Análisis de Transformers: Devastation

Para mí siempre será aquella serie que miré durante no pocas mañanas antes de ir a la escuela. Pocas canciones canté con más fuerza y me inventé con más ganas; nunca he querido saber qué diablos decía la letra realmente, aparte de «Transformers», «Autobots» y «Decepticons».

También para Platinum Games, el estudio que nos comprende y nos abraza y nos dice que todo irá bien, el robot y/o camión importante es aquel juguete de los ochenta. Nadie mejor que ellos para recuperar, con este Transformers: Devastation, la estética y el tono de lo que se llamó la Generación 1.

Y aunque el director Kenji Saito se había encargado de liderar el desarrollo de Metal Gear Rising, lo que tenemos aquí es un juego que reutiliza la plantilla de Bayonetta. Los combos no son tan numerosos ni variados como los bailes de la bruja, pero se mantienen los dos botones de ataque y siguen ahí tanto la fluidez casi mágica como la respuesta impecable a todo lo que dice el mando. En esa parte más básica del control, la diferencia está en la finalización de las cadenas: sin cabellera demoníaca, podemos pulsar R1 o RB para pasar rápidamente a la forma de vehículo y embestir a los enemigos. Ese mismo botón sirve también para esquivar los golpes de los adversarios; si la voltereta se hace justo antes de recibir el impacto, la acción se ralentiza como en Bayonetta.

Que el juego se repita y se recicle a pesar de durar cinco horas no es peor que su forma de intentar disimularlo. No me refiero a los habituales desafíos sueltos ni a los coleccionables de siempre, sino a un sistema de atributos y niveles es absolutamente innecesario, porque desvirtúa la progresión; nunca sabes qué espera de ti el juego y las puntuaciones dejan de estar únicamente relacionadas con la habilidad. Es mucho más fácil conseguir una SS –por alguna razón hay letras, en vez de un emblama Autobot de Platino Puro–, claro, cuando has mejorado tu personaje. De rebote, y porque cada uno se tunea de forma independiente, deja de tener sentido lo de ir alternando entre Optimus Prime, Bumblebee, Sideswipe, Wheeljack y Grimlock; uno de ellos será mejor y lo lógico es seguir potenciando al mismo.

Algo similar pasa con las armas. Hay varias clases –y no se golpea igual con un martillo que con los puños o con espadas dobles–, pero dentro dentro de cada una hay infinidad de réplicas con estadísticas distintas, daños elementales y tonterías para abultar, que no se justifican como uno quisiera y que acaban por incordiar: es raro, en un juego de Platinum, tener que escoger entre lo que conviene y lo que gusta.

Todos esos problemillas importan bastante menos, ahí está parte de la gracia, si conoces a todos estos emigrantes de Cybertron. Los gráficos de Transformers: Devastation no son especialmente buenos, pero han sabido centrarse en lo importante. Que los entornos son un pequeño desastre se te olvida cuando ves a los personajes. Da igual que sus reflejos sean texturas estáticas, que los primeros planos sean poco favorecedores o que algunas sombras se corten mal; el conjunto da el pego y punto. Los mecanismos de la nostalgia están siempre en marcha y llegan a echar humo en momentos puntuales: la primera vez que vuelves a escuchar el sonido a radiocasete roto de las transformaciones, cuando aparecen los logotipos de buenos y malos para pasar de una cinemática a otra… Fantástico, también, lo de recuperar a Peter Cullen y al resto de actores; con ocho años no veía series en inglés, claro, pero la autenticidad de los diálogos se percibe igualmente.

Más allá de ese respeto con el que trata al material original, Transformers: Devastation es destacable por lo que toma prestado de Bayonetta. No podría ser más descarado y no se me ocurre una forma más satisfactoria de optimizar el poco tiempo y los pocos recursos que sin duda se han destinado al proyecto. Pero son también esas comparaciones que no puede evitar las que lo dejan en evidencia: los mejores títulos de esta misma gente han colocado el listón mucho más arriba. Lo que Platinum te da, Platinum te lo quita.

Afortunadamente pesa más lo positivo, especialmente para los fans de la franquicia y/o del estudio, en un juego que cae bien por cómo pone algunas cosas en su sitio: los Transformers nunca debieron dejar de ser juguetes y dibujos para la chavalada; Platinum Games no debería hacer juegos mediocres ni siquiera con Activision. [7]