Análisis de ShootMania Storm

«Billy Mitchell es un auténtico marionetista, un maestro de la manipulación y el control de la información», admitía el director de The King of Kong, Seth Gordon, poco después de estrenarse el documental. No estaba exagerando: donde muchos veían a dos frikis disputarse una chorrada de récord en unos marcianitos, dos tíos ya creciditos comportándose como unos idiotas, los seguidores de Twin Galaxies estaban siendo testigos de un auténtico choque entre titanes que conseguían una y otra vez superar la excelencia, un duelo prolongado y chispeante entre el arrogante gurú Billy Mitchell y el aspirante voluntarioso Stevie Wiebe. Poco después entraba en escena un cirujano plástico llamado Hank Chien que se postularía como líder imbatido de la clasificación mundial de Donkey Kong con 1.380.600 puntos. En un juego lanzado en verano de 1981 no se llegó al millón de puntos hasta casi treinta años después. Desde entonces hasta hoy, en solo tres años, esa cifra se ha superado diez veces.

Solo hay una explicación para este fenómeno: la competitividad.

De la propia Twin Galaxies salía el germen de lo que hoy conocemos como electronic sports, la extrapolación a lo digital del mundo del deporte competitivo que tendría su eclosión a finales de los años noventa. Hoy en día es posible vivir de jugar a videojuegos —de jugarlos jodidamente bien, claro— y el espectro de posibilidades es gigantesco. Desde títulos deportivos hasta FPS, pasando por juegos de estrategia que han subvertido la cultura de países como Corea del Sur con un impacto tan instantáneo como descomunal. La pelota se ha hecho tan grande, y con ella el negocio, que la propia industria del videojuego estudia a menudo la forma de crear mecánicas que no solo vendan bien, sino que también generen fervor competitivo y ese afán tal del siglo XX por superarse una y otra vez. De ese caldo de cultivo brota ShootMania Storm, la experiencia en primera persona en la que Nadeo quiere volcar parte del éxito que ha sido la saga de conducción TrackMania.

Desde luego dar vueltas a una pista con tirabuzones y rampas locas hasta que consigas mejorar tu propia marca no se parece en nada a descerrajarse tiros con desconocidos, salvo en un pequeño detalle: ganar mola. Esa es la piedra de toque de todo este tinglado, y en ShootMania cualquiera puede convertirse en un semidios a base de practicar y desarrollar sus habilidades. Es evidente que en Nadeo han buscado la quintaesencia del shooter en primera persona, despojándolo de todo ese barullo de incorporaciones que juegos como Call of Duty o Halo le han ido enganchando como sanguijuelas sedientas de sangre. ShootMania quiere ser uno de esos juegos que se comprenden en dos minutos pero se tarda una década en dominar, y el resultado es justo lo que pretende.

Apoyado en su generosa comunidad, la libertad para crear mods y un buen puñado de modos de juego sobre la misma base, ShootMania quiere ser uno de esos juegos que se comprenden en dos minutos pero se tarda una década en dominar. Y es exactamente eso. Una serie de reglas muy claras y la cantidad justa de excepciones y condicionantes para darle profundidad al juego: saltas, corres y disparas; poco más pero, eso sí, todo un poco diferente.

Tu arma tiene cuatro disparos hasta que vuelve a recargarse sola, y las pelotas de plasma que disparas no se mueven a la velocidad de una bala sino, para daros una idea, de un misil de Rocket Launcher en el Quake III. ¿Esto que significa? Pues que no debes disparar al oponente, sino adonde crees que va a ir. Parece una tontería pero no os podéis imaginar lo que altera esto la mecánica del FPS: aquí el aiming sobrehumano importa tres cojones (y casi tan importante: invalida cualquier posibilidad de usar trampas en ese sentido), lo importante aquí es que tu cerebro aprenda a calcular las distancias y velocidades, a gestionar bien la munición y combinar eso con los patrones de comportamiento en tu base de datos mental. O dicho de otro modo: prepárate para ser un fantástico inútil durante bastante rato.

