Análisis de The Amazing Spider-Man

Vivimos en tiempos de Batman. El Caballero Oscuro se ha ganado en los últimos años el derecho a ser el referente en esto de los superhéroes; en cine gracias a Nolan, en videojuegos por el trabajo de Rocksteady y en cómics… pasapalabra. Con The Amazing Spider-Man, Activision y Beenox lo reconocen de la forma más evidente posible: copiando Arkham City —podría decir Asylum, de no ser por lo del mundo abierto— casi punto por punto. No me gusta nada tirar de comparación en un análisis, pero joder, ha empezado él. Y aunque es evidente que hay un precio a pagar, creo que han acertado con esa decisión. La fórmula está menos cómoda, es lógico, con las limitaciones de la licencia cinematográfica. Empieza el juego donde acaba la película de Marc Webb y en todo momento se nota su preocupación por no molestar a posibles continuaciones; la historia necesita ser intrascendente —todo debe quedar, al final, tal y como había comenzado— y desde luego lo consigue. A pesar del tono apocalíptico, de la cantidad de coches en llamas y de gente infectada por el «virus interespecies» en el último capítulo, todo parece extrañamente poco importante en esta carrera por descubrir, con la ayuda del Dr. Connors, una cura antes de que Alistair Smythe ponga en marcha su purga usando robots de Oscorp. Por lo que pueda pasar en Hollywood, nos conformamos con un repertorio de villanos poco convincentes, con Rhino y Escorpión presentados como un par más de mutantes anónimos, sin interés, sin el valor de la referencia ni la complicidad para el fan. Pero es que tampoco se aprovecha de la película: a Peter Parker nunca se le ve la cara —cutre, la solución de pasar a primera en el prólogo y el epílogo— y Gwen Stacey no es Emma Stone ni por aspecto, ni por voz ((¿Qué forma más tonta de renunciar a cuatro puntos extra en la nota, ¿no?)). Con todo, el doblaje —en inglés— es bastante bueno y el guión se las apaña para encontrar algunos momentos graciosos: Spidey suelta algún chiste más o menos efectivo y se agradecen los guiños a las Tortugas Ninjas o al bueno de Obi Wan. Nada de eso es lo más importante, claro está. La auténtica responsabilidad la tiene un diseño que solo con el plagio se aparta de la mediocridad; el desarrollo de las misiones es simple y repetitivo a rabiar, cada sección es tan predecible como la anterior y las pocas habilidades de Spidey —se van desbloqueando al superar capítulos, se pueden mejorar con puntos de experiencia… ya lo sabéis— tienen usos todavía menos imaginativos. Nunca nada de eso es desastroso, pero lo mismo da que estés en las alcantarillas o en una instalación secreta de Oscorp, luchando contra autómatas o contra mutantes; es el combate lo que destaca, con peleas muy coreográficas gentileza de un sistema que toma todos los elementos de los últimos Batman y los intenta aplicar de un modo exactamente igual. Lo entiendo, ya digo: ahí hay mecánicas tan rematadamente buenas que funcionarían incluso en un juego de Punky Brewster, pero quedan especialmente bien en uno de Spider-Man. Los movimientos son realmente vistosos —sobre todo los de ejecución, que puedes realizar cuando el multiplicador está lo bastante alto— por el buen trabajo en la animación, el indicador gráfico para preparar el contraataque es una magnífica representación del sentido arácnido y el lanzamiento de redes justifica el largo alcance de los golpes. Es una copia notable, aunque lejos de la referencia por la falta de suavidad, que además se intenta compensa con una menor exigencia, y los fallos puntuales a la hora de interrumpir algunos ataques para enlazar un counter. Más o menos igual con los jefes, que no son pocos: hay varios enfrentamientos difíciles de distinguir, alguno más confuso y pesado de la cuenta —aunque como mínimo la Gata sí es Felicia con su disfraz, no un minino bípedo de metro y medio—, pero ninguno malo. Pero si Batman es más de estar bajo techo —lo decía Sterling y opino igual—, lo que de verdad le sienta bien a nuestro amigo y vecino Spider-Man es lo de balancearse entre los rascacielos de Manhattan. Beenox merece varios aplausos por haber conseguido un desplazamiento realmente vistoso y efectivo, bien de velocidad e intachable a nivel de sensaciones. Me gusta incluso lo de correr por las fachadas. Por desgracia, no se preocupa lo suficiente en hacer de esto algo divertido y lo bastante jugable; solo hay que mantener R2 pulsado mientras se elige dirección con el stick. Está demasiado automatizado, no implica al jugador y es en definitiva un paso atrás, tal y como demostraba científicamente el Dr. Algaba, hace poco, respecto a intentos —el Spider-Man 2 de Treyarch, el Bionic Commando de Grin— de introducir cierto componente de habilidad en el balanceo. Buenas son también las intenciones del Web Rush: dale a R1 (o mantén para ralentizar el tiempo y ganar en precisión) para impulsarte hacia donde tienes la retícula, a poder ser con alguna pirueta adicional por el camino. Es especialmente útil para pillar el jodido montón de páginas de cómics —¡700! ¡Llegué a encontrar tres en la misma azotea y otras tantas sobre tres farolas consecutivas!— repartidas por un mapa no especialmente grande. Al combinar ambas opciones aparecen los momentos más memorables de The Amazing Spider-Man: las caídas de docenas de metros interrumpidas en el último momento, las peleas contra robots voladores… Profundizar en ese aspecto, el que de verdad se traduce en personalidad, habría dado mejores resultados que seguir mirando a Rocksteady en busca de valor añadido: desafíos muy vagos para resaltar el sigilo, retos fotográficos ridículos, con pistas demasiado evidentes y respuestas separadas por unos pocos pasos, policías que necesitan ayuda y enfermos que ahí se van a quedar, porque no voy a estar toda la tarde llevando gente al hospital de campaña. Aunque el hombre araña hace por el juego más de lo que Beenox le devuelve, The Amazing Spider-Man es siempre competente y respetuoso. Las muchas ideas que toma prestadas no le impiden mostrar algo de amor propio cuando le toca pensar a él, a pesar de las limitaciones y las prisas que impone la película. Es el típico con el que puedes tirar de tópico y usar la etiqueta de disfrutable. En parte como eufemismo y en parte por el simple hecho de que su protagonista mola, sí, pero disfrutable al fin y al cabo. [6]