Análisis de FIFA 16

«En nuestra primera cita, Rafa me explicó qué era el 4-4-2».

—Montserrat Seara, esposa de Rafa Benítez

Un tendón de la rodilla izquierda de Lionel Andrés Messi cede unos milímetros y varios millones de personas se sobrecogen en sus casas; los niños lloran, los padres sufren y los abuelos deciden no cenar. Cristiano Ronaldo pulsa el icono de “Like” en la cuenta de Instagram de una actriz de Hollywood y medio millar de bloggers ponen a prueba su rapidez mecanográfica redactando noticias que acabarán sin duda en un diario de tirada nacional. Royston Drenthe deja el Erciyesspor turco por el Baniyas árabe de un exentrenador del Getafe y miles de risas hacen del mundo un lugar más divertido y disparatado. Lo decía Letras en una de sus últimas reseñas y yo trato de repetirlo cada año como un mantra: el fútbol importa, que no os engañen.

Y a FIFA 16 le importa el fútbol. Le importa tanto que lleva años sin tomar una decisión firme y definitiva sobre cómo encarar el proceso de esculpir el juego de fútbol ideal; si ser más realista o más arcade, si hacerlo más rápido o más lento. Ya son varias ediciones reculando y cambiando de opinión, decidiendo en direcciones alternativas según soplen los vientos de la inspiración y la virtud. El camino que se tomó para salir del pozo donde estaba la franquicia antes de 2007 se ha ramificado y nadie sabe exactamente cuál es la ruta más adecuada para hacer avanzar el género en un sentido absoluto. FIFA surca ahora los mares de la creatividad en una concentrada deriva de arbitrariedad, un vaivén sobre las olas de cada nueva edición anual que de vez en cuando le dan a uno ganas de vomitar por la borda.

Entre tanto deshoja la margarita, EA Sports ha dado con el tragaperras 2.0 que es FIFA Ultimate Team, una máquina del demonio que se alimenta de tu dinero y no duda en emplear sofisticada brujería para atraer tarjetas de crédito hacia sí; ha implementado un sistema de contacto físico que ya parece casi un estándar en los juegos deportivos; y este año incluso ha sido un poco más sensible en lo social para añadir la necesaria categoría de fútbol femenino, aunque sea en condiciones mínimas y hasta un poco precarias. No se puede decir que no se haya avanzado, desde luego, aunque les sigue faltando afrontar con más solvencia la gran asignatura pendiente: un salto gráfico sustancial, una ruptura visual, una proyección hacia el siguiente nivel de simulación de una retransmisión futbolística. Y eso no está sucediendo.

«Soy un tío espontáneo, simpático y diría que hasta atractivo. Y modesto también».

—Luis Enrique

FIFA 16 ha abrazado el fútbol femenino y también los cielos azules y los tonos pastel. Es un juego más luminoso, más claro y limpio en sus menús y menos dado al trascendentalismo competitivo de ceño fruncido y anuncio de Gillette Sensor Excell; más celebratorio. Más Ronaldinho que Cristiano Ronaldo, si sabéis a qué me refiero. Los jugadores son más realistas, el césped tiene una textura más nítida, la iluminación es más auténtica, la ropa parece más real y el balón baila con naturalidad entre los pies de los futbolistas. Las mejoras son muchas pero muy pequeñas. Es el FIFA que mejor se ve, y aun así sigue sin verse como a muchos nos gustaría. Uno lo compara con NBA 2K16 y parecen de décadas distintas. Quizá ese estancamiento sea comprensible y tampoco le saca a uno de la experiencia, pero a una compañía con los recursos de EA siempre es justo exigirle lo mejor de lo mejor.

