En un panorama tan saturado, recurrir a la sencillez puede ser una buena opción. Sencillo, que no simple, es lo que nos ofrece Spilled!, un juego en el que controlamos un barquito dedicado a limpiar distintas superficies acuáticas altamente contaminadas. Retiraremos vertidos de petróleo, desplazaremos grandes cantidades de envases y devolveremos los ríos por los que navegamos a su estado natural, el óptimo sin el desconsiderado destrozo de la acción humana.
Los controles del juego de Lente, la desarrolladora del juego, coinciden con lo que uno puede esperar al iniciar una partida. Quizá el movimiento del barco no sea todo lo fluido que podríamos desear, pero sin duda es mucho menos torpe de lo que debe ser maniobrar con una embarcación así en aguas tan poco profundas y zonas tan estrechas. Asimilar el movimiento del barco es casi automático, permitiendo que la magia de Spilled! comience a hacer efecto; su paleta de vivos colores y su música trabajan en equipo para generar satisfacción e invitarnos a completar todos los capítulos de una sentada.
Pequeña mención para la fisicalidad de las botellas en suspensión. Al principio pueden pasar desapercibidas, quizá nos centremos solo en las zonas con vertidos a absorber, pero una vez entendamos que las botellas también pueden —y deben— ser retiradas, resulta muy entretenido hacerlo. Hubiera sido sencillo hacer que se comportaran de otra forma, que fueran un bloque a empujar y ya, pero cada botella flota por su cuenta y riesgo, por lo que hacer que se desplacen requiere cierta maña. Esta necesidad de bajar el ritmo y maniobrar para optimizar la recogida permite que no nos precipitemos y optemos por superar el juego en automático. Una buena idea, ya que además de calma por su jugabilidad Spilled! busca que pensemos en él más allá de nuestra partida.

El pequeño navío va de menos a más: al recoger vertidos y devolverlos a un barco mayor recibiremos dinero que podremos reinvertir en mejorar las herramientas de las que disponemos, véase la superficie de recogida, el tanque de almacenamiento de los residuos y la velocidad de las hélices que nos propulsan. Un progreso lógico que permite que la mejora del barco transcurra en paralelo al aumento de las zonas a limpiar. Cada capítulo corresponde con una de estas zonas contaminadas, siempre un poco más complejas que las anteriores tanto por la superficie a limpiar como por el añadido de alguna que otra capa más en forma de objetivos secundarios y posibilidades jugables.
Además de estas mejoras, limitadas por el dinero —no supone ningún problema, ningún muro imposible de superar—, conseguiremos alguna que otra herramienta que amplía nuestro rango de acción. Una de ellas es un gancho que puede descender para retirar barriles que descansan en el fondo del río, otra permite lanzar un chorro de agua para limpiar las paredes que limitan el río, además de otro tipo de interacciones que descubriremos al progresar por los contenidos escenarios de Spilled!.
Para desbloquear la siguiente zona es necesario limpiar cierto porcentaje del agua, un proceso muy agradable tanto por el suave surcar de las aguas como por comprobar cómo todo vuelve a su estado original; las turbias aguas ennegrecidas vuelven a tener flora y fauna en todo su esplendor, la superficie recupera su transparencia y casi apetece poner pie en tierra y disfrutar de una tarde en tal paraje. Eso sí, aunque sea posible acceder a la siguiente zona, es posible limpiar al 100% todas y cada una de ellas, algo que pese a no ser obligatorio parece la opción más lógica, sensata y apetecible.
Una de las grandes sorpresas del juego es que tiene un jefe final, algo que no termina de casar del todo con el resto del juego y lo que había logrado transmitir en términos de jugabilidad. Se entiende lo que quiere contar y puede servir como fin de fiesta, pero realmente no le hacía falta. Las ideas que encontramos a lo largo del juego como poder apagar algún que otro fuego o los animales que rescatamos aquí y allá tienen mucho más sentido con la parte central de Spilled!. De todas formas este jefe final no emborrona la agradable sensación que genera el juego de Lente de principio a fin. Es una propuesta estupenda para cualquier momento en el que busquemos encontrar una pequeña ventana a un espacio claramente relajante. Es una buena forma de transmitir un mensaje que, por evidente que sea, parece que todavía cuesta que cale en ciertas cabezas.
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