Análisis de Dead Rising 3

Es evidente que Capcom Vancouver, después de su buen trabajo con la segunda parte cuando todavía se llamaba Blue Castle Games, ha cogido más confianza para acabar de llevar la saga Dead Rising a su terreno. Lo vemos durante todo el juego, pero sobre todo en un tramo final con giro marca de la casa. La franquicia es más suya que de los japoneses, con los números en la mano, y no me parece mal; a saber lo que haría la Capcom nipona de hoy, sin valentía y sin Keiji Inafune.

Dead Rising 3 mantiene esa excelente forma de enfocar el apocalipsis zombi, con un protagonista —esta vez es Nick, un mecánico que no ha cubierto guerras—encantado de rescatar a los supervivientes con los que se cruza mientras prepara su huída. Su ataque de responsabilidad vuelve a tener como efecto secundario una pérdida total del sentido del ridículo, y si lo que toca es abrirse paso entre cientos de muertos vivientes con un vestido de colegiala y un garrote de troglodita, que así sea. El humor, absurdo y negro, sigue siendo la pieza fundamental de un guión esquizofrénico, con cambios de tono exagerados para mantenerte alerta; lo que no consigue la trama, previsible por ser la de siempre, se deja para los jefes finales y las situaciones absurdas. Menos de lo que podría parecer ha cambiado, por suerte, en un juego que responde a la tortura con un brazo biónico hecho a partir de tres piezas del taller. Es una lástima que los diálogos no estén mejor escritos ((Ni mejor traducidos, ni mejor interpretados, en el doblaje castellano.)) y que no sepan muy bien qué hacer con ese toque de crítica social que se filtraba de una forma más interesante en la primera entrega.

Más de lo mismo también en la estructura por capítulos. Hay una cuenta atrás que acaba en bombardeo sobre Los Perdidos y un walkie talkie que nos sopla la ubicación de las personas a rescatar, aunque ahora hay mucho más tiempo para hacer todo eso. Nunca mete auténtica prisa Dead Rising 3, tal vez para poder permitirse un mapa mayor, con cuatro distritos conectados por autopistas. Dicen que esto viene a ser Los Angeles y nos lo creemos —sí es verdad que se identifica el skyline, siempre a lo lejos—, pero no hay nada destacable en estas tiendas y estas calles, más aburridas, más muertas y desesperantemente oscuras cuando cae la noche. Más incómodas, también, sin una zona central que sirva para conectar las otras como sí hacían el parque del centro comercial o la plaza con avenidas del casino. A pesar de los miles de muertos vivientes y de los coches que lanzan ácido, los trayectos de una punta a otra, siempre por la misma carretera, acaban siendo algo demasiado parecido a ir al trabajo; al no querer desbordar al jugador, al no tener Nick la presión que sí soportaba Frank West, se queda uno sin saber muy bien qué se supone que debería estar sintiendo.

Y si no encuentras la entrada, lo más probable es que se abra al alcanzar cierto punto de la historia o con la llave de un superviviente que te encarga misiones secundarias. Esos son los de la vieja escuela, los que te siguen hasta el refugio y, si les dejas una escopeta, te ayudan por el camino. Pueden acabar muriendo, pero se las apañan mejor que nunca y jamás tienen problemas para seguirte —estoy casi seguro de que hay truco, de que se teletransportan a tu lado cuando se quedan atrás, pero me vale. Después están los otros, los que piden auxilio cuando pasas cerca y se van solos a no sé dónde una vez eliminados los zombis de su alrededor; están solo para soltar unos cuantos puntos de experiencia que inviertes luego la tradicional mejora de habilidades.

Puedes si no subir de nivel a hostias. Los combos y los multiplicadores lo hacen más fácil y la exagerada variedad de las armas, más divertido. Bien también por aprovechar mejor los distintos tipos de ataques, los dos golpes más el de apuntar y disparar con los gatillos. El pequeño problema ahí está con las armas claramente mejores (las supercombinaciones, lo dice el nombre) que rara vez desaparecerán de tu inventario; es difícil no acabar abusando de cosas como la Parca Definitiva, una guadaña en llamas que lanza proyectiles explosivos y que puedes encontrar al poco de comenzar.