Análisis de The Wolf Among Us: Episode 5 (y final)

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Como en todas las buenas historias de detectives, el final de The Wolf Among Us busca dejar la puerta entre abierta, lo justo para que la conclusión nos deje dándole vueltas al resto de la historia y haciéndonos encajar en la cabeza todas las piezas del puzle que han ido desprendiéndose durante el relato. Como en Chinatown, El sexto sentido, El club de la lucha o Sospechosos habituales, en los últimos minutos de Cry Wolf se produce un zumbido sordo que da paso a una serie de citas, pedazos de diálogo de episodios anteriores, resonando en el cerebro de un Bigby asombrado. Está viviendo una epifanía, un momento “¡eureka!” en el que elementos sin importancia de la historia se encajan para formar un matiz, un plot twist que nos deje el culo torcido. El problema es que eso parece funcionar con Bigby, pero no tanto con el jugador.

El brochazo final de ambigüedad sirve para que uno se haga muchas preguntas y trate de aclarar sus dudas en los foros. Si eso era lo que buscaba Telltale, entonces perfecto, aquí paz y después gloria. Pero tras verlo tres veces seguidas, al arribafirmante le cuesta horrores sacudirse la sensación de que el giro argumental no está a la altura del recurso que sus guionistas tratan de utilizar, que toda esa estupefacción no está justificada y que el sobre bajo la puerta que la historia nos desliza, es demasiado confuso y poco relevante. O eso creo yo.

Empezar el análisis del capítulo final de The Wolf Among Us hablando del mayor tropiezo de todo el guion global es un poco agresivo y hasta cierto punto injusto, pero tengo una razón de peso: quería sacarme de encima la mancha en el historial lo antes posible para dedicar el resto del texto a cantar sus mieles, frotar su espalda y chupar su po… poderosísima capacidad de atrapar al jugador. O al espectador. O al lector. Yo qué sé.

Y es que, si bien las mecánicas de los juegos de Telltale son las que son y no vale la pena mencionarlas en cada texto, en este quinto capítulo se las han apañado para que los muy abundantes y muy buenos momentos de acción tengan todo el sentido y la intensidad incluso enjaulados en esa maraña de quick time events para preescolar. La persecución enloquecidas y en especial la lucha encarnizada contra uno de los enemigos más odiados de la historia nos dan la dosis que necesitábamos de Bigby enfurecido, dejándonos incluso apreciar lo que Internet llamaría his final form; su versión más silvestre, el puto lobo comeabuelas y soplacasas que habita en nuestro bestiario mental desde que éramos niños. Y eso, joder, hay que celebrarlo.

El banquete de venganza tiene una conclusión mucho más abierta y variada en posibilidades de a lo que Telltale nos tiene acostumbrados. El hacer las cosas bien y luego perder la paciencia, o el perder la paciencia y luego tratar de arreglarlo, o el ser implacable y violento de principio a fin, o el dejarse mangonear… Todas las opciones están en el menú de esa penúltima escena preñada de voces distintas, de opiniones opuestas y de perspectivas particulares, generando un estupendo crisol político y moral en el que Telltale chapotea cómoda y divertida, ofreciéndonos comentarios de todos los colores sobre temas tan punzantes como la pena de muerte, la justicia social, la corrupción, el proxenetismo, o la negligencia institucional. Y yo, que soy de los tontos que en los debates siempre está de acuerdo con el último que ha hablado, lo he vivido como una montaña rusa maravillosa de argumentos, dobles verdades y of course but maybe.

Telltale culmina esta primera temporada de The Wolf Among Us dejando la sensación de haber hecho algo mucho más homogéneo y con mayor personalidad que The Walking Dead. Sin la intensidad de los dramas a vida o muerte de Lee y Clementine, pero con la idea clara de adaptar Fables de Bill Willingham marcando a fuego su faceta más noir, subrayando lo más oscuro de ese estilo: los bajos fondos del crimen organizado, la violencia, el cinismo y las motivaciones sexuales. Y sobre todo termina dejándonos a todos con unas ganas locas de seguir encarnando a Bigby, conociendo mejor a sus personajes y presenciando la deprimente sordidez de Fabletown, sus callejones meados, sus ceniceros llenos de colillas, sus paredes agrietadas, sus tetas de neón rosa; sus yonquis, sus putas, sus chulos, sus matones y sus sapos que hablan. Quizá ese mundo no sea muy agradable, como el propio Bigby, pero desde luego sí resulta fascinante. [9]