Análisis de Far Cry 5

Si uno piensa en el salto conceptual que se produjo entre Far Cry y Far Cry 2 es fácil que le sobrevenga cierto vértigo. Del shooter tropical inspirado en el cine de acción de los ochenta, en la misma onda cerebral poco pronunciada de Commando, Desaparecido en combate o las secuelas de Rambo, se pasó a un ambiciosísimo intento de trabajar con El corazón de las tinieblas y explorar aspectos realmente oscuros de la condición humana. Había grandes diferencias entre lo que habían hecho Crytek primero y Ubisoft después, y aunque se heredaron genes como el de la obsesión por romper barreras tecnológicas con la fuerza bruta, el cambio de rumbo resultó definitivo y marcó la ruta futura de una serie que cada vez vende mejor porque con cada edición parece tener más claro cómo hacerse sitio. El tercer y cuarto volumen acabaron de sellar la hoja de ruta que se había insinuado: del mismo modo que los distintos periodos históricos eran el eje sobre el que se movía la franquicia Assassin’s Creed, las localizaciones más o menos exóticas eran las protagonistas de los Far Cry. El personaje que controlamos pasó a convertirse en una excusa poco elaborada y la carga dramática de Far Cry 2 se fue rebajando hasta diluirse en una orgía de piromanía y balística pesada.

Con las primeras pataditas de Far Cry 5 y el tono ominoso de sus primeras presentaciones, donde se habló del asesoramiento y la profunda investigación sobre temas de sectas violentas en el mundo real, algunos tuvimos la impresión de que el timón podría haberse movido de nuevo, que quizá el nuevo orden en la industria había empujado al estudio a preñar a su siguiente Far Cry de comentario social, de cavilaciones ideológicas y de lecturas en clave sociológica. De chicha intelectual que se acomodase de algún modo en el aceptado y consabido parque temático de las explosiones y la muerte que suele ser la saga. Ahora, después de haberlo jugado del derecho y del revés, de haber olfateado con ansia hasta en sus partes menos expuestas y de haber mantenido ojos y oídos abiertos ante cada estímulo, pudo decir sin que me tiemble la voz que Far Cry 5, para bien o para mal, sigue siendo lo de siempre.

Creo que es importante quitarse de en medio cuanto antes el asunto del contenido político que amenazaba con secuestrar gran parte de este texto desde hace meses, y creo que va a ser muy fácil. No sé hasta qué punto Ubisoft Montreal habrá invertido en documentación y asesores expertos, pero se hace evidente a las pocas horas de juego que la presencia de Joseph Seed y su familia no es más que otro villano de paja, y su maldad no tiene más dimensiones ni es más sobrecogedora que la de cualquier otro villano de la serie.

Sí es cierto que la premisa (una secta armada ocupa el condado ficticio de Hope, en Montana, y recluta, somete o ejecuta a los «infieles») tiene una base real: las Milicias de Montana son una organización paramilitar que nació al calor del asedio policial a otros grupos similares previos. La famosa familia Weaver en Ruby Ridge, Idaho, contra varias unidades del FBI, la ATF y los Marshall; y más conocido aún el tiroteo contra los davidianos de Waco, Texas, una secta liderada por David Koresh, que es claramente la mayor inspiración visual a la hora de caracterizar al actor Greg Bryk como Joseph Seed: el modelo de gafas, la barba, la relativa belleza y sobre todo esa mirada gélida que no parpadea nunca. Varias operaciones policiales parecidas en poco tiempo animaron a un montón de chiflados a fundar las Milicias de Montana para defender, sobre todo, la doctrina conspiranoica del Nuevo Orden y la Segunda Enmienda de la Constitución Americana, aquella que defiende la libertad para portar armas. Quizá en este último punto es donde Far Cry 5 logra atar un cabo más o menos visible con la crítica social, sobre todo porque tanto Seed como sus lugartenientes se refieren a las armas como un derecho, una libertad que debe ser respetada, y ese es precisamente el argumento que más se suele oír en los debates al respecto dentro de la sociedad americana. Donde las MOM capitalizaron la ansiedad social que generó el temido Efecto 2000 (en 2001 la pérdida de miembros fue enorme ante la evidencia de que la amenaza había sido un invento y la milicia acabó disolviéndose), Joseph Seed y su proyecto Las Puertas del Edén pescan en los miedos de la gente ante la posibilidad de un colapso global del que la congregación, aseguran, les quiere proteger. Nunca queda del todo claro si Seed simplemente se ha sacado de la manga un apocalipsis o si el mundo en que se ambienta Far Cry 5 está de verdad cayéndose a pedazos. Quizá las dos cosas, pero en cualquier caso el guion tiene muy claro que prefiere jugar a la ambigüedad en este sentido, que se siente más cómodo sin desarrollar un relato que se escribe en dos líneas porque, ya se encargan de recordárnoslo pronto, al final esto es Far Cry.

