Tengo un montón de récords en mi club de golf,
y todos tienen que ver con la cerveza.—Proverbio pijo
El 16 de septiembre de 1869, el joven escocés Tom Morris Jr. golpeó su pelota de golf (dos décadas atrás se habían sustituido las antiguas featherie de piel y pluma por las gutties, unas bolas hechas con la savia extraída del árbol del caucho) desde el tee clavado en el césped a 166 yardas del octavo hoyo, un par 3, del Open de Prestwick, cerca de Glasgow. La bola describió una curva perfecta, botó una vez y rodó unos pocos metros hasta introducirse en el agujero. Fue el primer hole-in-one que se registró en la historia del golf.
El golf se inventó en 1452. Eso son cuatrocientos jodidos años.
Cuatro siglos de frustración, generaciones enteras mordiéndose los nudillos de pura rabia, de reyes y nobles partiendo palos (de fresno, avellano y nogal) en la espalda de pobres súbditos ejerciendo de caddies, casi medio milenio hasta que la dichosa pelotita entró por fin en el maldito hoyo al primer golpe. Es la segunda vez que digo esto en un análisis y sigo pensándolo: el golf es una mierda, pero me encanta.
La práctica del golf se caracteriza sobre todo por una capacidad especial de someter al jugador a un estado de permanente desventaja contra las leyes de la física y los elementos dada por la dificultad misma de conseguir el objetivo de colar la bola en el agujero. Solo hay que ver las puntuaciones de torneo más prestigioso del mundo, el Masters de Augusta: este año lo ganó Sergio García con 9 golpes bajo par, pero hay casos tan significativos como el de la edición de 2007, donde Zach Johnson se llevó la chaqueta verde acabando con un golpe sobre par, o lo que es lo mismo, un golpe más que el resultado medio profesional —algo así como ganar los 100 metros lisos tardando diez veces más tiempo que el ganador de otra edición—. El resultado de esto es que en el golf cualquier mínima evolución en las habilidades es muy perceptible, y hasta el más insignificante avance en la faceta menos importante del golfista es celebrada como una victoria. Se sabe de hombres adultos que rompieron a llorar tras su primer birdie.
Con los videojuegos de golf sucede algo parecido, pero en las dos direcciones: la variación más ligera sobre una base ya establecida, sobre un sistema que funcionaba de una manera determinada, puede llevar al más dramático de los fracasos o a un glorioso desfile triunfal bajo una lluvia de pétalos. The Golf Club había logrado en 2014 colocar los cimientos, todavía frescos y algo inestable, de algo que prometía crecer y mejorar y expandirse para convertirse en el simulador de golf de esta generación. El único escollo, aparte de la capacidad de una desarrolladora modesta como HB Studios, era vivir sin un referente: EA Sports dio carpetazo a su histórica saga PGA Tour tras el muy decepcionante Rory McIlroy PGA Tour de 2015 y no parece dispuesta a volver a coger un hierro. Aun así, parece que HB ha dado con el palo ideal para propiciar un approach razonable al green de la excelencia.
The Golf Club 2 se presenta con un apartado gráfico con luces y sombras: en estático se ve muy bien, pero cuando la cámara debe circular por el campo a cierta velocidad —siguiendo la trayectoria de la bola, por ejemplo, o cuando utilizamos una de las funciones de observación del fairway antes del lanzamiento— el asunto sufre un poco para mantener el ritmo de dibujado y la vegetación tiende a materializarse de repente con el clásico efecto pop-in. Por lo demás, los menús son sobrios y bastante diáfanos, y las animaciones del golfista gozan de un detalle y un realismo impecables. Esto último es importante porque enlaza con el mayor y más significativo añadido de esta secuela: el swing por tempo.
La idea parece olvidarse un poco de las clásicas barras de fuerza y precisión de los juegos de golf y afinar al máximo la vertiente más analógica que venían incorporando ya los simuladores desde hace unos años. Ahora el movimiento del stick es el fiel reflejo de la trayectoria del palo, cobrando importancia tanto el backswing (la elevación del palo antes de impactar la pelota) como la velocidad del downswing y la dirección hacia la que llevamos la palanquita del mando. Decía que la animación es importante porque el concepto de swing por tempo que se ha introducido en The Golf Club 2 se rige precisamente por los movimientos del golfista, de manera que solo alcanzaremos la calificación de “Perfecto” en el backswing y el downswing cuando nuestras acciones se correspondan con la variedad de velocidades y tempos de cada palo, algo que podemos aprender en un par de swings de ensayo alejándonos un paso de la pelota. Es una fórmula compleja que hace subir varios peldaños la dificultad general del juego, pero no nace solamente como una piedra en el camino para desafiar a los expertos, sino que tiene mucho sentido como aproximación realista a ese acto catártico definitivo del golf que es el golpeo. Incluso aunque uno nunca haya sostenido un hierro en sus manos recibe a través de los dedos es estímulo satisfactorio tan difícil de describir, la sensación de que, de algún modo, las cosas son como deben ser.
