Análisis de Titanfall 2

Lo primero que dijo sobre la campaña de Titanfall 2 su guionista, Jesse Stern, nos pilló un poco por sorpresa. «Nos estamos esforzando para contar esta visión de un conflicto colonial global, la historia de la revolución americana y la guerra civil en el espacio», comentaba a Forbes el pasado mes de marzo. «Y en vez de optar por la ciencia ficción tradicional, quisimos imaginar lo que sucedería a la práctica, con naves que parecerían máquinas diseñadas para la excavación y la construcción, que se adaptarían para ser parte de una guerra». En la campaña de Titanfall 2, qué cosas, no hay absolutamente nada de todo eso. Hay una milicia muy parecida a cualquier otra y un grupo de malos que han tenido una idea no precisamente nueva: construir una arma gigante que puede destruir planetas enteros de un pepinazo. Es, joder que sí, ciencia ficción tradicional. Es también una buena campaña, a pesar de esa trama totalmente olvidable y de una inteligencia artificial incapaz de aportar brío a los tiroteos; tiene que ser una buena campaña, decía, porque he leído por ahí menciones a Half Life 2 y a Super Mario Galaxy.

Yo mismo me acordé de Dog, el robot de Alyx, mientras paseaba con BT-7274. La relación entre titán y piloto no emociona ni sorprende como se pudo pensar en algún momento, pero el recurso del androide inocente y bonachón sigue siendo lo bastante agradecido; las opciones de diálogo están ahí para hacer compañía —ni decisiones, ni consecuencias, ni nada especialmente alejado del escopetazo en la puta cara—, pero ese tono medio simpático y ligerito es justo el que le conviene al juego.

Salvando las distancias, que no son pocas, entiendo también la referencia nintendera. En Titanfall 2 hay más ideas y más mecánicas desechables que en la mayoría de FPS: la pulsera que permite viajar en el tiempo solo durante una misión o la electroherramienta, protagonista en una breve sección con ventiladores e interruptores, apuntalan una variedad que partía ya con ventaja gracias al plataformeo y a los titanes.

Que en Respawn Entertainment saben de esto un rato largo, vaya. Y aunque un par de vacas sagradas le vienen bien a cualquier discurso, los mayores aciertos de este segundo Titanfall estaban en el original. El fabuloso control, lo mismo cuando disparas que cuando corres por las paredes y encadenas saltos dobles, vuelve a ser lo más destacable de un título instantáneo y fino, con el que resulta exageradamente fácil conectar —no hay que darle muchas vueltas para ver el paralelismo entre jugar y pilotar.

Es una cuestión de accesibilidad, muy bien estudiada y aplicada con una elegancia envidiable, que de nuevo se ejemplifica con los modos de juego. Vuelve Desgaste, con esos minions casi inofensivos para que todos aporten algún que otro punto al casillero, y Cazarrecompensas se estrena como evolución lógica: los torpes soldaditos de la IA sueltan dinero, pero los jugadores del otro equipo te esperarán cerca de la caja fuerte donde debes depositarlo. Aunque de vez en cuando cae un Duelo por equipos o un Dominio, son las dos primeras modalidades las más preocupadas por mantener el juego siempre en marcha.