Análisis de Devil’s Third

Esta crítica se centra exclusivamente en la campaña para un jugador. Sobre el modo multijugador se publicará otra la semana que viene, unos días después del lanzamiento en Europa de la versión para Wii U.

El tesón de Tomonobu Itagaki es envidiable. Más de uno querría (y aquí me incluyo, por supuesto) tener la confianza en su propio trabajo que él tiene. De haberse rendido antes los numerosos problemas que sufrió Devil’s Third durante su desarrollo (sobre ellos ya hablamos un poco en el avance), «no tendríamos la oportunidad de trabajar más en esta industria», explicaba el productor japonés en una entrevista. «Nuestro deseo era completar el juego a toda costa mientras establecíamos la estructura de nuestra compañía, desarrollando el juego en sí y manteniendo la compañía en marcha al mismo tiempo». 

«Al final pudimos hacerlo gracias a Nintendo, que lo hizo posible junto con toda la industria, y también gracias a la expectación de todos los fans y jugadores que estaban esperando. Con todo ese apoyo, no podría dejarlo todo y marcharme». Quizá no podía dejarlo todo e irse, pero está claro que ese «a toda costa» ha tenido consecuencias en un juego que ya viene cargado de ideas no especialmente brillantes, sin necesidad de problemas financieros, estructurales o de cualquier otro tipo que pongan la zancadilla.

Devil’s Third es un juego de acción en tercera persona que mezcla disparos en perspectiva subjetiva, el tipo de combate cuerpo a cuerpo que uno podría esperar de la firma de Itagaki y todos los tics, manías y lugares comunes del diseño de third person shooters desde 2007 hasta 2010, los años que pasaron entre la marcha de Itagaki del Team Ninja y de Koei Tecmo y la presentación al público de Devil’s Third en el E3, todavía de la mano de la ya difunta THQ. Occidentalización o muerte, un tema también muy de esos años; Devil’s Third absorbe y asume muchas ideas que eran ya en su momento objeto de burla o hacían que más de uno levantara la ceja. Nada aquí es nuevo, pero sí llevábamos un tiempo sin verlo: hasta el estudio menos inspirado de la industria del entretenimiento churrero ha dejado de lado usos y costumbres en los que Itagaki y su equipo se recrean.

El mundo se va al garete cuando una organización terrorista deja fuera de combate los satélites que, orbitando alrededor de nuestro planeta, controlan básicamente todo. Eso es lo que se nos da a entender; en cuestión de segundos, el caos es absoluto. Aprovechando este desmadre y ante la llamada del deber, escapamos de la cárcel y nos salimos, junto a un equipo de militares, en busca de los responsables del ataque global, antiguos compañeros: solo nosotros, que conocemos sus motivaciones y sus destrezas, podemos plantarles cara.

Que no lo es, por otro lado. Es un juego aburrido y pueril, que se esfuerza en no dejar rastro en la memoria; cuando no estamos recorriendo interminables pasillos grises y marrones en los que todo es exactamente igual (esto ocurre mucho más a menudo de lo que debería: en las peores secciones la repetición violenta de pasillos llega incluso a marear), estamos disparando en zonas abiertas con cajas y piedras colocadas estratégicamente para servir de barricada, aparentemente inspiradas en los assets de cualquier tutorial de Unity. Aunque a un nivel básico la combinación de disparos en primera persona y seudo hack and slash en tercera funciona razonablemente bien, en ningún momento se aprovecha, ni funcionan de manera conjunta: son cosas totalmente separadas que solo los enemigos, que son muchos, pueden combinar; nosotros, como en Ninja Gaiden 3, solemos quedar a merced de los enemigos con armas de fuego mientras intentamos encargarnos de los que nos atacan con espadas o cuchillas. 

No llega a ser frustrante ni extraordinariamente difícil ni, por lo demás, interesante: ni algún momento que llegar a apuntar maneras durante los enfrentamientos con jefes finales acaba dejando poso, porque en general lo mejor que se puede decir de los jefes finales es que la mayoría de sus patrones de ataque son, si bien no originales o inteligentes, legibles y no demasiado difíciles de seguir.

Decía Itagaki que Devil’s Third iba a ser «un avance para la industria», que iba a «llevar los shooters a otro nivel». Quizá sea cierto: como un pararrayos, el juego de Valhalla Game Studios recoge todo aquello olvidable y aburrido que hicieron los shooters del pasado, lo condensa, lo mastica y nos lo entrega procesado, como el gato que le da a su dueño un cadáver de ratón destripado. Todo esto ya no se puede hacer, parece que nos dice; todo esto está mal, y esto es un punto y aparte. Ni siquiera creo que los problemas de framerate (muy graves) y otros problemas técnicos sean reseñables, porque aun solucionándolos Devil’s Third seguiría siendo un juego erróneo, pobre de espíritu, confuso en su intención y ejecutado con mala mano. Le reconozco a Tomonobu Itagaki el mérito de haber creído en el juego y en su equipo incluso en los peores momentos; las declaraciones grandilocuentes sobre Devil’s Third y sus bondades, eso sí, o son producto de la maldad o de la demencia, o, quién sabe, de las dos cosas. [3]