Bajemos al césped. Este año el péndulo vuelve a oscilar hacia el extremo contrario que el anterior. Si FIFA 15 se convertía a menudo en un loco correcalles donde el sprint lo era casi todo (he metido más goles desde el saque inicial –toque atrás, sprint hacia portería y pase de quarterback a la espalda de la defensa; el gol asqueroso por antonomasia– de los que estaría dispuesto a reconocer), en FIFA 16 volvemos a los centrales con 60 de ritmo que son capaces de cazar a una bala humana de 91. Aquí la velocidad es solo relativa, y la proporción en el sprint se ha ajustado para forzarnos a lo que busca esta edición: volver al toque. Esto ya se siente al tomar el pad tras un año de carreritas vertiginosas, pero se confirma del todo al observar la nueva modalidad de pase tenso añadido al arsenal de recursos en ataque, una herramienta pensada para añadir un matiz de riesgo y recompensa a un sistema que depende totalmente de nuestra capacidad para trabajarnos al rival, amasar bien la posesión y generar espacios. Los porteros este año parecen mucho más enchufados, a veces incluso demasiado cuando tras rompernos los cuernos para llegar a posiciones de peligro vemos el balón caer mansamente en sus guantes. La vieja táctica de repetir una y otra vez el toque con salida en sprint y pase bombeado en profundidad se ha vuelto prácticamente inviable, aunque los contraataques al galope siguen siendo una opción siempre que uno sepa jugar con los tiempos y los espacios. Un buen driblador en este FIFA 16 no es aquel que supera a un oponente sino que sabe mantenerse alejado de él mientras se acerca a la meta contraria. Los llamados sweaters, con delanteras lideradas por flechas supersónicas como Lacazette, Remy, Aubameyang o Ibarbo, se van a morir de pena cuando vean de lo poco que les sirven. Que se jodan.

En lo defensivo FIFA 16 sigue siendo ejemplar, aunque en esta edición da la sensación de que es más importante que nunca saber presionar de forma ordenada, administrar las ayudas, y que el tackle solo funciona si el rival está avanzando. Como le pillemos en plena filigrana la segada se vuelve inútil, casi como si el juego decidiese hacer pasar el balón a través de nuestra tibia con tal de no interrumpir la espectacular animación del delantero. “Calla, coño, y mira esta elástica de Reus”. Si el poseedor del balón está parado o girando sobre sí mismo, la acción acaba en falta demasiado a menudo según el criterio chiflado de un árbitro que tiene el gatillo flojo para acciones a todas luces limpísimas y hace la vista gorda ante patadas voladoras a lo Eric Cantona. Algo así como un Mateu Lahoz con trastorno bipolar.

«La vida es demasiado corta para aprender alemán. Eso no es un idioma, son muchos juntos».

—Verónica Boquete

Todo apuntaba a un modo de fútbol femenino testimonial y pensado para vender algunas copias extra en Estados Unidos ahora que su selección está ganándolo todo, un mero reskin con una leve variación en velocidad. Nada más lejos de la realidad: si bien hay una carencia importante de modos y equipos, la mecánica al controlar un equipo de mujeres se siente muy distinta, más dependiente todavía en la gestión del toque y la precisión técnica, con una presencia aún más atenuada del contacto físico y una exigencia táctica que lo convierte en una experiencia alternativa estupenda, muy flexible y equilibrada, casi como un pequeño experimento de lo que un FIFA 16 más contenido y cerebral pudo ser en toda su extensión y finalmente no fue.

¿Y qué pasa con FIFA Ultimate Team? Pues lo de siempre: que EA ha inventado otra forma de aumentar el caudal de dinero hacia el océano infinito que es su cuenta corriente. Sus arquitectos saben que el ecosistema de los cromitos de colorines ya funciona con la potencia rugiente de una motosierra ultracapitalista, así que lo han dejado todo como estaba y se han limitado a añadir el modo Draft, un nuevo espejismo, un truco final a base de permitirnos elegir entre estrellas inalcanzables en mazos aleatorios y poner en práctica nuestros conocimientos sobre la Química y las posiciones con la promesa de grandes recompensas en forma de sobres con más cromos y otras maravillas imposibles de imaginar. Como modo alternativo de juego es muy divertido, pero el hecho de que te obliguen a comprar “entradas” para participar lo convierte en algo demasiado en contacto con lo menos bonito de las máquina recreativas: pagar.

«Yo no soy galáctico,
yo soy de Móstoles».

—Iker Casillas

Al apagar la consola y meterme en la cama me pregunto si FIFA 16 es el mejor FIFA y no se me ocurre una respuesta definitiva. Es muy lo de 14 con lo bueno de 15 y algunos añadidos que suman unas décimas de valor al resultado final, pero la sensación de estancamiento sigue muy presente. Sigue sin ser todo lo que debería ser, y aunque uno quiere creer que estos tíos de Canadá tienen un plan maestro diseñado, todo apunta a un proceso lleno de volantazos y giros de guion. Antes de abandonarme al sueño, eso sí, mi cerebro todavía diseña triangulaciones y se relame imaginando pases tensos filtrados que baten dos líneas de una vez, y desea que ojalá mañana fuese domingo para no quitarme el pijama en todo el día y pasarme las horas entre los partidos de la Premier y el modo Temporadas. Quizá eso es lo que cuenta de verdad. [8]