Análisis de FAST Racing NEO

Es curioso lo que hace Shin’en con las máquinas de Nintendo. Por filias personales, me gustaron mucho los dos Nanostray para Nintendo DS, shmups europeos y que le sacaban bastante jugo a una portátil que no destacaba precisamente por su potencia; los Nano Assault me entretuvieron, como imagino que era su intención, y aunque eran juegos sin demasiado fondo sí recuerdo, especialmente el de Wii U, que para los ojos eran una buena golosina: quizá porque trabajaban con unos márgenes muy delimitados supieron sacar uno de los juegos de lanzamiento más vistosos de la última sobremesa de Nintendo. Luego lo llevaron a PlayStation 4: pones las dos versiones una al lado de la otra y la diferencia es minúscula.

Uno de los puntos más fuertes de FAST Racing NEO (secuela de otro de Shin’en, FAST Racing League, para WiiWare) es ese: casi no parece de Wii U. Es un pequeño logro técnico muy de Shin’en: aunque la resolución da lugar a algunos defectos visuales desafortunados, por lo general saben salvarlos por otros lados. Por cada diente de sierra hay un efecto que lo compensa y le resta importancia; es fácil dejar a un lado la menor definición de los 720p cuando traen consigo unos 60fps esenciales para un juego como este. La pantalla se ensucia y hay efectos que vestirían menos si se examinaran con atención, pero a la velocidad a la que se desarrollan las carreras es literalmente imposible pararse a mirar con atención nada. No quieres pararte a mirar nada: quieres hacer un turbo y dejarte absorber por el túnel de hipervelocidad que lo acompaña.

Ayuda a no fijarse en nada la creatividad con que están ambientados los circuitos. Hay algunos ambientados en junglas y desiertos, otros en estructuras gigantescas que flotan a muchos kilómetros sobre ciudades; otros directamente están en el espacio exterior. Hay tornados que lanzan arena y mugre a la cámara, gusanos gigantes que forman arcos de un lado a otro de los quitamiedos, robots araña de diez metros de alto que posan sus gigantescas patas en medio de la carreta, paredes de piedra que se desprenden encima de los corredores. Hay estalactitas y cascadas. Por cada inclemencia hay un efecto gráfico. Es un juego espectacular, en el sentido de que llama la atención, es vistoso.

El resto es una mezcla de buenas y malas noticias. Las buenas podrían ser, por ejemplo, que hay un buen puñado de circuitos y suficientes modos de juego para que correr en ellos tenga miga. La organización es la que uno podría esperar de un arcade de carreras sin ínfulas y con el ojo puesto en los clásicos: están los campeonatos, con sus tres velocidades (a lo Mario Kart; la mejor, por supuesto, es la última que se desbloquea, la que hace que las naves vayan extremadamente rápido) y sus cuatro copas, cada una con cuatro circuitos; están las contrarrelojes, las tradicionales pruebas de tiempo con un objetivo definido por los desarrolladores que podemos intentar batir; hay también varias maneras de jugar con otra gente, tanto compartiendo pantalla como por internet. Son modos funcionales y sin demasiadas complicaciones: van en consonancia con las ambiciones generales del juego.

Más interesante es el Hero Mode, una variante del juego estándar que modifica ligeramente las reglas y lo acerca un poco a ese hipotético nuevo F-Zero que quizá nunca termine de llegar. En el resto de modos de juego, además de la aceleración normal hay una serie de turbos que nos ayudan a escalar posiciones: están las bandas de dos colores en el suelo, que nos dan un acelerón considerable si pasamos por ellas con la nave en el modo correspondiente (con L cambiamos de color); también está la barra de turbo, que se recarga cogiendo unas bolas que hay repartidas por el circuito y que se activa a placer pulsando R. En el Hero Mode, se añade una capa más: la barra de turbo funciona también como barra de vida, y no solo se vacía cuando se usa el boost sino también con los golpes; para compensar, también se rellena pasando por las bandas de colores. Si se vacía del todo, se acaba la partida. Se crea así un toma y daca bien ideado entre usar el turbo para adelantar a los rivales y mantener la barra en un punto más o menos seguro. Para colmo, este modo siempre va a la máxima velocidad; si te sales de la pista, también se acaba la partida.

El pequeño ramalazo creativo del Hero Mode se agradece especialmente en un juego, por lo demás, un poco falto de sustancia auténtica. El diseño de los circuitos, más allá de su aspecto espectacular y sus trucos de parque de atracciones, es una mezcla de buenas ideas (algunos juegos con las bandas de colores, una dinámica que puede llegar a recordar a Ikaruga y discípulos, son divertidos) y secciones poco afortunadas, en parte porque el manejo de la nave casi no parece pensado para ellas: a veces parecen pensados para otro juego en el que los vehículos giran más o planean más cuando entramos en rampas propulsoras. Es un juego exigente a menudo por motivos un poco puñeteros; la cantidad de cosas contra las que uno se puede estampar llega a ser irritante, especialmente por ser tan dispares: te puede destrozar la pata de un cangrejo robot gigante, cosa razonable, pero también una piedrecita en una zona abierta del circuito que parece una oportunidad para atajar si tenemos turbo, pero no. Otra veces sí. ¿Cómo saberlo con certeza, a esa velocidad? El poco gancho de los controles de la nave son quizá el peor tropiezo de FAST Racing NEO: se podía permitir ser funcional y poco interesante en otras cosas, pero serlo en lo que se hace el 100% del tiempo de juego es un defecto.

Esa es, en realidad, la gracia de FAST Racing NEO. Su escudo es su indefinición: no tiene mucha entidad, pero dentro de su conformismo hace todo lo que puede, y lo hace más o menos bien. De forma honesta, al menos; se notan ganas y buen hacer, pero no demasiado espíritu. Le sirve para las primeras veces: los primeros oros en las copas, los primeros intentos en las contrarrelojes, los primeros ratos intentando salir adelante en el (agradecidamente) muy difícil Hero Mode. Más allá de eso, la cosa pierde fuelle sin dejar mucha huella en la memoria. Es lo que hacen los buenos arcades. Los mejores arcades, por su lado, son para siempre; no es el caso. [6]