Análisis de Yoshi’s New Island

Es fácil pensar en Yoshi’s Island como un juego independiente a pesar de ser la segunda parte de Super Mario World, que a su vez casi era segunda parte de Bros. 3. Lo malo de crear algo tan único es que a veces es apropiado dejarlo así, cuidar su recuerdo para que se mantenga especial. No ha sido el caso de Nintendo, que ha intentado, sin demasiada insistencia y de una forma relativamente respetuosa, sacar algo más de Yoshi y sus bebés. En Yoshi’s Island DS usaban cartas distintas que en New Island (mismos gráficos, novedades jugables, frente a novedades gráficas, misma jugabilidad), y parece que el orden de factores sí altera el producto: el resultado es mejor, o más fiel al original, y precisamente por eso las pasa canutas para despertar interés, para ser relevante.

Arzest, antes Artoon, llevan cierto tiempo manejando a Yoshi como pueden, nunca con especial éxito: cuando han querido llevarlo a otros sitios les ha salido Universal Gravitation, y cuando han querido hacer algo más parecido les ha salido Yoshi’s Island DS. Esta vez parecen haber querido un paso más allá en su marcha atrás hacia los orígenes: New Island se aleja del de Super Nintendo tan poquito, con tan poca seguridad, que acaba dejando un sabor de boca raro. Cuando jugué el primer mundo hace no tanto, decía varias cosas que mantengo después de haberlo terminado: que quería repetir lo de 1995, que no conseguía tener momentos memorables, que los pesos y velocidades no terminaban de imitar tan bien como se proponían a los del original, que parecía «valiente más por inocencia que por confianza». Cuando intenta hacer lo mismo que el Yoshi’s Island de Super Nintendo, New Island parece el amigo algo tonto que decide repetir la valentonada del mayor porque cree que puede y le sale mal y le acaba atropellando el tren cuando intenta cruzar la vía justo antes de que pase.

En sus mejores momentos, por otro lado, tenemos un juego con algunos detalles encantadores y buen diseño de niveles, aunque, ya digo, acaben destacando poco entre los más flojos. Son buenos dentro de unos esquemas más o menos tradicionales: son esos en los que las plataformas se complementan bien con la posición de los enemigos, donde tenemos que usar los huevos con precisión pero no se cae en el error de quitar libertad de acción al jugador (un error en el que no cae poco New Island: esas monedas rojas que vienen volando en enemigos que se van demasiado rápido y que aparecen demasiado lejos, que nos hacen ajustar saltos infernales en plataformas móviles y nos obligan a repetir el nivel cuando no hay ninguna forma de completar todos los objetivos). Tiene momentos buenos aunque no consigan ser memorables: es muy bonito que Yoshi eche vaho por la nariz cuando hace frío o que haya bandidos, eso Shy Guys grandes que ya eran multiusos en el original, disfrazados de Ryu y que lanzan hadoukens, pero que el nivel de las gaviotas dé pereza y cuando sale Poochy sea imposible tomárselo en serio es un problema. Poochy no es tonto, se sabe.

Parece que se quedaron con ganas de más, y Arzest recuperan el sensor de movimiento para controlar las transformaciones de Yoshi. Podría comparar la imprecisión de tener que mover al Yoshi transformado en helicóptero, patín o taladro, por decir algunos, con del normal, que juega con unas inercias y una aceleración muy peculiares, pero no: es incómodo y tener que repetir varias veces las zonas de transformación dentro de los niveles por andar meneando la consola para intentar conseguir las monedas rojas o flores que hay en ellas.

Leía en Twitter hace unos días que era preocupante que Yoshi’s New Island sea un juego tan poco importante. Me gustaría quedarme con el mensaje de Kill Screen de que es «una lección de paternidad»; me gustaría decir que el juego me ha parecido malo, directamente, que falla por esto y por esto y por lo otro. Pero no: lo triste es que he visitado la nueva isla de Yoshi y han sido unas vacaciones (en un sentido casi literal: lo he jugado a la vez que Dark Souls II, para cuando necesitaba relajarme y recordar que también hay colorines en el mundo) de las que me voy a olvidar pronto, porque son parecidas, nunca iguales, a otras de hace unos años, pero con souvenirs de imitación. He omitido la palabra refrito hasta el final por un motivo; es momento de ponerla sobre la mesa y perdonar. Te seguimos queriendo, Yoshi. [6]