Análisis de Strider

Tres cuartos de lo mismo con un control muy similar al esperado, que responde sin problemas a las exigencias de un ritmo altísimo. Hay que correr, hay que partirles por la mitad antes de que puedan disparar y hay que llegar romper rápido esa cápsula —las hay a patadas— con un poquitín de vida y energía. Los soldados rasos son una broma para la espada Chyper de Hiryu, pero para eso están las máquinas más grandes y los constantes jefes. Se nota claramente la voluntad de buscar un equilibrio entre el punto de sobrado que debería tener un ninja de Rango A —o algo así— y mantener el interés por el combate, pero no siempre funciona como debería: a ratos te sorprendes por la poca atención que estás prestando a la pantalla, por lo bien que le parece al juego que simplemente te dejes llevar.

Es un problemilla que se acentúa por la estructura abierta. Todos odiamos la palabra Metroidvania, pero a todos nos gusta ahorrar explicaciones. Strider lo es, con todas las letras: la ciudad, la base subterránea y el laboratorio están conectados con puertas y teletransportes que solo podemos abrir y usar si tenemos el accesorio adecuado. Se entiende la apuesta por la exploración, teniendo aquí a un tipo que puede colgarse o trepar en cualquier superficie —unas veces siguiendo la flecha para ir al objetivo, otras para buscar mejoras opcionales y coleccionables—, pero no hay nada especial, sorprendente o propio en el diseño del mapeado. Podría ser el de Shadow Complex o el de Guacamelee!. Y eso significa que está bien, que sin duda cumple, pero nada más.

Igualmente canónico lo que tiene que ver con la progresión. Al acumular cacharros aparecen las viejas mascotas como el águila y la pantera, que sirven para atacar y para acceder a nuevas zonas, proyectiles, la catapulta para llegar más lejos con el doble salto… Se consiguen con frecuencia, normalmente después de un boss clasicote, apañado, pero la mayoría de esos ítems cambian muy poco nuestra la forma de jugar. Se saca muy poco partido a las cuatro variaciones elementales de la espada de plasma, se resalta más lo que comparten que lo que las diferencia: vamos pasando de una a otra para abrir puertas o romper escudos de su color, pero solo en un sala opcional hay que congelar a los enemigos y escalar los bloques de hielo.

Vamos, que no nos libramos del típico tramo ligeramente pesado, allá por el tercer cuatro. Nada grave, nada que no sea especialmente fácil de perdonar en un descargable tan completo: estuve seis horas y media para registrar el ochenta y pico por ciento de los rincones y desbloquear casi todos los desafíos extra. Hay carreras y hay retos de supervivencia, puntuados por tiempo, que también tienen su gracia.

Nunca deja Strider de ser un juego agradable y entretenido. A pesar de acabar más definido por el género que por el personaje, a Capcom le vale como «te lo dije»: por fin le ha salido como se esperaba esa jugada que tantos disgustos nos había dado estos años, por fin un encargo occidental que pasaría como hecho en Osaka. [7]