Análisis de Tomb Raider

Creo que no llegué a colgarme pósters suyos en la habitación, pero tengo muy buenos recuerdos de la señorita Croft y de su primera aventura. A partir de entonces, nuestra relación no dejó de deteriorarse: me gustó más el original que su venerada secuela —tal vez porque esa segunda parte ya no la pude jugar en Saturn— y me pareció ridículo, en varios sentidos, todo lo que vino a continuación. Con 13 años ya era un poco hater.

Del primer Tomb Raider, decía, recuerdo con especial cariño un par de cosas: el tiranosaurio, claro, y la posibilidad de subir a las plataformas haciendo el pino puente. En cierto modo, quisiera poder echar aquello de menos.

El reboot más necesario y decidido que he visto arranca con el naufragio del Endurance y con su tripulación arrastrada por la tormenta hasta una playa del triángulo del Dragón. En ese archipiélago japonés podría estar el reino perdido de Yamatai, justo lo que buscaba el grupo de arqueólogos. Lo que seguro hay en esa isla son los otros, un grupo de salvajes que tardan muy poco en capturar a Lara y atarla para que comience su transformación, su renacimiento manchado de sangre, sudor, barro y lágrimas.

La nueva Lara Croft es incluso más protagonista que la de antes. Por lo prominente de su personaje, que sobresale demasiado por encima de unos acompañantes y unos antagonistas poco trabajados, pero sobre todo por cómo evoluciona en paralelo al propio juego: empieza con miedo, sin saber muy bien qué hacer y tirando de QTE, pero al rato madura, se adapta, adquiere la confianza justa. Y al final se pasa de la raya. A pesar de que el cambio se plantea de una forma correcta, sin ahorrar en violencia, llevando a la joven al extremo desde el primer momento, y de que no se cae en el error de cuestionar sus actos de una manera forzada —solo hay un intento tímido y tópico al final, con el villano diciendo aquello de «ambos hemos matado para sobrevivir»—, la transición es un poco brusca y no sabe cuándo parar.

La acción no es un problema per se, pues Tomb Raider hace muy bien todo lo que se propone; disparar es divertido, mecánicas como la cobertura automática o el contraataque en el cuerpo a cuerpo están muy bien diseñadas, las escenas que más evidencian la influencia de Uncharted encajan y los puzles, aunque sencillos, aciertan al apostar más por las físicas que por las palancas y los bloques. El equilibrio entre géneros se tambalea en el tercio final, pero nunca se rompe, y cuando resulta previsible es porque se ordena como toca, no porque esté mal. Sin embargo, está claro que el tono es más coherente y todo funciona de maravilla mientras te preocupas por la chica, mientras sus caídas y rasguños te duelen a ti también; seguramente no conviene pensar de dónde sale o qué significa realmente ese instinto protector, pero la cuestión es que Crystal Dynamics se beneficia de ello cuando lo usa a su favor. No era necesario cambiar el arco improvisado por otro en plan Crysis 3, ni encontrar un lanzagranadas justo cuando aparece el tío con la torreta, ni asaltar una fortaleza para matar a varias decenas de enemigos en cinco minutos.

No es sutil, ya digo, pero sí fácil de relativizar. Los tiroteos nunca le comen todo el terreno a la exploración plataformera y la presentación de un nuevo entorno se aprovecha siempre como es debido. Excelente, el trabajo que ha permitido crear tanta variedad —bosques, templos, montañas nevadas, cuevas varias— sin renunciar a una ambientación muy definida y al empaque de una localización única y más o menos conectada. El desarrollo es lineal, marcado siempre por un único objetivo, pero muchas áreas de la isla acaban juntándose con otras —gracias a una nueva herramienta, generalmente— y siempre es posible viajar instantáneamente entre los campamentos descubiertos. La libertad es bienvenida, pero no determinante: incluso las áreas más abiertas son moderadamente pequeñas, así que la exploración se queda a medias y la densidad de coleccionables empacha.

Algo similar pasa con las tumbas, poco escondidas e igualmente opcionales. Podrían haber sido una hoja en blanco para el homenaje, un oasis para fans que los nuevos jugadores ignorarían sin problemas, pero nunca van más allá de una sola sala con un único rompecabezas que, por satisfactorio que sea y bien pensado que esté, sabe a poco.

La progresión, cuando no la marca el guión, se divide en dos partes que se gestionan junto a la hoguera. Por un lado está ese buen puñado de habilidades —ya han salido mis amados contraataques, así que puedo mencionar ahora la mayor resistencia o lo que permite ver reliquias a través de las paredes con la vista de superviviente— que desbloqueamos con puntos de experiencia. Los conseguimos avanzando sin más, pero también con tareas opcionales, y hay propina por matar enemigos con cierto estilo, léase disparo en la cabeza o ejecución sigilosa por la espalda. Todo bien, ahí. Menos me convence lo de mejorar armas utilizando «restos» y piezas que encontramos en cajas o saqueando cadáveres. Creo que con eso, que permite convertir un viejo rifle de la segunda guerra mundial en un fusil de asalto actual con silenciador, culata acolchada, y granadas de napalm, se cruza el límite de la concesión. Es deliberado —«Queríamos homenajear las convenciones clásicas del videojuego ((No se me ha ocurrido una forma más clara de traducir y contextualizar «We did want to celebrate game-isms».)), decía en director creativo Noah Hughes—, pero me parece contraproducente.

Con todo, Tomb Raider es un juego más de cómo que de qué. Casi nunca se atreve a hacer nada nuevo, pero siempre demuestra buen gusto y es agradecido con el jugador; el control es especialmente cómodo y todo, desde escalar con el piolet o quemar cajas con la antorcha hasta ejecutar a quemarropa con la escopeta, simplemente se siente bien. Es de los que ponen en evidencia el poco esfuerzo de otros y nos recuerdan que no debemos conformarnos con menos. Y eso gusta tanto como la atención al detalle, con estancias cuidadísimas, con efectos de iluminación y climatológicos que siempre suman, con una destructibilidad magnífica, bien dosificada, y con una cantidad ingente de gestos y movimientos específicos para situaciones concretas. Puede que alguna animación no sea tan natural como debería, sobre todo de cuello para arriba, pero en lo técnico solo se puede hablar de sobresaliente.

Es imposible no recomendar Tomb Raider. Es un juego tremendamente bien trabajado y diseñado, con algo que ofrecer durante cada una de las diez horas de aventura… aunque solo se interesa por su verdadero potencial durante las cinco primeras. Le sobran razones para estar orgulloso, pero le falta un poco de esa valentía que define a su protagonista; con la metamorfosis de Lara más que completada, quedan pocas dudas sobre por dónde seguirá su camino, pero está todavía más claro que Crystal Dynamics vuelve a ser un magnífico compañero de viaje. [8]