Análisis de Red Dead Redemption

El segundo Red Dead, que nada tiene que ver con el primero, es un western más crepuscular de lo normal. Tiene a su antihéroe en horas bajas y tiene a un Oeste a punto de dejar de ser Salvaje y Lejano, con los primeros automóviles apartando a los caballos y las ametralladoras Gatling ridiculizando al viejo revólver Schofield. Nunca antes un juego había echado la vista atrás para despedir esa época de un modo tan acertado. La primera conclusión, la de siempre: es incomprensible que los videojuegos —y puede que también el cine, pero eso no toca— se hayan olvidado del vaquero. Hasta hoy. Lo dice el título, Red Dead Redemption es la historia de una redención, la del ex-forajido John Marston, medio intencionada, medio obligada por esos dos tipos trajeados. Guste o no, nos toca, como a otros tantos, matar a Bill. Y basta con pausar y mirar el enorme mapa para ver que no será fácil. No es necesario contar más sobre el argumento porque aun siendo bastante simple —demasiado, a veces— tiene una gran capacidad para sorprender con pequeños detalles, siempre relacionados con Marston. Sus cicatrices nos dicen que es un tipo duro, pero se comporta casi siempre con una humildad exagerada, reflejo de su único deseo: que le dejen en paz para poder vivir tranquilo. Humanizado de un modo impecable, John representa mejor que nadie, excepto tal vez el gran, gran Niko Bellic, esa búsqueda de una nueva oportunidad que tanto le gusta a Rockstar. Pero decir que Red Dead Redemption es un GTA en el oeste es sólo cierto en parte. Si pienso en las últimas entregas de esta saga, recuerdo antes que nada los saltos locos desde un helicóptero, las explosiones y, en definitiva, la locura. Después de 26 horas en New Austin, Nuevo Paradiso y West Elisabetzh, me quedo con la vista del amanecer desde las montañas a la orilla del Río Lobo o los paseos por el rancho McFarlane saludando a todo el mundo llevándome la mano al sombrero —hay un botón para eso, joder—. Es un juego mucho más contemplativo y sobrio; no se puede hacer mucho el cabra, pero es que tampoco apetece. Sí, tienes cierta libertad para ser un cabronazo y asesinar inocentes de tres en tres, pero las consecuencias de tener tu indicador de honor desplazado a un lado u otro no son especialmente trascendentales. Que los de San Diego se han disfrazado de escoceses, de todos modos, es innegable. La obra de Rockstar North es la referencia evidente y lógica del juego, un calco a nivel estructural. Progresamos y nos ganamos el derecho a visitar nuevas zonas del mapa completando misiones, encargos de personajes secundarios dispuestos a ayudar a cambio de favores como acompañarles a tal sitio —eliminando a todos los bandidos que intentan impedirlo, claro—, echarles un cable para limpiar una región de indeseables… o llevar el ganado a pasturar. Especialmente durante las primeras horas, la alternancia entre la acción y lo cotidiano funciona de maravilla, ahuyentando la repetitividad, que sólo aparece, y de forma más tímida que de costumbre, durante el segundo tercio del juego. Seguramente por la limitación que supone no contar con todo tipo de vehículos, Rockstar ha buscado la variedad de un modo más puro, trabajando el diseño de niveles como nunca había hecho hasta ahora. Y eso está bien. No dejamos de estar, durante la mayor parte del tiempo, viajando de A a B y disparando a todo lo que se mueve tanto en ambos puntos como en la línea que los une, pero se nota que se ha puesto más atención en ese camino, en los cambios de ritmo y en las cinemáticas que los introducen. Sigue varios escalones por debajo de un Uncharted 2, por ejemplo, pero el simple hecho de encontrar, hacia el final del juego, una misión que nos recuerda a la obra maestra de Naughty Dog, ya es mucho. En ese sentido, habría que reservar unos cuantos Kudos para casi todo lo relacionado con la faceta más shooter del juego. Pistolas, fusiles y escopetas, con sus peculiaridades bien definidas, se manejan como era de esperar y, sobre todo, tienen el efecto deseado gracias a un sistema de detección de impactos brutal. El headshot deja marca, los enemigos caen del caballo como los buenos dobles en las películas cuando aciertas con el Winchester de repetición, la recortada les hace salir disparados y los disparos al pie o a la rodilla le permiten a uno recrearse. Recomendación del día: un tiro en cada pierna y ejecución a quemarropa. Creo que lo ideal para disfrutar al máximo de esto es cambiar el Modo de Tiro a Experto para eliminar el autoapuntado, pero es verdad que la cosa se complica un poco y toca usar más y mejor las coberturas —la mecánica ahí cumple, pero es mejorable— y el Dead Eye, para ralentizar el tiempo y marcar y/o disparar con más tranquilidad. El uso de esta habilidad varía de un modo un tanto extraño en distintos momentos, pero