Menudo cabrón, el gato. El gato de Schrödinger, digo. Hasta Stephen Hawking, un ser de bondad y luz, físicamente inofensivo con la batería desconectada y sin un mecha cerca, dijo una vez que siempre que oye la paradoja del felino en la caja le entran ganas de sacar un revólver. Quizá porque incluso para él es demasiado complicado entenderla, quizá por haberla oído un millón de veces o quizá porque convierte al científico en culpable de su propio fracaso: El propio hecho de la observación altera al observador y a lo observado. Esto lo decía Heisenberg y los caballeretes de Tiger Style parecen haber querido llevarlo al extremo en Waking Mars, un juego en el que la propia interacción con un entorno virgen marciano crece tanto que termina convirtiéndose en la mecánica de avance. Si os digo que controlamos a Liang, un científico, en la primera incursión humana hacia el interior de la superficie marciana, posiblemente se os llene la mente de criaturas asesinas, de robots rebeldes, de zombies espaciales o de portales dimensionales al mismísimo infierno. Nada de eso: Waking Mars transmite placidez desde el principio, nos invita a explorar sus escenarios 2D usando nuestro jetpack sin limitaciones de combustible y sin demasiadas amenazas, y nos regala algunos momentos de relajada belleza y serena armonía. El control da la misma sensación de suavidad que el apartado visual o su protagonista: todo parece bienintencionado porque el desafío no está en saltar de un risco a otro, sino en aprenderse reacciones biológicas y gestionar recursos. Nuestros peores enemigos somos nosotros mismos y cuatro estalactitas quebradizas, pero aquí de lo que se trata de es de combinar las distintas formas de vida (vegetales y no) que uno va encontrando, de modo que generen a cantidad requerida de biomasa para que unas compuertas orgánicas se abran. Lanzar semillas contra zonas fértiles, rociar el brote resultante con agua, recoger la semilla que cae, y así varias combinaciones con distintas especies de plantas y criaturitas, algunas pasivas y otras con un poco de mala leche. De la adecuada y más eficiente combinación de elementos se deriva el éxito de pasar a la siguiente área o tener que desandar lo andado, frustrados y rezongantes, hasta dar con la bolita verde que pasamos antes por alto. A su vez, cada combinación tiene sus consecuencias aunque no estén a la vista, y el sistema de cuevas que vamos a recorrer empezará a mutar desde que Liang ponga su pie de observador presuntamente neutro y no intrusivo en la arenosa superficie de Marte, así que el objetivo último es la sostenibilidad ecológica; meter mano midiendo bien.
Hablar de niveles metroidvanianos sería exagerar un poco, puesto que se puede viajar de una zona explorada a otra pinchando directamente en el mapa, pero sí tienen en común esa forma de revisarlo todo, de tocarlo todo y de animarnos a penetrar cada abertura que nos encontremos en una especie de benevolente alegoría de la sexualidad masculina.
La narrativa en Waking Mars podríamos decir que es de algún modo lateral. Pasan cosas, sí, y el relato es muy trascendental y avanza hasta un final climático, pero se trata de una de esas historias que se podrían resumir en cosa de diez o quince palabras. Su verdadera profundidad no está tanto en lo que sucede sino en cómo lo vive Liang, un personaje prudente y reflexivo pero carismático al que uno se apega en seguida, uno de esos señores introspectivos que ponderan cada decisión que toman y calibran la repercusión de sus descubrimientos con moderación, un tío enamorado de su trabajo que no se deja cegar por la pasión. Un Ryan Gosling asiático de la astrobiología. Al otro lado de la transmisión, en la base, la simpática Amani parece encarnar a otro tipo de científico, alguien más entusiasta e impulsivo, pero a su vez menos comprometido realmente con la investigación, menos pendiente de cambiar la historia y más de salvar el pellejo. Una especie de Pepito Grillo afroamericana. Quizá el mayor problema de Waking Mars sea su propuesta jugable mismo. Lo que a algunos nos puede parecer calmado, apacible y hasta cierto punto relajante, a muchos otros se les antojará parsimonioso, aburrido y en definitiva soporífero. Ambas opiniones están justificadas: Waking Mars no es el baño de sangre, la matanza sincopada o la agitación vertiginosa que la mayoría conectamos con la palabra «diversión», es más una forma sencilla y algo repetitiva de explorar entornos y jugar a experimentar con distintos tipos de plantas y organismos. Es el Tragabolas contra el Quimicefa, y desde luego en la Unidad de Quemados de cualquier hospital os pueden asegurar que este último no era para todo el mundo. Disfrutar de Waking Mars depende más del humor en que esté uno, de lo que le apetezca jugar en ese momento, o al menos eso es lo que diría cualquier defensor del juego. Sus creadores posiblemente agitarían los brazos con una copia de Call of Duty en cada mano y acusarían a los detractores de no tener más registros, de tener un puto erial en la cabeza, y en muchos casos estarían en lo cierto. Pero es justo admitir que juegos como Botanicula han seguido la misma senda con bastante más acierto y, si bien Waking Mars tampoco es para todo el mundo, sigue siendo un buen juego con el que merece la pena probar suerte, girar el modulador un par de veces y comprobar si tenemos sintonía o no con él. [7]
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«Un Ryan Gosling asiático de la astrobiología».
Cada que me dicen el nombre de este señor, me viene a la cabeza su magnífico trabajo en Drive.
Y sobre el análisis, pues que decir. Nuevamente, ha conseguido usted, @pinjed , captar mi atención sobre un título del que no tenía tan siquiera puta idea de su existencia. Merecerá un tiento tarde o temprano, asegurado está.
Por análisis como estos sois la mejor página de juegos en castellano y si no, que venga Dirac y me refute!
+1 todos los que han tras leer la primera línea del análisis se han ido a buscar lo del gato a la wikipedia.
Por lo demás Sr. @pinjed es usted lo que mantiene a esta página en pie, usted y si me lo permite, el escondido Christian.