Análisis de Fallout 76

Cuando uno repasa la lista de personajes protagonistas en la saga Fallout no es difícil darse cuenta, solo con leer los nombres, de que la soledad del superviviente posnuclear es un rasgo principal de la experiencia: el Vault Dweller, The Chosen One, Courier, Lone Wanderer, Sole Survivor… Todos ellos apodos con connotaciones cuasi mesiánicas, tipos destinados a cosas importantes pero condenados al destierro y al ostracismo social, si es que queda algo en su mundo que pueda llamarse sociedad. Empezar una partida en cualquiera de ellos siempre traslada esa sensación de estar en una realidad nueva y hostil nacida de las cenizas de lo antiguo. Pero en Fallout 76 ese momento de abandonar el refugio y vernos cegados por la primera luz natural tras 25 años de clausura, esa incuestionable alegoría del parto que es salir a Appalachia por fin abandonado la seguridad del útero subterráneo, se repite decenas, cientos, miles de veces en el mismo instante y en partidas simultáneas en el mismo mundo. Centenares de “elegidos” salen del agujero para llevar a cabo su misión de salvar a la humanidad. Es como esas tiras cómicas del New Yorker con enormes colas de almas pasando una a una por una ventanilla para sellar su entrada al Paraíso; el momento íntimo de epifanía espiritual y de ser entrar en un nuevo universo y de la libertad definitiva se repite de una forma tan maquinal y burocrática que hace pensar en paquetes de carne sobre una cinta transportadora donde un robot prensa, otro empaqueta y otro estampa un logotipo, perdiéndose la dimensión trascendental y reduciendo el proceso a la iterativa percusión mecánica de una factoría, una simple parada más en el tedioso circuito de las cosas corrientes.

Por su propia incoherencia temática como multijugador en un formato de juego vertebrado en la soledad, pero también por muchas otras cosas, diría que Fallout 76 es exactamente eso: solo un producto.

La premisa del nuevo juego postapocalíptico de Bethesda nos propone abandonar el Refugio 76 para explorar Appalachia, la West Virgina del año 2102, veinticinco años después de encerrarnos allí y sesenta años antes de los sucesos acaecidos en el primero de todos los juegos de la serie. Normalmente, como buenos RPGs en cuerpo y alma, todos los Fallout han dado mucha importancia a la narrativa de los registros, los escritos y las grabaciones pero sobre todo a la de los personajes, los asentamientos y las nuevas facciones y dinámicas de poder generadas en el nuevo mundo. En Fallout 76 eso ha sido del todo erradicado: el juego no tiene ni un solo PNJ aparte de los robots que son más dispensadoras parlantes que personajes, y por tanto se volatiliza ya desde la mismísima pizarra en la que se toman las primeras decisiones cualquier atisbo de darle un buen empaque narrativo y una historia solvente y dinámica.

El registro de misiones, eso sí, nos conmina a llevar a cabo encargos que a menudo tienen que ver con seguir el rastro de alguien que exploró el mundo antes que nosotros y fue dejando grabaciones o textos explicando su personal periplo. Todos han muerto, ese vendría a ser un buen resumen, y parece que los guionistas del juego no han querido romper con muchas convenciones en ese sentido, así que la fórmula acaba haciéndose repetitiva muy pronto; las batallitas siempre tienen más interés si vienen de un cadáver, pero el agotamiento llega también antes. Por lo demás, aunque Fallout 76 se ambienta en la muy ajardinada Appalachia, narrativamente es un yermo, un surtido de recados justificados sin mucho esfuerzo cuyo encanto recae más en la posibilidad de salirse un momento del camino entre A y B para adentrarse en estructuras o poblaciones por el simple placer de explorar y descubrir qué se oculta allí.

Creo que recaer es una palabra que aparece a menudo en el inconsciente de quien juega a Fallout 76; hay muchas cosas recayendo. Recae en la exploración emergente la capacidad de sorprender narrativamente (una tendencia que ya percibíamos en Sea of Thieves) y sobre todo recaer en los jugadores la responsabilidad o el deber o la misión de hacer de Appalachia un lugar interesante. Quizá ese sea el mayor de todos sus problemas: el juego confía, con una ingenuidad diría que impropia, en que sean los jugadores quienes entiendan que deben aceptar un rol en ese mundo, convertirse en comerciantes o en constructores o en políticos, formar comunidades y asentamientos; gente que viva en un mismo lugar y lo haga expandirse y desarrollarse, que contribuya y que conviva. Es una meta loable y diría que incluso emocionante, pero requiere de una base estructural muy inteligente y bien trabajada, y Fallout 76 está a kilómetros de ser algo parecido a eso. Para empezar ni siquiera funciona como un MMO, carece de la escala demográfica necesaria en un mismo mapa y del nivel de persistencia, ya no solo técnica sino también conceptual, que requiere un universo virtual en el que uno pretenda echar raíces. Se espera algo del jugador para lo que no se le han dado facilidades, y por eso el sistema de comercio PvP es horrible, por eso la interfaz del C.A.M.P. para construir es capaz de derribar un edificio a medio hacer si uno se equivoca con un botón, y por eso la interacción más frecuente con desconocidos es un saludo incómodo mientras cada uno sigue a lo suyo. e incluso yendo en grupo las misiones están pensadas para que los miembros de la cuadrilla hagan su trabajo por separado. Donde Bethesda soñó con unas dinámicas de rol de altísima implicación en hermosos campamentos de jugadores charlando, protegiendo su territorio, formando facciones, intercambiando bienes y servicios en una suerte de sopa primitiva de lo social y lo digital, de momento solo se puede ver en cada servidor a dos docenas de vagabundos autistas con hombreras, en calzoncillos estampados con la bandera de Estados Unidos y luciendo sombreros de copa y máscaras de Vault Boy, dementes grotescos en chaqué rebuscando en la basura y comiendo carne asada de mutaracha.