El swing es un ejercicio aparentemente simple pero lleno de matices y técnicas diversas, variaciones milimétricas en el golpeo que pueden alterar completamente el comportamiento de la bola en el aire y en el césped. En ese aspecto The Golf Club 2 también ofrece una amplia gama de zonas de golpeo prestablecidas y totalmente personalizables que permiten aplicar distintos efectos en diversas medidas, desde el tipo de vuelo (recto y ligeramente desviado a la derecha en el caso del fade, por ejemplo) hasta el backspin, quizá el más útil, que hace a la bola votar y retroceder una vez entra en contacto con el green. A pesar de la obsesión de este deporte por etiquetar con su propia nomenclatura cada elemento central y periférico de sí mismo, no hace falta saberse de memoria el glosario golfístico: veinte minutos en el campo de entrenamiento libre bastan para entender cómo se menea la dichosa pelotita según dónde le aticemos con el palo y aprender numerosas maneras de atajar cada situación en el campo.
The Golf Club 2 ha renunciado completamente a la batalla por los nombres y las licencias que acaba siendo un lastre económico para muchas series deportivas, pero aporta la solución ideal: enormes posibilidades de personalización y edición hasta el punto de que no solo podemos fabricar cada metro cuadrado de nuestro campo de golf sino también abrir nuestro propio club, gastar dinero en amueblarlo y decorarlo. En la edición, y teniendo en cuenta que la comunidad del primer The Golf Club es una de sus mayores virtudes, es donde se nos compensa: hay una cantidad asombrosa de enfermos del golf que vienen del primer juego o que acaban de llegar, huérfanos de juego tras el abandono de EA, dispuestos a invertir muchas horas en recrear algunos de los campos reales, famosos y no tanto, que pueblan la privilegiada geografía del Primer Mundo.
Lo que ha ganado The Golf Club 2 es lo que se esperaba de él y algo más. Por un lado la estructura ha sido reforzada, tenemos el nuevo modo carrera y un elemento social algo más desarrollado y con el componente de exclusividad tan típico del golf (el multijugador en directo solo se puede llevar a cabo con amigos; el multijugador con gente aleatoria, en cambio, no es directo: solo puede jugarse de manera asíncrona), tenemos una enorme cantidad de campos oficiales y hechos por la comunidad, tenemos una mejora gráfica razonable teniendo en cuenta los recursos de HB. Por otro lado, el estudio ha decidido hacer una apuesta arriesgada que ha terminado por salir muy bien: su sistema de swing roza lo revolucionario no tanto en la metodología como en el feedback que uno siente subir por los dedos, directo al cerebro. Más difícil, más frustrante, más real. Quizá eso es lo más importante por tratarse de algo que el juego tiene en común con el deporte que recrea: el fracaso continuo que es el golf con sus vitales gotitas de éxito. [8]
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Una vez más, el análisis me ha hecho recordar al genio entre genios:
https://www.youtube.com/watch?v=s5GdaOPC9DU
El juego será de 8 pero el thumbnail es de 10.
Una errata @pinjed, dices: «The Golf Club había logrado en 2017 colocar los cimientos, todavía frescos y algo inestable, de algo que prometía crecer y mejorar y expandirse para convertirse en el simulador de golf de esta generación. «, cuando debería ser 2014.
@gegrmova
¡Gracias!
Entre por el thumbnail y valió la pena.
Solo por ver el trailer de gente dándole palazos a una pelota con música épica ha valido la pena entrar a leer esto
Hombre, el tema de construir tu club de Golf suena guay, pero me esperaré al rpg ese indie de Golf, que pinta mucho mejor. Pero muy buen analisis.
Yo no puedo quitarme este vídeo de la cabeza cada vez que pienso en videojuegos de golf:
https://www.youtube.com/watch?v=capTpivF8n0.
Sublime.
La puta, @pinjed, que me has hecho leer con avidez el análisis de un jodido juego de golf. ¡Enhorabuena por el texto!
@pinjed el fade se va abriendo a la derecha, lo se porque lo sufro en mis carnes.
Yo iba para profesional de golf, y es un deporte tan complejo y con tantos matices que el único videojuego que disfruto es el TURF MASTERS de Neo Geo. Cuanto más realistas intentan ser más veo sus imperfecciones xd
La ignorancia es la felicidad, así que espero que disfrutéis de este Golf Club 2, que parece cargado de buenas intenciones.
Buen verano para los golferas, dentro de nada llega el Everybody’s Golf de PS4 que pinta genial también
Dios me libre de corregirte, @pinjed, pero esa V… 😉
Dicho lo cual, me lo anoto, que tras la desaparición de Tiger Woods, andamos huérfanos.
Odio el golf totalmente, pero adoro los juegos de golf. Herencia familiar