Análisis de Soul Sacrifice

En los juegos, si se puede elegir, soy bueno. Con lo de la moralidad, digo. Siempre con el indicador azul a tope, siempre con una aura resplandeciente, recorro la senda de la bondad para intentar llegar al más feliz de los finales. Es automático, normalmente no dudo ni un segundo.

Sin embargo, y tengo la sensación de que el señor Keiji Inafune debería apuntarse un tanto por ello, mi partida en Soul Sacrifice está teñida de rojo. Optar por la opción de ese color, mantener pulsado R para arrancar la piel a un rival moribundo en lugar de perdonarle la vida, simplemente parece lo correcto. Lo coherente, mejor dicho. Hacia ahí empuja la parte del juego que me recordó a Berserk; no hay sitio para palabras como esperanza o piedad en ese mundo de hechiceros y monstruos especialmente podrido. Nada aquí es tan explícito ni tan jodido como en el manga de Kentaro Miura, pero sí hay ciertas similitudes en la historia, el tono y la estética.

Somos un prisionero con las horas contadas que, mientras espera su turno en la celda, encuentra un libro parlante con los recuerdos de un antiguo mago. Leyendo y rememorando lo que cuenta ese diario vamos ganando un poder que debería ayudar a escapar y, de paso, descubrimos cómo sucedió el desagradable apocalipsis que lo cubrió todo de viscera. El gancho de la historia es simple, pero el gusto a la hora de escribirla logra hacerla funcionar tras un arranque confuso. Prácticamente todo en Soul Sacrifice sucede entre las páginas de Librom. Por un lado están los capítulos dedicados a la campaña individual, que presentan las misiones y las conectan con algo de texto y unas pocas ilustraciones, a modo de cinemáticas. Sin tiempo para explicaciones, los Pactos de Avalon son un buen puñado de misiones desbloqueables, más directas, que se pueden superar on-line con tres amigos o forever alone con un par de aliados controlados por una IA mejorable.

Salvo por alguna excepción sin importancia, el objetivo no varía: cargarse a los bichos que pululan por mapas pequeños y cerrados. A veces no hay más que trasgos, orcos y arañas, pero caso siempre acompañan a Archidemonios enormes y mucho más respetables, con rutinas de ataque no brillantes pero sí muy notables, que plantean sin esfuerzo combates imprevisibles, duros y emocionantes. El aspecto de esa veintena de jefes, una mezcla poco convencional de pintura tradicional japonesa y mitología griega, es probablemente lo mejor que ofrece el juego de Comcept y Marvelous AQL a nivel visual.

Con todo, el foco del diseño está en nuestro personaje y en su interminable lista de habilidades. Muy distintas y muy bien pensadas, estas ofrendas van desde magias básicas de corto alcance hasta la invocación de gólems, pasando por proyectiles de apuntado manual, armas de corte o sustancias curativas. Se pueden potenciar, se pueden combinar para crear otras nuevas o para que adquieran daño elemental —fuego, hielo, rayo, piedra y veneno; nada nuevo— y, más importante, se pueden equipar sin importar el tipo de hechicero que queramos desarrollar. No hay clases en Soul Sacrifice, aunque su sistema de niveles bicéfalo, con un número azul y otro rojo, deja escoger; salvando a tus víctimas mejoras salud y defensa, sacrificándolas sumas puntos al ataque. Los sellos, típicos modificadores para ciertos atributos, sí son más o menos útiles en función de si tienes un brazo derecho diabólico, neutral o divino, pero no es nada determinante y seguramente se podría haber trabajado más en eso de la especialización.

Lo que suena poco convincente sobre el papel, nunca mejor dicho, se muestra seguro y sólido durante los enfrentamientos. Te plantas en cada uno después de haber escogido seis ofrendas que, añadiendo la evasión, deja el sistema sin botones para el eterno «ataque rápido, ataque fuerte» y por lo tanto sin combos. A cambio, un reparto de peso fantástico entre distintas mecánicas que no se complican; basta con un poco de piedra-papel-tijera y una pizca de riesgo-recompensa, cada uno con su ingrediente especial, para crear la ilusión de una complejidad más que suficiente.

El daño elemental es el de toda la vida, insisto: Bulbasaur lo tiene negro contra Charmander, que a su vez tiembla cuando ve a Squirtle. La vuelta de tuerca con el asunto de la vulnerabilidad está en lo que aquí llaman «ataques encadenados»; si insistes con el hielo, el enemigo llega a congelarse y entonces lo suyo es que el golpe de gracia sea eléctrico. Eso hace más difícil la elección de los seis poderes a equipar y, en el mejor de los casos, subraya la importancia de la cooperación entre jugadores. En ese sentido, me gustaron pequeños detalles que no se explican en ningún tutorial, como la posibilidad de absorber la condición adversa de un amiguete y, por ejemplo, convertir su estado petrificado en una armadura para ti.

La progresión depende bastante de las puntuaciones conseguidas en cada fase, todo fluye mejor si consigues las habilidades con las que se recompensan los rangos altos. Me pica todo cuando leo palabrejas como farmear o grindear, pero en treinta horas de partida no he tenido nunca la impresión de haber caído demasiado en eso. No es un juego especialmente fácil, llegué a asustarme con un par de picos en la dificultad, pero al final nada grave; si me alejo, y aunque sé que para cada jugador será distinto, veo una curva que se dibuja bastante bien.