The Witcher 3

Poco después, en una de las primeras misiones principales de la historia, uno de los personajes que debía guiarme hasta una zona determinada me explicaba que vivía alejado de su aldea, que había tenido que exiliarse porque sus vecinos no toleraban su orientación homosexual. Mis dudas sobre la intención del juego quedaron ahí totalmente despejadas: si CD Projekt ha creado un mundo tan abierto y tan hiperbólico en tamaño como el que recorremos en The Witcher 3 no es solo para sacarse la chorra técnica y presumir de una verdadera obra de ingeniería rebosante de contenido, que también, sino porque querían reflejar la realidad auténtica en el mundo cambiante y tormentoso de su lore. O al menos su percepción de esa realidad. Como dijo Chris Crawford, «la realidad es una cosa bastante grande». También lo es el juego.

En efecto, la bronca de la vieja de la escoba no tenía nada de casual: The Witcher 3 está completamente obsesionado con la política, el racismo, el sexismo, la homofobia y otros asuntos de rabiosa actualidad. La mayoría de sus misiones secundarias hablan de la libertad sexual, la pérdida, la depresión, la enfermedad, el acoso, la venganza, la culpa, la codicia. Al igual que consigue la serie Juego de Tronos, las espadas, la brujería y los monstruos son en cierto modo una excusa para hablar de lo que nos rodea, y sospecho que las novelas de Andrzej Sapkowski siguen las mismas directrices. O finge que las sigue. El gran padre del zombi moderno, George Romero, siempre responde con una sonrisa maliciosa y un silencio cuando le preguntan si hace películas de terror como excusa para hablar de política o si habla de política como excusa para hacer películas de terror. Con The Witcher 3 esa vaguedad lo es menos, pero la dualidad motivacional sigue ahí.

Quizá el mayor acierto a nivel de mecánica rolera en The Witcher 3 es no haberse doblegado al maldito autolevel del que algunos somos completos detractores. Toparse con un enemigo que nos triplica el nivel y nos parte por la mitad de un soplido no me parece tan irritante como perder el sentido de la progresión con enemigos que suben de nivel al mismo ritmo que tú. CD Projekt lo ha solventado de la forma más sencilla: hay monstruos con los que no deberías enfrentarte aún, pero puedes intentarlo. Un simbolito rojo nos avisa de la temeridad que estamos a punto de cometer, pero en algunos casos con un buen manejo del esquive y un uso eficiente de la alquimia y la magia podemos vencer al bicharraco si la diferencia de nivel no es estratosférica. La gracia de no haber autolevel es que el crecimiento de Geralt es en proporción al mundo estable y ligeramente cambiante que habitamos, y no solo a un montón de numeritos en una ficha. ¿Qué sentido tendría que te tocara la lotería si inmediatamente después todos los precios se multiplicasen por cien?

The Witcher 3: Wild Hunt es un juego en el que controlas a un cazador de monstruos profesional, y como tal debes ejercer tu profesión: cazar putos monstruos. No me refiero solo a las misiones que se van encomendando a Geralt por el puto devenir de su aventura, sino a la manera en que el sistema (tanto el que subyace dentro del código del juego como su acepción más política, la sociedad que nos acoge) nos invita a dejar un poco de lado esas movidas personales nuestras (la historia principal) y centrar la atención en el negocio, en conseguir y ejecutar contratos de caza para conseguir ingresos que nos permitan adquirir ingredientes para la alquimia o forjar o reparar el material. El clásico vender lo que encontramos también da dinero, pero por la diferencia de precio entre lo que nos pagan por un artículo y lo que cuesta comprar esa misma cosa, creo que Geralt no sería un gran comercial.

Los cambios que se producen en el mundo que exploramos son más sorprendentes por la manera en que se producen que por la verdadera incidencia en la partida. Zonas devastadas por la guerra empujan a los civiles a hacer cola a las puertas de las capitales amuralladas, cabizbajos y con todos sus enseres sobre una mula, mientras los niños juegan a perseguirse a su alrededor, ajenos al drama. Decisiones que tomamos sin darle muchas vueltas presentan consecuencias brutales en los demás, a veces costándoles la vida, la salud o la libertad. Geralt dialoga, nosotros decidimos y ellos sufren.