Análisis de Sniper Elite V2

En la madrugada del 1 de agosto de 1966, el exmarine y estudiante de ingeniería Charles Whitman apuñalaba a su madre y a su esposa en el corazón. Diez horas después subía al vigésimo octavo piso de la torre de la Universidad de Texas, en Austin, desenfundaba su rifle Remington 700 y se llevaba por delante las vidas de 14 personas al azar, hiriendo a otras 32, hasta que fue abatido por el SWAT. El caso de Whitman estremeció a toda la nación norteamericana, máxime cuando se supo que la terrible masacre pudo ser provocada por un tumor cerebral que le detectaron durante la autopsia, pero también creó una especie de macabro romanticismo alrededor de la figura del francotirador. Una espada de Damocles, un dedo acusador de Dios, que podía fulminar a cualquiera de la forma más arbitraria y brutal. Y, no nos engañemos: todos hemos fantaseado alguna vez con lo que debió de sentir aquel zumbado en lo alto de la torre, arrancando vidas de cuajo con extrema facilidad. Ahora Sniper Elite V2, una secuela con alma de remake del Sniper Elite de 2005, nos pone en la piel de ese ángel exterminador, y lo hace justificando nuestras acciones de la forma más efectiva: como héroe conspirador y asesino de nazis en la Segunda Guerra Mundial. Y es que las huestes de Hitler son a los videojuegos lo que el pescado a Kurt Cobain: no pasa nada por comérselos porque no tienen sentimientos. Todos conocemos a Rebellion, ¿verdad? Al menos a la Rebellion de los últimos años: un intento permanente de hacer las cosas bien y un patinazo tras otro. Quizá no siempre ha desembocado todo en el más puro desastre, e incluso con el remake de Aliens vs. Predator para SEGA uno puede disfrutar bastante, pero salir de la mediocridad es algo que no consiguen hace muy a menudo que digamos. Por eso con Sniper Elite V2, como suele suceder también con los juegos bélicos que no son de las dos grandes, nunca hemos esperado unos valores de producción muy elevados ni una experiencia rompedora y revolucionaria. Y, en efecto, estábamos en lo cierto. Sniper Elite V2 nos coloca en la piel de un «one man army» yanqui al que se la encomendado la misión de joder a toda costa los planes del Führer, de sabotear estrategias a base de eliminar actores clave del conflicto. En tercera persona, con un rifle de francotirador, un subfusil, una pistola, unas minas y una piedra (en serio) debemos convertir el monólogo rabioso que Bruno Ganz inmortalizó con El hundimiento en el pan de cada día bajo los escombros berlineses. La apuesta es clara y a un solo número: el infalible balazo a cámara lenta. Es sin duda el factor estrella del juego, la princesa del baile y lo que recordaremos de él cuando alguien mencione su título en el futuro. La sublimación de algo tan poco vistoso como tiro llega con la gloriosa cámara superlenta, el seguimiento de la bala à la Stranglehold, su aproximación al objetivo y su acceso sin invitación a las entrañas del pobre nazi. Ya lo habréis visto en algún tráiler: la piel del enemigo se transparenta y nos regala la tremenda visión del proyectil destrozando huesos, tejidos musculares y órganos. Es un gimmick que siempre funciona, aunque se repita sin cesar, y que siempre fruncir el ceño con una sonrisa y exclamar: «¡Ouch!». Balón de Oro y FIFA World Player a lo que sucede cuando el disparo va hacia lo que Foster Wallace llamaría «la zona intermedia» del soldado: unos testículos que parecen sacados de un manual de anatomía explotan en grumosos charquitos sanguinolentos. Y ahí termina lo bueno. El resto es un compendio de confusos desaciertos e ineptitud manifiesta. Las misiones, aunque variadas en escenario, se reducen a alcanzar checkpoints y colocar algún explosivo, y el combate a corta distancia (algo a evitar siempre que podamos) es de lo peor que me he encontrado en un videojuego, con persecuciones mongólicas alrededor de un camión quemado o soldados enemigos que se agazapan de espaldas a ti a unos pocos metros. El espléndido realismo del rifle telescópico, que incluso tiene en cuenta la trayectoria de caída de la bala y con el que podemos activar una especie de tiempo-bala aguantando la respiración unos segundos, queda a años luz del miserable tratamiento físico de la pistola o el subfusil. Y ni hablemos ya de las coberturas defectuosas (que no cubren, vamos) o las que por algún motivo misterioso no nos permiten asomarnos para disparar, o de los francotiradores alemanes que se materializan como por arte de magia en zonas que hemos mirado y remirado cuando suenan las alarmas y los nazis nos detectan. En lo técnico no estamos ante ninguna maravilla, desde luego, pero tampoco es un apartado del que uno pueda patalear. Los mapeados son bastante pequeños, pero bien estructurados y gráficamente el motor Asura cumple sin artificios ni virguerías. Muy bien, eso sí, las animaciones de los nazis al morir, siempre consecuentes con el lugar donde ha impactado la bala, que por cierto sale del cuerpo deformada. La satisfacción de romper dos fémures de un balazo o acertarle a un enemigo en la coronilla y ver cómo el proyectil atraviesa toda su masa encefálica y sale por su nariz es algo que no se puede explicar con palabras. Sniper Elite V2 bebe de ese placer culpable que es campear como una maldita rata y nos obsequia con algunas de las mejores muertes que, junto al noveno Mortal Kombat, nos ha brindado esta generación. La ultraviolencia realista, la fascinante fisiología del disparo y la extraña belleza morbosa del cuerpo humano quebrándose de las formas más dolorosas son el arma principal de un título desequilibrado hasta el extremo. Un juego que pone sobre la mesa una buena idea espléndidamente ejecutada y al lado un montón de virutas, de propuestas fallidas y mugre creativa. Un chispazo fenomenal en un árido paisaje que huele a desidia y a planteamientos dispersos y poco trabajados, y una tragedia que algo tan divertido e infalible como aniquilar nazis desde un campanario se haya quedado en un quiero pero no sé muy bien cómo. Por cierto, el padre de Charles Whitman se llamaba Charles Adolf Whitman. ¿Casualidad? ¡Pues claro que sí, tontacos! [6]