Análisis de Sniper Elite 3

En la breve edad dorada de los cibercafés, yo fui jugador de Counter-Strike. Estuve en un clan donde niños de doce años convivían con señores de treinta sin suspicacias oscuras ni segundos intereses. Esa forma de perder la educación, de comer pizza con la boca abierta y gritarle a la pantalla o reírnos del más inútil fraguaba una especie de compañerismo viril y embrutecido —totalmente ridículo y limitado a aquellas cuatro paredes— que era lo más cerca que íbamos a estar de la mili. Y como en la mili, y en la facultad, y en las reuniones de vecinos, y en la vida, el axioma social que todo lo abarca se manifestaba una vez más, implacable y meridiano: siempre tiene que haber un gilipollas.

En este caso el gilipollas era además el mejor francotirador del equipo, y no lo era tanto por su puntería con la Artic (que también) como por su capacidad casi sobrehumana de conocerse cada punto estratégico de cada mapa y circular de uno a otro como una sombra. El tío alcanzaba su sweet spot particular y se agazapaba allí durante minutos enteros, sin mover ni un músculo, como un pescador octogenario en una barquita en mitad de un tranquilo lago. Sin prisa. Los peces iban a llegar y él estaría allí para reventarles la puta cabeza. Cuando le veían los enemigos, cargaba con el cuchillo (para correr más rápido) y huía como una rata hasta su siguiente punto estratégico, siempre tratando de evitar patrones de movimiento reconocibles. Era un camper convencido, y el resto de clanes le odiaban a muerte, algo que sin duda jugaba a nuestro favor y en contra de su maltrecha scooter. Era una rata, sí, un cobarde, pero el tío hizo de esa cualidad su punto fuerte y de su punto fuerte un arte.

Al parecer ese rollo de antihéroe solitario y renegado tampoco es tan distinto en el ejército profesional; al fin y al cabo matan desde un escondrijo, sin dar la cara y sin correr peligro, y Rebellion lleva tres juegos y dos spin-offs tratando de depurar la esencia de lo que es ser un francotirador. Por algún motivo están empecinados en hacerlo en la Segunda Guerra Mundial, y en V2 era una ambientación que empezaba a lastrar a juego casi tanto como su propio diseño lineal y la terrible inteligencia artificial de los enemigos, pero en Sniper Elite 3 le han dado un vuelco interesante a la misma premisa: llevarnos a África.

En la campaña contra Afrika Korps en la que se ve envuelto esta vez el francotirador Karl Fairburne la misión es esencialmente la misma de siempre: matar nazis, destruir sus recursos y eliminar oficiales importantes en el organigrama militar del Tercer Reich. El entorno es esta vez muy distinto, casi siempre en plena naturaleza semisalvaje salpicada solo de algunas aldeas ruinosas a base de chabolas de adobe. Más espacio quiere decir más rutas, más accidentes geográficos, más zonas elevadas y más profundidad estratégica. Es el primer golpe que nos encaja Sniper Elite 3 y le funciona muy bien: ha cambiado el avance lineal por mapas mucho más abiertos con distintas misiones obligatorias y secundarias distribuidas a lo ancho de escenarios que siguen siendo cerrados pero llenos de posibilidades. Podemos atacar desde el flanco que queramos, en el orden que nos dé la gana y con los métodos que creamos convenientes.

Alguno pensará, con razón, que un mundo semiabierto para un juego de francotiradores es un poco como soltar a Falete en una pista de atletismo; quedaría sin aprovechar. Pero en Rebellion esta vez han estado finos y también han pensado en eso: con cada disparo, los enemigos se ponen a investigar de dónde ha venido ese ruido, así que al sistema de visibilidad le acompaña un medidor de reubicación. Esto es: si le volamos las pelotas al soldado Müller de turno, inmediatamente debemos escapar hasta que alcancemos una distancia segura de nuestra última posición, de modo que los nazis pierden el rastro y podemos retomar nuestra incursión silenciosa.

Es una buena idea alterar el ritmo de las misiones, hacer que la acción acelere si nos ven y decelere al reubicarnos con éxito, y con esto se evita lo que sucedía en entregas anteriores: que una vez descubiertos todo el plan sigiloso se iba a tomar por saco y al final la frustración le llevaba a uno a acabar con los enemigos a pecho descubierto, como un Rambo vintage. La contrapartida a esta decisión quizá sea una pérdida en la verosimilitud: que un soldado encuentre el cadáver degollado de un compañero, investigue un poco y luego decida que el asunto tampoco es tan importante, que muere gente todos los días y que lo mejor seguir dando paseos alrededor de una torreta. Es ridículo, pero Rebellion, y en especial la saga Sniper Elite, siempre han tenido un sentido de la autoconsciencia, de reconocer cuál es su lugar en la industria, tan honesto como encomiable.

Como juego de sigilo la propuesta de Sniper Elite 3 es muy básica: acuchillar por la espalda o con pistola silenciada, mover los cadáveres de un lugar a otro, gestionar las coberturas, marcar a los enemigos para que siempre sean visibles y estudiar los patrones de patrulla. Al entrar en la ecuación los niveles grandes y no-lineales también se suma a la fiesta la exploración con la vista puesta en localizar puntos elevados ideales para arrancar vidas con ventaja y, si uno es un poco metódico, preparar las posibles rutas de huida e incluso poner algunas minas y trampas.

Un último gesto positivo en el diseño del juego es el de ocultar los disparos con el sonido ambiente. Algunas zonas del mapa cuentan con generadores que podemos sabotear para que tosan y rasquen armando mucho escándalo, megafonía propagandística o maquinaria diversa que emite estruendos regulares con los que podemos enmascarar nuestros escopetazos y seguir matando sin que detecten nuestra posición. Es bastante satisfactorio contar cuántos segundos pasan entre una señal de ruido y otra, y sincronizarnos con ellas para ir volando cabezas sin que esos pobres fascistas sepan de dónde coño vienen los tiros.

La famosa kill cam, posiblemente el gimmick más popular de la franquicia, sigue funcionando estupendamente como la faceta morbosa, maligna, divertida y de algún modo inapropiada de la saga. Ahora además de los órganos y el esqueleto del enemigo, también podemos ver con todo lujo de detalles la musculatura, los tendones y el sistema circulatorio estallando en borbotones sanguinolentos adecuadamente acompañados de gorgoteos y gemidos ahogados. Poco les queda aquí por explorar. Quizá el siguiente paso sea lanzarnos un flashback de la niñez del alemán y una cinemática de su mujer cayendo de rodillas y entre lágrimas ante la bandera plegada que le lleva a casa un oficial uniformado. Yo qué sé.

Técnicamente esas transparencias gore siguen estando muy por encima del resto de gráficos del juego. En la versión de PS4 las texturas en altísima definición vistiendo modelos modestos bastante mal animados producen una sensación incómoda, como esas muñecas sexuales de silicona y látex cuya piel, peso y físicas son realistas pero siguen pareciendo maniquíes glorificados con peluca y cavidades. Es un avance respecto a versiones anteriores, claro, pero solo alguien muy desesperado vería ahí algo más.