Análisis de SEGA Mega Drive Ultimate Collection

Obviar la historia en un título de estas dimensiones sería una falta de respeto, un desprecio incluso, hacia los creadores: en una especie de reescritura o versión de El Patito Feo, nos ponemos en la piel de Flicky, un pollo ((Os dirán, la Wikipedia por ejemplo, que es un pájaro de sexo femenino; obviaré este detalle como licencia literaria.)) despreciado por sus hermanos por su color de plumaje. Azul en lugar de amarillo, nadie le quiere y es excluido de la mayor aventura que sus hermanos, pollos que a pesar de ser más pequeños y débiles son más molones (actitud chulesca, Wayfarer, osadía), han vivido jamás, esto es, adentrarse en un edificio controlado por su mayor enemigo, el tigre, con la única intención de gallear un rato y hacerse los mayores. Lo que ellos no saben es que su gallardía les pondrá en peligro y sólo su hermano azul podrá salvarlos, poniendo su vida en peligro y adentrándose en un viaje iniciático en el que aprenderá sobre la vida, la amistad y el sentido de la responsabilidad. Partiendo de una base tan jugosa, sólo queda preguntarse cómo una empresa de renombre como es SEGA se las puede apañar para representar ese rito de iniciación, esa valentía de la que Flicky debe hacer gala a lo largo de los cuarenta y tantos niveles de los que se compone el juego, y condensar ese sentimiento en algo tan aparentemente capado para esas cosas como es el manejo de un personaje vía botoncitos y stick. El objetivo de cada nivel es recoger a todos los pollos amarillos y volver al punto de partida, una puerta marcada con un cartel de salida por el que tenemos que evacuar a nuestros hermanos. El control de Flicky es impreciso a propósito, con una inercia exagerada que requiere de muchas horas para dominar a la perfección; es precisamente el hecho de dominar a Flicky, ese bravo pájaro azul, lo que hace que Flicky pase de ser un juego retro normal a una experiencia que requiere una concentración y una capacidad de memorización de patrones que, si bien no imprescindible, dota al juego de una profundidad inapreciable en una primera partida. Aunque los movimientos de los tigres, los enemigos principales, son relativamente fáciles de predecir (sube arriba y ellos subirán arriba; baja y bajarán) y no son ellos sino el diseño de los niveles lo que nos pondrá en relativos problemas, existe un segundo peligro, el bicho, una especie de iguana que se mueve básicamente por donde le da la gana (siguiendo, aun así, un patrón de movimiento predefinido), que es el que añade, a partir de cierto nivel, emoción y riesgo al desarrollo del juego. A partir del primer loop (cuando te pasas el juego y vuelve a comenzar, pero con mayor velocidad), además, el bicho aparece en sitios donde antes no aparecía. En definitiva, Flicky es una experiencia jugable apenas superada hoy, casi veinte años después de su salida. La fusión entre control del personaje protagonista y sensaciones que provoca la historia llega a ser prácticamente extática. Lo simple de su apartado técnico juega a su favor, permitiéndonos centrarnos en lo único que importa realmente en Flicky: sentir. Nota: 9

Anexo primero: el erotismo en Flicky

Además de la sensualidad que baña todo el juego (las curvas que describen los pollitos en las fases de bonus, por ejemplo, son un claro ejemplo de seducción vía uso de la forma), existe un pequeño caramelito de erotismo para los jugadores más hábiles: una mujer desnuda, que sólo muestra su espalda y bambolea el trasero de forma muy sugerente, aparece en una ventana cuando superas un determinado número de niveles a la perfección, es decir, salvando a todos los pollitos de golpe, sin morir y superando las fases de bonificación sin ningún fallo. Incapaz de no tener en cuenta este dato, la nota final de Flicky ha de ser corregida, aumentada en un punto, alcanzando así el juego la calificación de juego perfecto. Nota: 10

Anexo segundo: La vida de los otros (microanálisis)

El problema de hacer una recopilación de juegos clásicos, tan relacionados con la nostalgia (no nos engañemos: esto no es para que las nuevas generaciones prueben los juegos del pasado, al igual que las reediciones de libros de Antoñita la Fantástica no están dirigidos al mismo tipo de lector al que se dirigieron en su día; de lo que se trata es de sacar el máximo dinero a un público que puede pagar perfectamente, esos niños ya adultos que jugaron en su día a los juegos recopilados y que hoy ya tienen fuente de ingresos), el problema, decía, es que nunca lloverá a gusto de todos. A mí me han puesto el Flicky y además en general me gusta la lista de juegos, a otros les sobrarán algunos y les faltarán otros; en fin, es difícil hacer una valoración del producto que no sea furiosa y radicalmente subjetiva, más que de costumbre. Así que allá vamos: SEGA Mega Drive Ultimate Collection es una buena recopilación. Los juegos incluidos están entre lo absolutamente genial y lo suficientemente bueno como para disfrutarlos durante un buen tiempo, siempre y cuando no seas uno de esos caraculos que empezaron con la PlayStation y nunca pasaron por esa deliciosa etapa vital en la que moverte en dos dimensiones era lo más satisfactorio que podía hacerse. Tenemos Flicky, tenemos Streets of Rage, tenemos Golden Axe, tenemos un montón de juegos estupendos que sí, podemos bajar en cinco segundos y tirar de emulador, pero creo que estaréis de acuerdo conmigo en que el infierno es un sitio horrible y bajando juegos sólo dais más y más pasos hacia las torturas eternas del hogar de Satanás. Duele pensar que podrían haber metido todo el catálogo de la consola dos veces en el disco, pero esto no se compra por probar: esto se compra sabiendo lo que vas a encontrar. Por todo eso y por mucho más: Nota: 8