A menudo se habla de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry como un sorprendente manual filosófico de menos de cien páginas, una historia para niños que esconde la sabiduría del mundo y la sociedad si uno está dispuesto a encontrarla entre sus líneas, pero en esas afirmaciones dignificadoras se obvia una característica que aleja la hermosa novelita del existencialismo que se le atribuye: el buen rollo. El Principito no reniega de los valores morales sino que los añora y los promueve a la vez que reivindica la bondad natural de la inocencia ante una realidad viciada por lo material, y ese es un enfoque que encaja perfectamente con Deiland, un juego de los valencianos de Chibig que se sirve de la famosa y muy potente ilustración del propio Saint-Exupéry en la portada del libro (un niño de pie sobre la faz de un planeta minúsculo) como base para su aventura de supervivencia.
De supervivencia, no obstante, solo tiene el género en el que podría enmarcarse. O al menos el tipo de convenciones y costumbres típicas de esta corriente tan de la actual generación de videojuegos: la gestión de recursos, la correcta distribución del tiempo, la disciplina en mantener un orden y una especie de microrrutina para lograr ciertos progresos en el acomodo del personaje sobre el terreno que habita. En este tipo de juegos la prisa es una constante, ya sea impuesta por las necesidades básicas del muñeco que controlamos o por lo hostil del entorno al que uno debe sobrevivir y adaptarse, pero Deiland escapa la mayor parte del tiempo de ese tipo de presiones. La idea parece ser despojar al género de su parte más incómoda y exigente y centrarse sobre todo en lo agradable, en las pequeñas satisfacciones y las obligaciones livianas. Es un juego de supervivencia sin los agobios típicos de los juegos de supervivencia.
La historia gira en torno a unos niños enviados a planetas pequeños y desiertos para que activen una suerte de magia dormida en el interior de esas esferas. Controlamos a Arco, el hermano menor de esa raza de niños místicos, destinado al más pequeño de todos los planetas menores, Deiland, y en ese contexto la principal tarea que tenemos es ir aprovechando los frutos del lugar para gestar un sistema que proporcione a Arco alimento, refugio y materiales para seguir progresando. La cabaña pasa a ser una casa y la casa puede tener taller; del mismo modo que las bayas pueden ser sustituidas por una cosecha de zanahorias o pescado del lago.
Como en la mayoría de este tipo de juegos la idea no es tanto sobrevivir como adaptarse a base de canalizar las fuerzas naturales a nuestro favor, y eso es algo que Deiland trata con cierto cuidado: el planeta es minúsculo, así que los recursos son limitados, y cada árbol que uno tala para conseguir madera debe ser tenido muy en cuenta. Quizá lo más sabio, siguiendo con ese ejemplo, es esperar a que deje caer sus semillas antes de convertirlo en tablones para poder sembrar más árboles. A pesar del utilitarismo con el que este tipo de juegos retratan lo natural (la naturaleza existe para matarme o para servirme; es una aproximación algo maniquea), Deiland empapa toda la experiencia de cierta voluntad ecologista que sienta muy bien al espíritu positivo y alentador del juego.
La sencillez de su puesta en escena puede servir para que inicialmente uno no le vea fallos a Deiland —ambiciones modestas pero justificadas por dirigirse a un público juvenil—, pero es precisamente al extenderse y dilatar la experiencia cuando el juego empieza a mostrar sus carencias. Una de ellas es justo esa, la sensación de que hay un estiramiento algo innecesario de la duración, con segmentos que se acercan bastante a lo que uno podría tildar de relleno. La otra, quizá la más notoria, es la relación extremadamente superficial que Arco mantiene con los personajes que le visitan o le llevan a otros planetas. En lugar de NPCs que son máquinas expendedoras andantes con las que uno solo comercia o satisface intereses relativos a la mecánica, habría estado bien aportar a través de ellos una dosis mayor de humanidad y emoción que diese más sentido a la historia. La parte narrativa, irregular y algo vacía, intenta atrapar al jugador con tan poco convencimiento que uno desearía que el parecido con El Principito —un desfile algo rocambolesco de personajes con algo que decir— no se limitase solo a la portada y el tono levemente trascendental.
Deiland sabe elegir muy bien, eso sí, lo que se queda de otros juegos y lo que aporta a su versión rebajada y amena del survivalismo digital. El sistema de rotación manual del planeta es algo muy interesante, y las lluvias de meteoritos que caen de vez en cuando (de repente cambia el ángulo de la cámara y hay que rotar el planeta rápidamente para que los pedruscos espaciales caigan en llano y no rompan nada) aportan un placentero calambrazo de urgencia ligera para agitar la partida, una pequeña y estimulante ruptura en la cotidianidad de su dinámica durante la mayor parte del juego. Se le puede achacar, eso sí, un sistema de combate extremadamente flojo contra unos enemigos cuya misma existencia dentro del juego se podría cuestionar. Cuando a Arco se le ofrece la posibilidad de visitar otros planetas, algo que funciona como una especie de dungeons exteriores, Deiland parece aumentar en escala y coquetear con el RPG y el sandbox, pero al final da la impresión de que se trata de tramos accesorios para aportar cierta diversidad. La inmensa mayoría del juego transcurre en el pequeño hogar esférico de Arco y es ahí donde, creo, está la esencia misma de su propuesta.
Como introducción a los juegos de gestión, el proyecto de Chibig tiene grandes cualidades: tiene una mecánica delimitada y muy clara, sabe contenerse en un género donde es especialmente fácil caer en los excesos y los tropiezos de diseño. En lo artístico no necesita echar mano de artificios técnicos ni estridencias de estilo para agradar a los sentidos con un apartado visual sólido y razonablemente bonito y una banda sonora que toma mucho partido en la experiencia sin canibalizar el resto de facetas, resaltando e iluminando ese matiz emocional y sensible del juego. Deiland es profundamente amable en el sentido más literal de la palabra: es un juego hecho con el ánimo de agradar, de complacer y de presentar conceptos propios de su género con tanta delicadeza como claridad. Una cálida bienvenida a su pequeño planeta.
[ 7 ]
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Buena crítica, desde que vi un trailer tampoco me esperaba algo muy distinto de este juego. Me alegro de que haya salido suficientemente bien, pese a que a mí no me interesa demasiado el género de la supervivencia.
Puedo tener un gorila de mascota y un descapotable rojo?
Lloro
@rafainaction
Un trabajo super bonito, ¡mucha suerte con el lanzamiento!