A muchos les echará para atrás que no haya clases, ni armas, ni granadas, ni superpoderes, ni esas cosas tan de la generación PlayStation. Aquí el arma siempre es la misma, pero cambia su comportamiento en determinadas zonas como en interiores (donde lanza unas pelotas que avanzan lentas pero explotan) o en ventanas (donde la pistolica se convierte en un rifle de precisión al estilo Railgun). Cada jugador posee tres escudos y morirá cuando le alcancen sin escudo, aunque el respawn es instantáneo y en una zona fija y segura. En cuanto al movimiento, con el mismo botón de saltar podemos usar una suerte de sprint loco que conseguimos al propulsarnos una especie de jetpack que solo funciona en horizontal y cuya energía funciona como una barra de sprint. Releyéndolo parece muy confuso, pero se juega mejor que se explica. Justo al revés que el sexo.

Sobre ese lienzo, Nadeo propone diversas disciplinas como Elite, donde tres jugadores del mismo equipo con un solo escudo deben defender su base contra un solo enemigo con más resistencia; el modo Héroes, un cinco contra cinco donde los atacantes deben conquistar dos puntos clave del otro bando usando lásers mientras que los defensores mantienen el arma estándar; el brillante Joust, un uno contra uno en el que se empieza sin munición y solo puede recargarse en ciertos puntos del mapa o los submodos del modo Storm; que van del típico capturar la bandera o deathmatch por equipos hasta carreras de velocidad, pasando por el submodo Royal, un todos contra todo en el que activando un poste en el centro del mapa, se desata un tornado alrededor del escenario que va haciendo el espacio cada vez más estrecho. Como veis, por variedad desde luego no será, pero lo mejor es que el propio ShootMania Storm nos conmina a crear mapas y modos de juego con sus propias reglas, y eso con la comunidad gigantesca que hay tras la franquicia Mania es sinónimo de creatividad febril y novedades permanentes.

Quizá el peor defecto de lo nuevo de Nadeo es una enorme incapacidad para expresarse con claridad. No sabe dar la bienvenida al novato y no sabe seducirle en el antes o el durante, posiblemente confiado en los rasgos de simplicidad de su mecánica. Esto es un problema sobre todo en los menús, terriblemente diseñados y con doce mil cifras y colores adornando la pantalla. Todo parece un placeholder temporal, una ñapa que debía servir de guía a un diseñador gráfico que nunca se presentó, y la traducción al español es una de las mayores aberraciones que he visto jamás, como si hubiesen tirado de Google Translator. Nada más empezar te pegan en toda la frente con un «varios jugadores» donde en inglés pone «multiplayer». Por contra, la fluidez es enorme y muy ágil y los tiempos de carga son inanes, pero ese efectismo extremo por sí solo vale mucho menos si no se cuida el producto. Hasta Rocco Siffredi necesita decirle cosas bonitas a las chicas si quiere scorear, no sé si me explico.

ShootMania Storm es el alma misma de todo un género que lleva décadas creciendo en todas direcciones, como una metástasis fuera de control. El núcleo depurado, como si le hubiesen extraído el esqueleto y lo hubiesen hervido; desnudo de historias, impurezas y de adornos. Sin sangre y sin simulaciones de batallas reales, ficticias, pasadas, presentes o futuras. Es, en todo caso, la simulación de un deporte que nunca existió más allá del Stun Láser de las ferias y los centros comerciales. No es, desde luego, para todos los públicos; solo para quienes tienen tan interiorizada la filosofía de la competición electrónica como el funcionamiento de mil y un juegos de pegar tiros. Solo los que han mamado FPS desde su infancia, o los que no han jugado nunca a ninguna otra cosa, se sentirán cómodos en una disciplina autónoma que es lo que es y no otra cosa. [8]