Análisis de The Shivah: Kosher Edition

Con ese apellido Dave Gilbert casi parecía predestinado desde su nacimiento a dedicarse a esto de hacer jueguicos pixelados con puzles point’n’click y diálogos inteligentes. Quizá la inspiración le llegó algo tarde, después de trabajar unos años como profesor de inglés en Corea del Sur, pero desde luego le llegó con fuerza y con la misma virulencia le ha devuelto la providencia su propio feedback, por llamarlo de algún modo. Fundó Wadjet Eye Games —entregada al desarrollo de aventuras gráficas de la vieja escuela— poco antes de que la explosión atómica de lo indie nos irradiara con amor retro hasta la última célula, paralelamente desarrolló su primer título comercial, The Shivah, y meses después se acercaba a su modesto tenderte de la GDC 2007 la que se convertiría en su esposa y compañera de trabajo, la programadora Janet Gilbert. Han pasado siete años, once juegos y una hija, así que los Gilbert han decidido que quizá era buen momento para recapitular, echar la vista atrás con un proyecto que les recuerde cómo empezó todo: un remozado de The Shivah: Kosher Edition.

Juegazos como Gemini Rue o Resonance son un buen ejemplo de hasta qué punto los Gilbert dominan unos estándares estéticos y mecánicos que murieron hace dos décadas, pero que nadie ha olvidado. El diseño de los personajes y los entornos de esos dos títulos y del nuevo The Shivah tienen una inspiración directísima y evidente: los clásicos de LucasArts como Monkey Island o Indiana Jones and the Fate of Atlantis. Los que nos pasamos horas combinando pollos con poleas o dando vueltas con un nivel topográfico por unas ruinas en Creta somos gente sentimental y vulnerable a estas cosas, así que por muy desfasados que estén sus gráficos la mayoría lo consideramos simplemente un estilo atemporal, como el puntillismo, el macramé, la postura del misionero o la navaja de mariposa.

Es en lo narrativo donde los Gilbert miran en otra dirección, y con The Shivah queda claro que la intención es tratar temáticas más adultas, al menos en principio. En esta ocasión seguimos la vida de Rusell Stone, un rabino del Lower East Side de Nueva York en una inacabable batalla interna contra los últimos resquicios de su propia fe. Las cosas no le han ido bien en la vida, su sinagoga es un nido de chinches al que solo va una vieja sorda y las deudas le están comiendo los nervios. La culpa es en esencia suya: su melancolía se tradujo en sermones depresivos, pesimistas, y sus feligreses fueron abandonándole uno a uno tal como reflejan sus correos electrónicos llenos de reproches. Stone ha cometido el peor de los pecados como sacerdote judío: fallarles a sus fieles, fallar como líder espiritual. Y en esas sucede algo inesperado, un crimen que de algún modo que desconoce está relacionado con él y que le ofrece la oportunidad de hacer las cosas bien o, como mínimo, intentarlo.

Quizá el problema con The Shivah es que su impulso es escaso en tiempo y en convencimiento. Apenas unos pocos puzles, algunas visitas y algunas conversaciones, y su tramo final se precipita como si no supiera muy bien cómo seguir atando cabos. La aventura más que encarar su final lo que hace es encogerse demasiado pronto y resbalar en algunos momentos álgidos de la historia que bordean un poco lo ridículo, no tanto por cómo son sino por la sobriedad elegante de lo que les precedía desde el inicio mismo. A The Shivah se le notan tics académicos estructurales, se le advierte la poca experiencia de Wadget Eye Games cuando lo concibió hace siete años y le perjudica un trabajo de voz muy amateur, hecho con entusiasmo pero pocos medios. Pese a todo, en The Shivah converge mucho talento en sus distintas facetas, ofrece una historia muy personal y alejada de lo habitual, y sabe muy bien cómo estimular la masa gris del jugador con algunos rompecabezas de un nivel de dificultad trabajadísimo. Pequeños desafíos nada fáciles de solucionar pero con una coherencia tan sólida y consciente que superar la prueba final dependerá de que hayamos prestado atención al principio. Algo así como lo que pretenden los Gilbert con este lanzamiento: cerrar el círculo. [7]