Flight Simulator

Se llama Microsoft Flight Simulator y no Xbox Flight Simulator por algo: en lo más hondo de su ser, el esperado simulador de vuelo de Asobo Studio (el mismo estudio francés que sorprendió a propios y extraños con A Plague Tale: Innocence; nada que ver con aviones o aeropuertos) busca el mismo rigor y la misma precisión de un paquete de ofimática, de una hoja de cálculo o de un software de uso profesional. No lo digo como algo malo: tiene que ser así; menos mal que es así.

Casi se echa de menos el número de versión, como en el original de 1982 (¡el mismo año que Robotron: 2084!), que se llama Flight Simulator 1.0 porque era software, no un videojuego. No hace falta dedicarle mucho tiempo para comprobar con alivio que el énfasis en la simulación es casi absoluto: hay desafíos, sí, y hay una zona de entrenamiento en la que, a través de una serie de tutoriales breves y muy compactos, se enseña lo básico para manejar un Cessna 152; hay puntuaciones en algunos sitios y hay logros (sabemos así que es un juego, y no software: el Excel, al menos de momento, no tiene logros), pero todos estos artificios están en segundo plano de una forma muy refrescante. Lo importante aquí es la simulación; por ella hemos venido y por ella nos vamos a quedar.

Quizá seas como yo y consideres que, aunque la semana pasada tuviste dificultades para recorrer una línea recta en bicicleta manteniendo una mínima estabilidad, estás perfectamente preparado para volar un Boeing 787 desde el aeropuerto de tu ciudad (León, en mi caso) hasta el Aeropuerto Internacional de Narita Jasiko, en Tokio, un vuelo de veinte horas a los mandos de un avión de doscientas toneladas con capacidad para trescientos pasajeros. Déjame decirte una cosa: no es así, y para cuando lo compruebes agradecerás que Asobo y Xbox Games Studios hayan tenido la cortesía de ceñir su detallada simulación a las entrañas y las físicas de los aviones y a los efectos climatológicos, en vez de añadir también una simulación de la tripulación que, apenas veinte minutos después de dejar atrás La Virgen del Camino, intentaría asaltar entre alaridos la cabina del piloto, sabiendo ya a ciencia cierta que las subidas y bajadas, los bandazos y los barrel rolls solo pueden significar una cosa: no sabes qué estás haciendo y pronto estrellarás el 787 en algún punto entre Ponferrada y Zamora, porque efectivamente estabas yendo en la dirección incorrecta. Nada que un poco de entrenamiento no pueda solucionar.

En unas pocas lecciones (cinco en las que se explican lo básico para poder pilotar el Cessna y tres vuelos en los que, ya sin la asistencia de la monitora, hay que aplicar lo aprendido hasta el momento) se condensa todo lo necesario para empezar a volar. Es una experiencia francamente alucinante. Nunca deja de sorprenderme la sensación de pilotar usando un joystick (uno más o menos humilde, un Thrustmaster T16000M bastante antiguo, sin palanca y sin pedal), algo difícil de encontrar en cualquier otro género y con cualquier otra configuración de mandos; Flight Simulator hace todo lo posible por hacerse accesible, ofreciendo sets de control para teclado y ratón e incluso para mando, un esfuerzo digno de aplauso (y también un anticipo del futuro del juego, que se espera en Xbox Series X en algún momento) aunque a la larga se quede corto: en el mejor de los casos es necesario un teclado que te dé acceso a los controles que quedan fuera del alcance de un mando, y en el peor hay que personalizar poco a poco los controles para saltarse las limitaciones de no tener teclado numérico, por ejemplo, importante para el manejo más básico del avión.

Este tutorial, en fin, es ideal para entrar en el «pilot state of mind» (como lo llama, muy apropiadamente, la propia monitora) necesario para acometer la parte más libre y abrumadora de Flight Simulator: el Mapamundi, que permite iniciar viajes desde y hasta cualquiera de los aeropuertos que incluye el juego (treinta, cuarenta en la edición más cara, recreados a mano y 37.000 generados por IA siguiendo datos reales; el de León, lamento confirmarlo, no está entre los recreados a mano) personalizando cada detalle del trayecto para experimentar con las infinitas combinaciones que ofrece la simulación. León-Tokio se convierte en una tarea hercúlea, quizá no algo que solo harías si te pagaran por ello pero desde luego sí algo que harías para ver qué siente alguien a quien le pagan por ello (haciendo trampa, por supuesto, y aprovechando tu situación para irte a dormir cuando te plazca o adelantando el tiempo a placer para comprimir esas 20 horas de vuelo en una sesión mucho más razonable para un sábado por la noche en tu casa); aprendes a hacerte objetivos a tu medida y también a volar por puro placer, o por ver desde las alturas tal sitio que conoces o que sabes que es espectacular. Flight Simulator es consciente de que una parte importante del placer de volar está en el hecho de ver el mundo desde el cielo, y por eso una de las novedades más publicitadas (y publicitables) de esta nueva versión es la tecnología que transforma mapas de Bing en el mundo que sobrevuelas con tu avión; no resiste un examen detallado y no le hace falta, porque la sensación de ver la plaza de Santo Domingo, aunque en realidad el detalle de las texturas o la precisión de los modelos de edificios o zonas verdes solo permita intuirla, desde el aire mientras pilotas un Cessna (porque aprendiste) es justo la que quería ser. La simulación no es más rica solo porque haya mejoras en los sistemas que rigen cómo se comportan los aviones cuando hay turbulencias o la fidelidad con la que está modelada la cabina, sino también o sobre todo porque las mejoras en el exterior, en el mundo que ves desde el avión, hacen que puedas ver tu casa en el juego de manera más precisa que nunca, e incluso a la misma hora y con el mismo clima que en tu casa real, cogiendo también esos datos del mundo real.