Y como tal, como shooter de mundo abierto en primera persona, el quinto juego troncal de la franquicia no solo no se desvía del camino marcado en los últimos años por Ubisoft sino que además parece más enfocado aún en él. Es un juego con las ideas muy poco dispersas, con una conciencia muy nítida de sí mismo y de formar parte relevante de esa pirámide invertida en que se han convertido los triple A de Ubisoft. La fórmula que a muchos trae de cabeza y otros siguen consumiendo lo ha acaparado todo y los proyectos con más presupuesto de la distribuidora francesa parecen ir todos completamente dirigidos a ofrecer una aproximación distinta a esa receta de siempre. Más o menos sigilo, más o menos carga narrativa, más o menos locura destructiva, más o menos táctico, pero todos perfectamente alineados en la misma cinta transportadora que marca los productos con un sello que será mejor o peor pero se ha vuelto inconfundible.

Uno de los añadidos interesantes en este volumen de la saga es la incorporación de compañeros. Soldados rasos o especializados e incluso compañeros animales (un perro, un oso y un puma) que pueden ayudarnos en nuestras incursiones justicieras echando mano de talentos que van del simple fuego de cobertura al apoyo aéreo, pasando por generar distracciones, sembrar el caos a zarpazos, marcar la posición de los enemigos o regar con fuego a los chiflados. El desbloqueo de cada compañero se produce realizando unas misiones específicas que aparecen en distintas áreas del mapa, y suponen una motivación más para llevar a cabo tareas que el simple hecho de acumular experiencia o dinero.

Como no podía ser de otra forma (o quizá sí), Far Cry 5 tiene esos problemas de tono tan habituales en algunos juegos de Ubisoft. La alegría de algunos pintorescos personajes contrasta con las masacres incalculables que se producen en su condado, y la misma heroicidad del protagonista que se supone que viene con un rol de apoyo primero y liderazgo después presenta cierta fricción con las acciones extremadamente violentas que acaba llevando a cabo. La desconexión entre lo que sucede y cómo el mundo reacciona a esos sucesos acaba derivando en una especie de sordera moral a menudo embarazosa. Es algo que se extiende a toda la experiencia y especialmente a un guion tacaño pero sobre todo anodino, que nos arroja una primera idea y luego trata de pasar desapercibido, de no hablar muy alto con tal de no equivocarse. El resultado es un juego divertido y satisfactorio que sabe qué teclas debe tocar y cómo amoldarse a su propia fórmula de una manera expeditiva y directa, que casi parece haber desarrollado su propia memoria muscular para ofrecer al jugador recompensas inmediatas y momentos de gozo fácil, pero que vive anestesiado por la propia estupidez de su relato, por lo superficial de su premisa y, quizá, por su propia pulsión caótica de morteros abriendo cráteres y camiones cisterna estallando en mil pedazos; ebrio de violencia y alucinado con su propia fantasía de poder. [8]