Análisis de The Walking Dead: Episode 2

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Lo que más admiramos algunos de la obra de Robert Kirkman, además de su tono dramático y su capacidad de analizar a la sociedad con una simple historia de zombies, es la sensación de que el autor se deja llevar, que no sigue pautas ni piensa a largo plazo. En Los muertos vivientes es imposible discernir un esqueleto narrativo reconocible, a pesar de que los cabos suelen estar siempre muy bien atados. Sus protagonistas toman decisiones que entran dentro de lo plausible, elecciones que cualquiera de nosotros aprobaríamos, y es el destino el que se encarga de darle emoción al asunto. Con este segundo episodio de The Walking Dead que lleva por título Starved for Help («hambrientos de ayuda») los guionistas de Telltale nos han colocado en la misma tesitura que a Rick Grimes: la elección es siempre nuestra, pero uno puede controlar lo que el postapocalipsis le tiene preparado detrás de cualquier matojo. Y en un mundo en el que los muertos se levantan para comerse a los vivos, ¿qué presuntuoso idiota pensaría a largo plazo?

Si el primer segmento de la historia ya ponía de manifiesto una vocación evidente por la narrativa, y concretamente por hacernos tomar decisiones, en el segundo capítulo la cosa se ha acentuado hasta límites casi agotadores. Solo necesitáis saber una cosa: nada más empezar nos obligan a elegir entre varias opciones cuando hallamos a un tío atrapado en una trampa para osos: huir y dejarle morir, tratar de liberar su pie de alguna forma o directamente amputarle la pierna a hachazos. A menudo las situaciones más simples son las que tienen un mayor significado, y esta es sin lugar a dudas una alegoría de sobre qué va el juego y, poniéndonos trascendentales, de qué va la vida. Las tres ‘C’ que influyen en cualquier decisión, todos los días, en todo momento: cabeza, corazón y cojones.

Y no se trata solo de elecciones directas. Donde vuelve a hacer hincapié The Walking Dead es algo en lo que Kirkman también ha trabajado en todas y cada una de las páginas de sus tebeos: la psicología. No solo se trata de pensarse bien cada frase que Lee Everett, el protagonista, espeta en los tensísimos diálogos que mantiene con cada personajes, sino también de tener en cuenta cómo afectará lo que digamos o hagamos a un tercer personaje. En todo momento se exige del jugador que se posiciones, que ordene prioridades, que haga balances en cuestión de segundos, sin tiempo para pensar. Porque puedes ser un borde o un tipo amable, pero si no respondes cuando te hablan te tomarán por retrasadico y puede que eso sea peor.

Cómo se desarrolla la historia desde el final del primer episodio es algo que, obviamente, no os pienso explicar. Pero sí os puedo asegurar que el dramatismo sigue a flor de piel, que ha ganado en intensidad y que, tal como ocurre en ciertos tramos del cómic, esta vez los zombies son lo de menos. Ya sabéis que el arco argumental es independiente tanto del tebeo como de la serie, pero el hecho de ir a parar a una granja traza cierto paralelismo con la fuente y su decepcionante adaptación televisiva. Aquí los problemas, como nos encanta comprobar a los amantes de lo postapocalíptico, son más las personas que otra cosa. La vileza amoral y salvaje que aflora en algunos cuando la desesperación, el miedo y la pérdida les acorralan en las duchas.

La lista de patinazos técnicos del primer episodio se ha visto sensiblemente reducida, y eso es un alivio que invita a pensar que Telltale no guarda el juego completo y nos lo va dosificando por pura maldad, sino que realmente esto se va matizando con cada paso. Los glitches gráficos son ahora muchos menos, aunque el look no se ha visto alterado en absoluto y las texturas a baja resolución siguen en muchos escenarios. Los punto de contacto para interactuar con personas u objetos siguen distribuidos de forma confusa, pero a medida que uno avanza es fácil habituarse a la cojera de sus mecánicas y adaptarse sin problemas. El resultado no es perfecto, pero sí mejora la anterior experiencia.

Telltale vuelve a afinar su pluma en una segunda curva que prefiere obviar casi por completo los puzles de lógica y los inventarios y dedicarse a lo que ya subrayamos al principio como su evidente leitmotiv: la narrativa. Las ramificaciones de actos y palabras que conforman el tejido de una historia que, irónicamente, parte de una decisión algo cuestionable como convertirla en una aventura episódica. Eso sí: algo que demuestran tanto Lee Everett como las mentes que lo crearon es que cuando uno elige, lo hace hasta las últimas consecuencias. Así debe ser. [9]