioso pase en profundidad.

En la última década el estudio japonés parecía aturdido frente los tremendos avances de los canadienses en todas las facetas. De la mano de Rutter los FIFA tomaron prestado el satisfactorio pase al hueco y se pusieron manos a la obra para fabricar mecánicas que se centrasen en lo importante del fútbol: la circulación del balón. La obcecación de Konami para contrarrestar esta desventaja se basó en una estrategia tan típicamente japonesa como ir añadiendo opciones y animaciones, hacer de la mayor cantidad de elementos el camino hacia el realismo, y esa estrategia jamás llegó a darle el resultado óptimo. El año pasado, por fin, la cosa cambió y nada más coger el mando uno se daba cuenta de que PES 2016 se había aflojado el corsé y los jugadores se deslizaban con más fluidez sobre el césped. No era un juego perfecto, pero había alcanzado un muy buen nivel en el núcleo de la experiencia, en el peloteo puro y duro sobre hierba. Este año Pro Evolution Soccer 2017 hace por fin honor a su propio título y rubrica una evolución impecable sobre las bases del año anterior.

«Estamos buscando casa.
Pero si no la encontramos,
compraré el hotel entero.»

—Zlatan Ibrahimovic

Si hay algo molesto en los juegos de fútbol de nueva generación es la manera en que sus desarrolladores parecen obsesionados con añadir animaciones nuevas en cada edición, como si no hubiesen logrado ya la máxima fidelidad motriz hace años. Las filigranas que antes solo los más aplicados sabían ejecutar a veces terminan por desbordarse en una riada asfixiante que invade los controles y siembra una plaga de piruetas contextuales que nadie ha solicitado. Con tal de lucir los resultados de la última sesión de Motion Capture con la estrella de turno, los desarrolladores eran capaces de convertir a Neymar en una especie de disparatado extraterrestre deportivo incapaz de dar dos pasos normales, siempre entrelazando las piernas en posturas delirantes y llevando a cabo barrocas maniobras innecesarias.

Afortunadamente, esa práctica está muriendo y las animaciones han pasado a ser parte del proceso de desplazamiento por el campo y no aquel obstáculo que ralentizaba la acción. PES 2017 es más consciente de esto que nunca, y da gusto fijarse en la economía de movimientos a la hora de batir líneas con un cambio de ritmo, o en la placentera rapidez con la que un lateral sirve un centro al primer toque después de doblar al extremo de su banda. Y frente al equipo que mantiene la posesión, un enorme engranaje de piezas móviles que se distribuyen siempre con criterio por el terreno de juego y se mueven de forma muy homogénea, con un rigor táctico que ya lo quisiera Louis Van Gaal para su Libreta de las Cosas que nunca Funcionan.

“Hay que tener el máximo respeto a Lituania porque tiene jugadores internacionales.»

—Sergio Ramos

En la edición de este año resulta fascinante meterle mano a las tácticas de equipo, tanto las predefinidas como las personalizadas, y comprobar cómo esas alteraciones producen cambios inmediatos en la dinámica de juego. Si en PES 2016 ya sorprendía la habilidad de la inteligencia artificial para leer los partidos y actuar en consecuencia, en PES 2017 parece que se ha dado otro paso en esa dirección y las decisiones tácticas se reflejan las consecuencias —no siempre buenas: si uno se lanza a la locura ofensiva a través de las bandas, los laterales trabajarán poco en defensa—, y esto es algo que sucede incluso en los córners en contra: con el pad direccional podemos seleccionar si queremos defensa zonal, al hombre, mixta o directamente provocar un hervidero caótico de tíos moviéndose donde sea imposible rematar con claridad.

Si a esto le sumamos lo satisfactorio de correr en espacios abiertos, salir airoso del impacto contra oponentes, frenar en seco, cambiar el balón de banda, situar pases entre líneas (con especialistas del pase tenso como Busquets, Xabi Alonso o Kroos a veces se logran asistencias que son como enhebrar un hilo en una aguja, un logro textil que todos hemos disfrutado y celebrado de formas excesivas en algún momento de nuestras vidas) e imprimir potencia en los disparos lejanos, PES 2017 se convierte en términos de mecánica pura en la versión futbolística del Valhala, el Aaru del contragolpe, el Paraíso del tiki-taka, el Nirvana de la simulación deportiva, la Mansión Playboy de la táctica y la estrategia. Un bufé libre donde solo se sirven postres.

Pero a este PES acaba sucediéndole lo mismo que a Lionel Messi: cuando abandona el terreno de juego, hasta atarse los cordones se convierte en un problema y la vida se vuelve algo mucho más complicado e indescifrable. Los modos de juego, la velocidad a la que se produce el matchmaking, la manera de gestionar el déficit de licencias oficiales (por el amor de Dios: déjame ver la plantilla en el menú de selección de equipo si el 90% de clubes son nombres inventados, así al menos podré saber a qué equipo real corresponden), el sorprendente y muy temprano estancamiento de modalidades como myClub o Ser una leyenda, que apenas se han movido un milímetro desde hace un año. Tiene modos de juego valiosísimos, como la competición oficial de la UEFA Champions League, pero se desprende siempre la sensación de que el juego no sabe cómo aprovechar del todo esos activos.

La Liga Máster sigue siendo ese santuario maravilloso que ha retenido a miles de jugadores en la franquicia incluso cuando la tempestad azotaba con más fuerza, y en esta edición ha mejorado mucho en temas como el sistema de negociación de fichajes y cláusulas, la flexibilidad en los acuerdos de cesión, el patrón de mejora de los futbolistas jóvenes o la distribución monetaria, con un presupuesto para fichajes y otro para salarios anuales.

«Hay días en los que entiendes que el fútbol es una mierda,
una puñetera mierda.»

—Paco Jémez

Es evidente que Konami ha decidido centrar la mayoría de sus esfuerzos en pulir y potenciar su punto fuerte, en respaldar y evolucionar la acertadísima mecánica futbolística que logró diseñar en la edición anterior. Cuando le dan unas botas, una pelota y unos metros cuadrados de césped, a Pro Evolution Soccer 2017 le brilla la mirada y sus movimientos transmiten vigor y exuberancia, y en ese sentido no se le puede reprochar ni una sola coma incluso a pesar de contar con cierta desventaja gráficas y de presupuesto. Todo lo que rodea a los partidos, en cambio, termina por emborronar ligeramente el resultado final y separarlo unos centímetros de la excelencia. Quizá sea una metáfora de la versión más moderna de este deporte, del negocio expansionista, la corrupción, la metástasis de la prensa; donde todo lo que no es fútbol es malo para el fútbol. [8]