Análisis de Sunset Overdrive

Aunque a la tercera fue la vencida, supongo que algunos allí todavía se preguntan por qué carajo les tocó hacer Resistance. Se hizo lo que se pudo con las armas, desde luego, pero no estaban en su elemento. Sin ser el mayor fan de Ted Price y los suyos, sí me parece una pequeña tragedia —mediana como poco, en el caso de Fuse— que no puedan hacer el tipo de juego que ellos querrían.

Sunset Overdrive tiene cierto valor, de base, precisamente por eso: no podría ser más Insomniac. Es en parte un juego sobre su forma de ver los juegos, con aciertos y carencias que dibujan una idea muy concreta de diversión; casi noventera, de la que tenía su puntuación independiente en la Hobby, que mira poco hacia los lados y que está convencida de que más es mejor. Eso le habían enseñado.

No hay excusa para no pasarlo bien, pues. La ciudad desierta es un patio de recreo y sus antiguos habitantes, ahora mutantes viscosos por culpa de una bebida energética chunga, son de color naranja fosforito para que se vean bien al explotar; Sunset City huele a cítrico, nada de carne putrefacta, y su cielo apocalíptico no podría ser más azul. Se ha quedado buen día, a pesar de todo, y sería casi de mala educación no aprovecharlo. Las mecánicas son tan importantes y el tono es tan permisivo, que no hace falta ni contar por qué el protagonista puede saltar varios metros, rebotar contra arbustos y grindar un cable telefónico hasta que la muerte los separe.

La navegación alocada es una parte fundamental del juego y, sin calar como calaba en un Crackdown o un Gravity Rush, funciona desde el minuto uno: el control acompaña y su importancia queda especialmente clara la primera vez que tocas el suelo. No basta con correr, ni para evitar a los enemigos ni para soportar el trayecto hasta el siguiente objetivo. «Si buscas el botón de esprintar, se llama grindar», avisa una pantalla de carga.

Por el lado opuesto del diseño se acercan las armas. Aquí el estudio estampa su sello con más fuerza si cabe, con la facilidad que ha tenido siempre en este punto: sobre el papel, el arsenal que vamos desbloqueando, comprando y mejorando es poco menos que impecable. Mezclando humor e ideas salen cosas como un disparador de regadoras con ácido, que se quedan un rato en el suelo para cubrir esa zona, o una ametralladora de fuegos artificiales. Incluso el revólver más convencional deja de serlo cuando se tunea: con los amplificadores, algunos algunos disparos congelan a los enemigos —ya los rematarás con un bate o una espada—, hacen brotar flores —por qué no— o te sorprendan con una explosión nuclear en miniatura.

Las piezas encajan y el sistema funciona, en cualquier caso. Las partes pierden brillo, pero el todo le sigue echando ganas y tirando de la partida durante quince horas. Nunca dejan de aparecer nuevas habilidades y la progresión hace que vayas conociendo y apreciando mejor la ciudad —todo tiene más sentido, está más en su sitio, cuando consigues el impulso aéreo. Con todo, queda la sensación de que Sunset Overdrive y su mundo abierto pedían algo más en cuanto a diseño de niveles y estructura; es demasiado convencional a ese nivel y, pasado el empujón inicial, no consigue sorprender. La diferencia entre verlo y jugarlo es menor de lo deseable, para bien y para mal.

Entiendo que la idea era elevar un poco todo aquello con humor, con chistes medio guarretes, referencias constantes y golpes a la cuarta pared. A mí no me ha hecho especial gracia, la verdad. Las animaciones tras una muerte sí resultan simpáticas y alguna broma acaba colando, por la clásica mezcla de insistencia y probabilidad, pero el guion es realmente flojo y el exceso de confianza le juega malas pasadas: no se puede caer en lo que se critica, no puedes bromear sobre la insoportable «regla del tres» mientras marcas el trío de objetivos en esa misión.