Análisis de Disney Infinity

Puede que la infinitud que promete el título de Disney Infinity no sea del todo fiel a la realidad, aunque quizá sea mejor decir que sí, que es infinito, pero nosotros no sabemos verlo. Mejor, no más preciso: como sabe Iker Jiménez, los niños ven cosas que los adultos no. Disney Infinity es un juego para niños, y no de 0 a 99 años: nadie que haya pasado los 13 años podrá disfrutarlo del todo, seguramente. Con Toy Story 3, Avalanche ya ensayaron lo de replicar la sensación de estar realmente manipulando juguetes como hacíamos con nuestros muñecos cuando éramos niños y estábamos tirados en el suelo de la habitación, poniendo la imaginación en marcha; con Disney Infinity van en la misma dirección, un paso más allá.

La caja de Infinity es innecesariamente grande, como lo son todas las cajas de juguetes. En ella vienen el juego, las instrucciones, una base que se conecta a la consola por USB, tres figuras, una ficha de Playset y otra que, colocada bajo los muñecos, ofrece una pequeña ventaja dentro del juego, en este caso un bonus de vida. Colocando una ficha de Playset en la base se accede a las distintas aventuras, en las que sólo se pueden utilizar las figuras que correspondan a ese mundo; con el pack inicial, tenemos acceso a Los Increíbles, Monstruos University y Piratas del Caribe, con una figura disponible para cada uno de esos mundos (Mr. Increíble, Sully y Jack Sparrow, respectivamente, que hacen aparecer a sus representaciones virtuales en el mapa del juego). Además de las aventuras cerradas, tenemos la Toy Box: un editor con el que crear nuestros propios niveles, que luego podemos compartir; también se pueden descargar niveles creados por otros jugadores.

Suena más complicado de lo que debería, quizá, teniendo en cuenta que son niños los que tienen que jugarlo, y eso es porque todo es un punto más complejo de lo que debería. El progreso de las aventuras no es especialmente difícil de seguir, pero sí la navegación por las distintas opciones, las maneras de aprovechar el contenido del juego, cómo interactúan los objetos que conseguimos en ellas con los materiales que tenemos disponibles en la Toy Box, por ejemplo, o muchas de las opciones disponibles en el editor, muy potente y brillantemente diseñado pero sólo aprovechable si vamos a por él con muchas ganas. Está, también, más limitado de la cuenta al principio: es necesario jugar, y jugar bastante, para desbloquear más y más piezas que usar en el editor, algo que a un niño le encantará hacer pero que un adulto quizá encuentre algo menos atractivo. Como sea, recordemos: es un juego para niños, y no quiere ser nada más.

Como tal, no se puede decir que Infinity no sepa lo que se hace. Engorros de usabilidad aparte (algo que un crío podrá saltar por encima a la que trastee con el juego un rato, aunque nunca dejen de poner un poco la zancadilla), las aventuras están diseñadas para resultar atractivas al tipo de jugador que se divierte recogiendo coleccionables, rompiendo cajas y resolviendo tareas sencillas y de no mucha duración. No hay grandes misiones épicas ni situaciones especialmente inesperadas; no hay hostilidad hacia el jugador, porque los personajes que usamos no son de verdad, sino que son versiones de juguete de los que hemos visto en las películas. No jugamos como Jack Sparrow: jugamos como la versión de juguete de Jack Sparrow; no jugamos como Mr. Increíble: jugamos como la versión de juguete de Mr. Increíble.

Contando las tres campañas que se incluyen en el paquete inicial, no se puede decir que Disney Infinity sea especialmente corto. Cuatro o cinco horas por aventura (en mi caso: imagino que a un niño le durarán más, o a alguien completista que quiera conseguir todos los objetos y terminar todas las misiones), las tres estructuradas de una manera similar: sandbox con una serie de misiones principales que mueven la endeble historia y otras secundarias que nos dan experiencia y dinero. Tanto la de Los Increíbles como la de Monstruos University se disparan en el pie por no saber aprovechar del todo sus características únicas: ni los superpoderes ni la mecánica de sigilo y sustos acaban siendo importantes ni interesantes, y en demasiadas ocasiones se opta por la vía rápida, con misiones basadas en simplemente repetir una serie de cosas un número determinado de veces, ya sea llevar cosas de A a B o recoger cierta cantidad de objetos.

Piratas del Caribe es otra cosa. El combate es algo menos complejo que en Los Increíbles (sólo un poco, en verdad), pero brilla en muchas otras cosas: aunque los personajes tampoco mejoran a medida que consiguen experiencia, sí hay un sistema de progresión del barco que nos lleva por los mares que anima a buscar objetos y conseguir dinero para comprar mejores velas, timones o cañones; el plataformeo es más divertido, y la exploración de diferentes ambientes y zonas del mapa es más variada, amén de tener mejores puzzles, un desarrollo más interesante y más posibilidades una vez terminada la historia. No es el juego más complejo del mundo, pero de los tres que se incluyen con el juego es sin duda el mejor.

No he tenido acceso a más Playsets de cara al análisis.

No es difícil entender el porqué conceptual de ese hecho (al fin y al cabo, para jugar con esos personajes tenemos que colocar los muñecos en la base), pero así como en Toy Story funcionaba muy bien aquí la cosa no acaba de verse tan clara. Cuando menos de juguete es la historia, mejor funciona: cuando surcamos los mares en el juego de Piratas del Caribe, por ejemplo, todo tiene más sentido que cuando repartimos estopa a los robots de Los Increíbles. Es un buen punto de partida para la Toy Box, pero no tan bueno para las aventuras individuales; si son juguetes, en el fondo, ¿por qué demonios no podemos meter a unos en el mundo de los otros? Disney Infinity es un juego sobre la imaginación, pero en más de una ocasión, y casi nunca por los motivos correctos, se empeña en limitarla.

Como en Toy Story 3, es buena idea jugar con otra persona, partiendo la pantalla y compartiendo partida. Para compartir aventura es necesario, eso sí, tener al menos dos muñecos del mismo mundo; el pack inicial es insuficiente para jugar en cooperativo, así que preparaos para desembolsar algo más de dinero si queréis echar una partida con vuestro hijo. Este inconveniente es comprensible (quieren ganar dinero, y Jack Sparrow no pega en Monstruos University), molesto (quizá no lo pienses antes de salir de la tienda, y tengas que volver a por otro muñecajo para poder utilizar una función tan aparentemente básica como el cooperativo) y, a veces, difícilmente aceptable: tener distintos muñecos no tiene demasiado sentido dentro del juego, más allá de un par de desafíos y cofres que sólo se pueden abrir manejando a tal o cual personaje. Disney Infinity puede acabar saliendo caro: para desbloquear cierto contenido de las Playsets del pack inicial necesitamos gastar dinero en comprar más muñecos.

Disney Infinity está claramente pensado como una plataforma a la que sacar provecho a largo plazo: tanto por parte del usuario, que cree y comparta contenido gracias a la Toy Box, como por parte de Disney, que desde luego quiere aprovechar y aprovechará Infinity para lanzar nuevas aventuras de su enorme catálogo de personajes, con sus respectivos muñecos. Ahora mismo, sin embargo, es un juego básico, con más fallos y limitaciones técnicas de la cuenta, en el que convive problemáticamente el querer hacer un gran juego con la necesidad de darle salida a la interacción entre lo que hay en pantalla y los muñecos que podemos comprar. Posibilidades hay muchas, y ahí sí que hace justicia el infinity del título; de momento es menos de lo que podría ser, está peor presentado de lo que debería, y es demasiado difícil no ser consciente de ello. [6]