Análisis de The Walking Dead: Season Two – Episode Two

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The Walking Dead: Season Two – Episode One

La maldad humana cuando las leyes ya no son más que libros para alimentar hogueras en acampadas ambulantes es uno de los activos más poderosas de The Walking Dead, tanto del videojuego como de toda la franquicia. Los zombis que le dan título y que sirven de gancho inicial para los advenedizos son solo un elemento más del entorno, como el agua en Waterworld, la sequía de combustible en Mad Max o los imbéciles imprudentes en la noche de San Juan. Los problemas serios de verdad los traen los vivos, ya sean dentro del propio grupo en busca de la convivencia y la seguridad o fuera de él cuando está en juego exactamente lo mismo. No obstante, faltaba algo que los juegos todavía no tenían y sí aparecía en la serie y el tebeo: una figura maligna, un villano de manual, un perfecto hijo de puta manipulador, ladino y peligroso. Y parece que este Episode Two: A House Divided viene a plantar esa semillita de mala leche.

El primer plato de esta segunda temporada de The Walking Dead dejó descontentos a algunos. Es comprensible: dejaba de lado la acción para centrarse más en la tensión y sentaba las bases psicológicas de la nueva Clementine, vapuleada su inocencia por una realidad violenta y depresiva en un mondo que, desde luego, no es el mejor lugar para ser una niña. Ese primer episodio, por tanto, se podía considerar de iniciación y quizá adolecía de presentarnos a los nuevos personajes de un modo algo atropellado y brusco. En un juego donde las emociones lo son todo esto repercutía en cierta hostilidad hacia esa panda de extraños, quizá por un sentimiento de protección hacia Clem.

En ausencia de Lee, ella es todo lo que queda de reconocible de aquella inolvidable primera temporada, pero en este nuevo tramo Telltale se ha encargado de dejarnos ver con más detenimiento el rol que cada personaje tiene en el nuevo grupo. Las jerarquías, los rifirrafes, los secretos y los demonios de cada uno empiezan a definirse con claridad y en nuestra mano está dejar que Clem se integre y tome parte en una alianza u otra. Personajes como Sarah, un niña algo mayor que ella a la que su padre ha conseguido mantener aislada del peligro y por tanto todavía conserva esa ingenuidad y fragilidad infantiles, ayudan a reafirmar la idea de que Clementine ha madurado a marchas forzadas y es un adulto atrapado en el cuerpo de una dulce niñita de once años. Ahí los guionistas también han sabido mostrar el contraste entre el carácter de superviviente duro y experimentado de Clem y la forma en que los adultos, que siguen viéndola como una cría, se comportan con ella y tratan de mangonearla sin disimulo. Donde ellos ven a una pequeña indefensa nosotros sabemos, porque la conocemos muy bien, que sabe perfectamente cómo cuidar de sí misma.

Y luego está el enemigo, el villano del que os hablaba al principio y cuya figura aparece por primera vez en la saga de juego. Nada tiene que ver con aquel psicópata secuestrador en Savannah de la primera temporada, ni con la familia de granjeros caníbales, sino que está diseñado pensando en grandísimos manipuladores como el Gobernador o Negan, hombres que aprovechan su inteligencia y su carisma para dominar a quienes les rodean hasta el punto de que compartan ciegamente sus obsesiones. Hitlers del postapocalipsis zombi, Charles Mansons con mochila, para que nos entendamos. Además al personaje malévolo de este nuevo episodio le pone voz el gran Michael Madsen, que parece estar aprovechando la ventaja de no tener que mostrar su actual aspecto desmejorado de alcohólico con sobrepeso y se marca una interpretación brillante y llena de matices, con una voz con ese tono entre la calma paternalista y la frialdad mafiosa que pone los pelillos de punta.