Precisamente la parte más relacionable con la indigencia en los Fallout desde el 3 en adelante es aquí uno de los ejes principales: abrir cada cajón, acumular cada objeto mugriento y luego convertirlo en materiales para mejorar, reparar o construir otros objetos en un reciclaje perpetuo que estimula al Diógenes que todos llevamos dentro. La gestión del inventario vuelve a ser ese final boss odioso que nunca te deja en paz, y ni siquiera la posibilidad de emplazar el C.A.M.P. y aprovechar sus 400 kilos de almacenaje parecen ser suficientes cuando uno por fin se decide a intentar grandes hazañas creativas.

Otro de los grandes problemas de Fallout 76 es que, en su afán esencialista, ha convertido el VATS (el famoso sistema opcional de combate rolero con puntos de acción, porcentajes de éxito, críticos y colas de ataques) en una suerte de autoapuntado extraño en tiempo real que no tiene ningún sentido utilizar en la mayoría de ocasiones. Así que el combate recae (otra vez recae) en la vertiente puramente shooter y ahí ya se sabe que los Fallout nunca han sabido cómo aportar valor al acto de disparar. 76 no es ninguna excepción: no existe apenas transmisión de datos sensoriales entre el mando y las manos cuando uno aprieta el gatillo, no sacude la contundencia del retroceso de un revólver del 44 ni tampoco sobreviene esa embestida de violencia que es disparar una escopeta recortada de doble cañón, algo que en un shooter decente se siente como una explosión en las manos y un muro de plomo destrozando al enemigo cercano. No es un placer disparar en Fallout 76, a pesar de que es una de las actividades más requeridas en un mundo en el que todo lo que se mueve y no tiene nick debe ser asesinado, y yo en particular me he visto mucho más satisfecho y apelado por el uso intensivo de mi hacha, con su sacudida ligera y su mazazo potente, aprendiendo a calcular el momento exacto en el que camina hacia atrás y soltar el hachazo para rebanarle el alma a quien se abalanza sobre uno. Ni siquiera el sigilo parece una posibilidad fiable ante tanta arbitrariedad y tantas cosas rotas.

El modo jugador contra jugador, el PvP, arranca con una idea interesante para los lobos solitarios, y es el hecho de que solo se activa cuando un jugador agrede a otro y este le devuelve la agresión. En ese momento el juego lo considera un duelo justo entre jugadores y deja que gane el mejor. Si el agredido no devuelve el ataque, el agresor se convierte en un objetivo para caza-recompesas y aparecer marcado en rojo en el mapa; quien lo mate será recompensado y no será marcado ni penalizado. Si uno es asesinado sin responder con ataques, se le respawnea cerca sin el menor perjuicio. Existe incluso un modo pacifista en las opciones que permite no herir nunca a otro jugador ni siquiera de forma deliberada. Es un concepto interesante que evitar que los exploradores más serenos sufran la amargura de algún sociópata en paro que se dedica a molestar a los demás, pero al hacer el sistema tan cauteloso también se han llevado por delante el propio interés potencial de un PvP que no merece la pena detonar. Eso sí lo han logrado: en Appalachia el civismo es tan exquisito que aburre.

En lo técnico tampoco hay mucho ni muy bueno que contar de Fallout 76: gráficamente es un juego muy inferior a otros títulos que se dedican a recrear espacios naturales parecidos; el rendimiento es muy justo, con problemas para mantener la tasa de frames por segundo y texturas que se cargan muy tarde o se mantienen en su versión más borrosa aunque nos acerquemos a examinarlas; y en cuanto a los bugs, glitches y demás rebaba visible, es el desfile de Macy’s de los errores ridículos que cabía esperar cuando Bethesda decide combinar su dudosa capacidad de crear mundos abiertos bien pulidos con el siempre complejo factor online. Expulsiones repentinas del servidor, spawneo sin ningún criterio, problemas para gestionar variables y mi favorito, una mayoría sonrojante de necrófagos (los zombis requemados que habitan Appalachia) que viven paralizados con las extremidades extendidos como espantapájaros flotantes, y que solo reaccionan y adoptan posturas más naturales cuando se percatan de nuestra presencia y corren a atacarnos. Son como los juguetes de Toy Story pero al revés: estos se pasarían el día sin inmutarse, unos sobre otros en su baúl, y cuando apareciese Andy correrían para intentar comerle la cara.

Es difícil entender cómo se fue dando luz verde al proyecto fase tras fase hasta que finalmente salió a la venta en este estado, y de hecho es la primera vez que veo a los seguidores de Fallout más enfadados que quienes simplemente han venido a buscar un buen juego y se han topado con un estropicio, pero quizá ese sea el mérito que debemos otorgarle a Fallout 76, una dimensión mesiánica como la de todos sus protagonistas: el juego que a pesar de todo insistió en sobrevivir y logró poner a todo el mundo de acuerdo. [5]