¡Ya lo tengo, chicos! ¡Un juego protagonizado por muñecas matrioskas del siglo XIX! ¡Con decorados de cartón piedra! ¡Y diálogos en carteles, como en el cine mudo! Eso habría gritado un creativo cuando se le ocurrió la premisa de Stacking. Y posiblemente la idea habría sonado tan descabellada y absurda que cualquier desarrolladora del mundo habría llamado a seguridad para que alejasen a ese jodido perturbado de sus valiosos empleados inmersos en el desarrollo del enésimo shooter de marines espaciales calvos. Pero gracias Dios o a Alá o a Cthulhu o a quien sea, Double Fine es la gloriosa excepción, la piara de simpáticos chiflados capaces de tomar las riendas de algo así y, contra todo pronóstico y estudio de mercado, elaborar algo bello, diferente y muy accesible. Tomamos el rol de Charlie, una pequeñísima matrioska (mínima, podríamos decir) hijo menor de los Blackmore, una humilde familia de deshollinadores a la que el destino les ha cogido manía. El padre, tras años rompiéndose los cuernos para sacar adelante a sus hijos, ha conseguido medrar y convertirse en el maestro de deshollinadores del Barón, un poderoso y enigmático aristócrata. El mismo día que les sobreviene la gran noticia, el padre desparece sin más y las deudas empiezan a devorar las pocas pertenencias de la ahora descabezada familia hasta que el Barón decide llevarse los hermanos de Charlie, haciéndoles víctimas del trabajo infantil bajo el asfixiante calor de las calderas de carbón. Tan pequeño como osado, el joven Charlie deberá armarse de coraje e iniciar un viaje por territorios hostiles si quiere reunir de nuevo a su familia. ¿Y cuáles son las posibilidades de nuestro pequeño héroe? Pues muchas, aunque no lo parezca. En este mundo de refinadas matrioskas, cada personaje posee una habilidad única y distintiva. Hay quien sólo sabe tocar el violín, quien hace el mantenimiento de cualquier artefacto mecánico, quien tiene la capacidad de organizar a las multitudes o quien tiene el poder de seducir a cualquiera para que siga hipnóticamente sus sensuales contoneos. Pero no olvidemos que estamos hablando de Double Fine, y que el tono ya de por sí socarrón de todo el juego se verá salpicado con pinceladas del cachondeo más descarnado, como las matrioskas que tienen la habilidad tirarse hediondos pedos para disolver a las masas, la que al contrario expele unas ventosidades dignas del más caro perfume, la que vomita galletas o la que abofetea sonoramente a cualquiera que se ponga por delante. Pero, ¿y Charlie? ¿Cuál es su habilidad? Pues posiblemente la más útil de todas: tomar el control del cuerpo y la voluntad de las demás matrioskas. Y aquí no estamos hablando de posesiones demoníacas o angelitos enviados para trazar un nuevo comienzo masacrando a la escoria ((Messiah. Oh, Messiah.)), sino de que es precisamente el ínfimo tamaño de Charlie el que le permite anidarse dentro de otras muñecas mayores que él. Eso sí, aquí hay algunas reglas. Para empezar, solo puede anidarse en otra muñeca si esta le da la espalda, y siempre hacerlo de forma progresiva, de modo que si queremos tomar el control del gigantesco maquinista del tren, deberemos buscar primer a una matrioska pequeña, para luego pasar a una mediana-pequeña, una mediana, una mediana-grande, y así hasta alcanzar la talla inmediatamente inferior al la matrioska XXL. Será todo este arsenal de habilidades variadas a nuestra entera disposición el que nos sirva para progresar en la aventura. Tan pronto como lleguemos a una nueva zona, se nos plantearán ciertos puzles que, curiosamente, van también anidados entre sí, siguiendo una estructura similar a la mayoría de Zeldas en los que hay que buscar, como diría iTor, «la piececita de la piececita de la piececita», aunque aquí no se trata tanto de exploración como de resolver los problemas de los adultos. Si queremos que el tren se ponga en funcionamiento, por