siempre consume, eso sí, una barra que se recarga o matando más o con los ítems correspondientes. Lo mismo vale para las misiones secundarias, que normalmente desbloqueamos pasando cerca de la persona que nos las encarga. Hay alguna un tanto rara, en un sentido más bueno que malo, y potencian esa sensación de tener algo más que hacer aparte de ir a la inicial que aparece en el mini-mapa. Todo esto está muy bien, sí señor, pero de los tráilers que hemos visto, y no han sido pocos, el que rompió los medidores de hype fue éste. Y no nos engañaron: lo mejor de Red Dead Redemption es su ambientación, lo vivo que es su mundo. Más allá de la evidente belleza de sus paisajes, resaltada por una iluminación acojonante, las posibilidades que ofrece el juego dan especial sentido al sandbox; podemos entretenernos cazando animales para superar desafíos o vender sus pieles en pueblos y ciudades no muy grandes, pero sí rebosantes de actividad, ganar dinero jugando al póquer, echando pulsos o golpeando con un cuchillo entre los dedos de la mano, buscar tesoros, domar caballos salvajes con la esperanza de encontrar uno más rápido y resistente que el actual… El juego te sorprende varias veces con situaciones predefinidas pero desperdigadas, y te anima a viajar sin recurrir al teletransporte, aunque la opción está siempre ahí en forma de campamento en tu inventario. El correcto manejo del caballo, bastante suave, y las dimensiones de mapeado —lo bastante grande para ser creíble y lo bastante pequeño como para que recorrerlo no sea un palo— resultan en unos trayectos de duración adecuada que dan al entorno la importancia que se merece. Como decía, el trabajo de los grafistas y del motor Rage ayuda, y mucho, a que el desierto y los cactus sean tan importantes como el propio Marston. El nivel de detalle, la distancia de visionado y la veriedad de localizaciones impresionan tanto como la animación de los caballos, la calidad de algunas texturas o el movimiento de la ropa cuando hace viento —no es lo más realista que se ha visto, pero coñe, que dediquen atención a eso con la de curro que supone un juego así dice mucho. Muy currada también la expresión facial del amigo John, aunque no tanto la de sus colegas. Las físicas funcionan casi siempre de lujo, hasta el punto que uno se siente obligado a perdonar sin dudarlo esos bugs, pequeños y no tan pequeños, que aparecen de vez en cuando. Más o menos lo mismo para las ralentizaciones, aunque me he llevado una grata sorpresa en ese sentido; hay menos de las que me esperaba, especialmente si se juega en Xbox 360 desde el disco duro. Otra proeza técnica es lo de hacer que todo el mapeado esté disponible para el multijugador, cooperativo o competitivo. No nos engañemos: no es un juego pensado para compartir con los amigos, pues pierde sentido sin la historia y hay opciones mejores si queremos pegar tiros ocho contra ocho. Sin embargo, es un magnífico extra y está lo suficientemente cuidado como para dejarse ver, aunque sea por curiosidad, en la sala de chat más bonita que recuerdo. Por su extraordinaria ambición y su excelente ejecución, Red Dead Redemption logra, por momentos, que superar a todo un GTA parezca fácil. Pero no lo es. El duelo del guión lo ganan, en mi opinión, las últimas entregas de la saga más emblemática de Rockstar. En Red Dead hay pocos giros y muchos empujones que hacen avanzar la trama de un modo poco fluido. Además, varios personajes secundarios de gran importancia no llegan a convencer; su excentricidad está demasiado forzada y simplemente no pegan. Ninguno es tan memorable como Brucie o Roman, ninguno suple la obligada falta de iniciativa de Marston y son precisamente los más «normales», como Bonnie o el comisario de Armadillo, los que conectan mejor con John y con el jugador. Casi todo se olvida, eso también os lo digo, con el excepcional epílogo del juego. Es un final tremendamente bueno, de los que echaba de menos, que le deja a uno un sabor de boca excepcional. Así es como se consigue que lo bueno pese muchísimo más que lo malo. Por suerte, el tono ácido sí está presente en muchos diálogos y chascarrillos realmente buenos, aunque te perderás alguno si vas bien de inglés, porque no hay subtítulos, por ejemplo, cuando se cuentan historias en una acampada. Hablando del tema, las voces en inglés está muy, muy bien, pero el español no tanto. No, no es que Rockstar se haya decidido a doblar el juego, sino que los mejicanos hablan bastante su idioma, y a veces lo hacen de un modo un tanto cutre. Con todo, Red Dead Redemption es un juego magnífico. No he probado un sandbox más eficaz y convincente, más centrado en lo realmente importante dentro de su amplitud. Y precisamente por eso me parece lo mejor que ha hecho Rockstar hasta ahora. Los videojuegos tienen ya su Sin Perdón que tanto tiempo llevaban necesitando. [9]