Es una propuesta suficientemente exigente y abierta como para ser, justo por eso, casi contraproducente si solo quieres sentarte, volar a algún sitio y no pensar mucho. Creo que Flight Simulator realza bien su atractivo con distintos recursos (desde sus tecnologías hasta su propio aspecto, limpio y atractivo pero sin intención de llevarte de la mano a ningún sitio) que ayudan a generar una curiosidad y un gusto por la experimentación muy útiles para simpatizar con una propuesta como esta; sabe tender la mano sin renunciar a sus objetivos, un acierto que no depende solo de la destreza técnica sino también de las buenas ideas y de la inteligencia para llevarlas a buen puerto.

Aunque son menos representativas, en mi opinión, de lo que es Flight Simulator, hay otras formas de jugar mejor acotadas y que sí proponen retos más en línea con lo que uno podría esperar de un videojuego. Las Actividades, por ejemplo, proponen distintos retos hechos a medida: hay desafíos de aterrizaje que plantean distintas configuraciones de avión y ambiente y que no solo te guían por algunos de los aeropuertos más emblemáticos del mundo sino que también te invitan a probar aterrizajes en condiciones climáticas extremas; hay también rutas largas y exóticas que hay que hacer sin ayudas con aviones ligeros; hay algo llamado eventos en vivo en los que consigues una puntuación por ejecutar correctamente la maniobra que se te pide, con sus tablas de puntuaciones y sus evaluaciones en función de lo cerca que has aterrizado de la zona objetivo o lo bien que has seguido la ruta más óptima. Son buenas maneras de probar cosas que quizá no habrías probado de otra forma, o de encontrar trayectos o localizaciones interesantes, algo no siempre fácil cuando tienes todo el mundo para buscar; son contingentes, como todos menos el alcalde en Amanece que no es poco: solo la simulación es realmente necesaria.

Estos desafíos y eventos también apuntan a una vida más larga para el juego y permiten hablar de las oportunidades para la expansión que tiene previstas Flight Simulator. Los eventos semanales están ahí, y también un Mercado en el que comprar más aviones y aeropuertos incluso de los que incluye la versión más cara. Es aquí donde se termina de formar la idea de Flight Simulator como herramienta o plataforma para la que pueden desarrollar otros estudios; ahora mismo ya hay disponibles aeropuertos hechos por Orbx, veterana de Flight Simulator X y otros simuladores. Es un proyecto, en fin, que quiere tener años de actividad por delante, como referente en los simuladores de vuelo domésticos pero también como servicio desde el que comprar nuevos contenidos que amplíen la experiencia. Es uno de los puntos en los que más claramente está en desventaja esta última entrega; años de expansiones y trabajo hacen que otros simuladores, incluido Flight Simulator X, tengan mucho más contenido, al menos por ahora.

Aun pensándolo solo como un punto de partida, Microsoft Flight Simulator es uno de esos juegos que hay que ver para creer; uno de esos que merece la pena ver por lo menos un rato, y que te hacen creyente sin muchas dificultades. Asobo ha traído a nuestros días uno de los simuladores más venerables respetando su naturaleza y actualizando, gracias al uso inteligente de varias tecnologías de Microsoft, la fidelidad de la simulación y también la fuerza de algunas sensaciones mucho menos tangibles y concretas pero a las que es imposible hacer de menos. Pilotar un complejo avión de pasajeros o la avioneta más básica es intenso y exigente, interesante y divertido, pero volar, simplemente moverse por el cielo para ver tu casa desde allí (no una textura plana y borrosa o una maqueta tridimensional plantada en el lugar aproximado donde está barrio, sino tu casa, ahora mismo, mientras llueve como ves que llueve por la ventana), es además apasionante de una manera muy intuitiva e inmediata. Es peligroso ponerse un podcast mientras juegas, como quizá harías en otros simuladores: probablemente tengas que volver a escuchar el episodio en otro momento, cuando estés haciendo algo menos complicado (y quizá menos asombroso) que pilotar un avión.

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