ejemplo, deberemos detener la huelga de trabajadores y para ello deberemos dar con los tres representantes del sindicato ferroviarios y hacerles llegar al andén para negociar, pero se hallan en una fiesta a la que no se nos permite el acceso y deberemos apañárnoslas para colarnos y crashear la party. Podemos limitarnos a resolver de la forma más sencilla (o la primera que se nos ocurra) los puzles principales y terminar el juego sin muchas dificultades en una sola tarde. Pero aquí es donde Double Fine apela al espíritu de Pep Sànchez, se saca la plumita del bolsillo y empieza a provocarnos irresistibles cosquillas en la planta del pie de esa fibra que todos tenemos en mayor o menor grado: el sacrosanto completismo. Y es que hay entre tres y cinco formas distintas de solucionar cada uno de los puzles de la aventura principal, amén de otras decenas de retos opcionales (las sidequests de toda la vida, vaya) que podemos resolver en cada nivel, como reunir a una familia cuyos miembros se han perdido por el escenario. También hay una lista de travesuras (como abofetear a diez matrioskas distintas con el aristócrata de la mano suelta, o hacer que se desmaye una determinada cantidad de personajes utilizando los intimidantes gritos del temible muñeco pirata) e incluso un registro de todas las matrisokas únicas en las que podemos anidar. Así pues, la infinidad de chutes de completismo (que se verán reflejados en el mural que mantiene nuestro amigo vagabundo ((Niños, esto es un videojuego. Los vagabundos de verdad no siempre se dedican a hacer murales por mucho que insistan en hacerse amigos vuestros.)) ) le otorgan a Stacking una amplísima dimensión y rejugabilidad. Quizá cierta aspereza técnica en las animaciones (que, por otra parte, tampoco es que el concepto diera para mucho) y la cámara y una ligera carencia de dificultad en los puzles imprescindibles para avanzar, hacen que Stacking dependa excesivamente de ese instinto completista que algunos, incluso jugadores muy habituales, no tienen del todo desarrollado. No obstante, esos defectos no consiguen empañar esta refrescante reinvención de la clásica aventura gráfica de tipo point’n’click. Una inteligentísima nueva fórmula que viene envuelta en el siempre mordaz sentido del humor que nos garantizan los chalados de Double Fine bajo la batuta de Lee Petty y con una dirección artística encantadora por sí sola. Y es que, como el propio Charlie, Stacking es un pequeño juego, insignificante a primera vista pero capaz de anidar en nuestro interior hasta que consiga lo que anda buscando: hacernos disfrutar como niños. [8]
Redactor
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Después de probar la demo, estoy impaciente para que me llegue el código y pueda desbloquearlo al completo!
Muy rico todo, igual que el juego, que es amorcete puro.
Tengo unas ganas bestiales de el, pero he leído por ahí que esta a 15 leuros, y no sé yo si mi bolsillo con la inminente llegada de Killzone 3 está para mucha jarana.
Diane,
este juego debe ser el cielo de la matrioskas cuando se mueren.
Una duda que me ha surgido leyendo este artículo y mirando ayer los Goya:
Alguien me sabría decir, que diferencia hay entre dirección y dirección artística? (o que es la dirección artística, vaya)
PD: Desde que publicásteis noticias de este juego, que tengo la intención de comprarmelo. Este y Ilomilo… Que bonicos que son, carai!
Coño un 8, como Dead Space 2. Er….
Simitarrenc, el director es el responsable máximo del proyecto y lo coordina todo. El director de arte, sujeto a las órdenes del director, se encarga solo de la parte visual, artística (escenarios, vestidos, estilo, color…).
@Neth
¿Y?
Gracias por el apunte Xavi.
Yo estoy deseando echarle el guante este fin de semana.
Y con eso que ha dicho Pep de que fomenta el completismo patológico que algunos sufrimos, me ha dejado loco loco.
¿Va a 1080p? ESPEREMOS QUE SÍ!