Análisis de Firewatch

En la película Martyrs, una violentísima obra cumbre del llamado nuevo extremismo francés, su director Pascal Laugier nos hace asistir en el cuarto de hora inicial a un secuestro y al asesinato a sangre fría de toda una familia a la que seguimos en su idílica mañana de domingo durante varios minutos. Las imágenes son brutales y el objetivo es dibujar un punto de partida en la historia, sí, pero sobre todo hacer que el espectador afronte el resto del metraje en un estado de agitación importante. No solo nos está avisando del nivel de truculencia de lo que vendrá después: también manipula nuestra disposición anímica para que asistamos al devenir del relato recorriendo exactamente el circuito emocional que él ha diseñado, sin salirnos del trazado ni un centímetro. «No es una película sobre la tortura, es una película sobre el dolor», dejaba caer en una entrevista.

Una de las señales de inmadurez que el videojuego todavía arrastra respecto al cine como medio de expresión narrativa es el escaso interés en esta forma de encarar sus guiones desde cierta óptica manipulativa. La manera en que la inmensa mayoría de juegos insisten en una curvatura simple: un inicio de algún modo accesible y una cuesta arriba en el nivel de implicación del jugador; solo el roce con la historia y los personajes a lo largo de la partida hace que surja la chispa de las emociones profundas.

Un excelente ejemplo de lo contrario es el primer nivel de The Last of Us, que no solo sirve para aportar una información sobre el pasado de Joel que condiciona cualquier gesto o actitud suyas y que ofrece un recuerdo que pesa como una losa sobre el personaje, invisible pero siempre presente para el jugador, sino que también fabrica en tiempo récord un vínculo de empatía entre el jugador y Joel a través de la tragedia más desgarradora. Con un solo tajo directo al alma, Neil Druckmann nos brindaba un protagonista de cierta complejidad psicológica y también nos colocaba justo en el estado de ánimo adecuado. Ahora otro personaje barbudo ejerce el mismo embrujo en nosotros: el protagonista de Firewatch se llama Henry y se podría definir, y de hecho lo hacen dos adolescentes estúpidas con las que topa en su primer día de trabajo, como «un pobre hombre triste en el bosque».

La microaventura de texto con la que arranca el juego nos habla de los últimos quince años en la vida de Henry; cómo conoció a su esposa Julia, cómo evolucionó su relación y cómo una letal combinación de ese duro golpe que la vida nos tiene reservado y una serie de decisiones cuestionables ha terminado dando con los huesos del protagonista en una torre de vigilancia antiincendios de la Wyoming rural, a 14.000 kilómetros de su mujer, en su Australia natal. Este prólogo nos invita a elegir las respuestas de Henry en situaciones concretas a lo largo de esa década y media, algo que el juego utiliza para crear un versión sutilmente personalizada del personaje en función de nuestras decisiones, pero sobre todo para lo que explicaba antes: pasar por los hechos recientes en la vida de Henry nos coloca a un bajísimo nivel anímico. Intercalados con con esas ramificaciones de texto nos encontramos con breves segmentos jugables en los que el protagonista sale de casa, carga su camioneta, llega al parque nacional de Shoshone y emprende una caminata hacia el puesto de trabajo al que le han destinado.

La abrupta tristeza con la que nos hacen encarar el inicio de la historia contrasta con el diseño pixaresco de su faceta visual: encarnamos a un Wreck-it Ralph en bermudas, por unos bosques de bellísima factura y una iluminación anaranjada que baña todo el territorio. Es un verano con un especial riesgo de incendios, por eso gran parte de la vegetación parece seca y amarillenta, pero el entorno que ha preparado Campo Santo disfruta una notable variedad: cañones, bosques, cuevas, colinas, lagos, ríos con pequeñas cascadas y una orografía plagada de majestuosos pedruscos gigantes, clavados en el suelo o apoyados entre sí de formas extravagantes. Los senderos conforman un laberinto considerable en el que podemos explorar con toda libertad e ir interactuando con objetos, vestigios de anteriores guardabosques y otros easter eggs que en la mayoría de casos no tienen relación con la trama principal ni es obligatorio descubrir.