Análisis de Forza Horizon

Viéndolo desde fuera, es fácil subestimar la capacidad del sistema de carreteras de Estados Unidos para fascinar. Recuerdo mi primer viaje en coche por Norteamérica: algo más de 450 kilómetros, atravesando el desierto de Mojave en dirección a Las Vegas por la I-15, eterna. Desde el asiento del copiloto disfruté mucho ese viaje, y desde el asiento del sofá de mi casa tenía muchas ganas de ver hasta dónde conseguía Forza Horizon transportar esa sensación a la consola; es más difícil de lo que puede parecer, y más teniendo en cuenta la intención de Playground Games, el estudio que recoge el testigo de Turn 10 para hacer este spin-off, de hermanar la simulación de los Motorsport con unas pinceladas de arcade, con la intención, quizá, de acercarse a nuevos jugadores a los que la simulación les impone demasiado.

Forza Horizon es, entonces, Forza soltándose la melena y desabotonándose un poco la camisa. Sigue siendo esa celebración del coche, aunque esta vez también quieren dejar patente su amor por la carretera; Playground Games han respetado la filosofía de los Turn 10 de ese Dan Greenawalt que nos decía hace un tiempo que «nuestro objetivo es encender toda esa pasión por los coches, incluso por aquellas personas que todavía no sienten entusiasmo por este mundo, y, para aquellos a los que sí les encanta, queremos avivar todavía más esa pasión».

No es difícil sentir entusiasmo jugando a Horizon. Llegado a este punto iba a decir que yo no soy muy de juegos de coches, pero es falso: me encantan los juegos de coches, aunque generalmente sólo aquellos en los que chocamos y derrapamos de forma irreal y lanzamos rayos por los faros delanteros para reventar al que va delante. Lo que no me fascina, quizá, son los coches, más que sus juegos; sí lo hacen las carreteras, y aquí tenemos de sobra: la red que recorre la región de Colorado en la que se desarrolla el juego tiene kilómetros para dar y regalar, y es un gustazo recorrerla. Sabe bien Horizon marcar objetivos y sugerencias de modo que tengamos que forzar un poco las rutas, explorando áreas que se salen un poco del gran área central donde ocurren, lógicamente, la mayoría de carreras del festival.

Porque ese Horizon que da nombre al juego es un festival; la ficción en la que el juego nos mete nos convierte en uno de sus participantes, y así el juego empieza con las esperables secuencias de grupos de música y gente con pulseritas acreditativas dispuesta a disfrutar de los días de música en directo y coches a toda hostia que parece ser el Festival Horizon. Se nota que hay gente de DiRT en Playground, aunque por suerte han sabido contenerse y no caer en los excesos narrativos del también formidable juego de Codemasters. No tenemos que sufrir la verborrea de Ken Block esta vez, y el tiempo que pasa hasta que conseguimos nuestra primera pulsera para competir oficialmente en Horizon está bien medido; la delgadísima narrativa es suficiente para crear ambiente y deja mucho espacio, algo que está más que bien, a lo realmente importante: conducir por Colorado, que es a lo que hemos venido.

Vamos consiguiendo pulseras de distintos colores a medida que puntuamos en las carreras a las que tenemos acceso, además de desbloquear pruebas patrocinadas y desafíos callejeros, con apuestas y mucho dinero en juego, cuando nuestra popularidad dentro del circuito de Horizon sube a golpe de conseguir puntos enlazando derrapes, movimientos arriesgados y adelantamientos locos. El desarrollo de la parte central del juego es familiar y sencillo de comprender, algo que no está nada mal y que se sabe hermanar muy bien con el mundo abierto de Horizon: más de una vez nos descubriremos saliéndonos del recorrido que marca el GPS por picarnos con alguno de los coches que pueblan las carreteras de Colorado, o por un rumor que nos llega de uno de los coches abandonados que se esconden por el mapa, o por dedicarnos a reventar carteles o intentar superar récords de velocidad en alguna de las cámaras que hay colocadas en ciertos puntos del recorrido. Existe la posibilidad de transportarnos directamente a ciertos puntos para abreviar, pero es un mérito que sepa Horizon animar al jugador a no dejar el volante en ningún momento, y que consiga una red de carreteras que, aun siendo tan extensa, siempre tenga algo que hacer en ellas.

Es aquí donde el juego es más arcade, en los puntos que comparte con, por ejemplo, Burnout Paradise (y por extensión con el futuro Need for Speed), y sorprende también lo bien que conviven ese cierto macarrismo del tuning y las pruebas de velocidad por tramos, entre otros, con la profundidad del sistema de simulación que Horizon no ha querido dejar de heredar de los Motorsport. Los lazos con la realidad no se quedan en las marcas y modelos reales de coches que podemos conducir: también hay unas extensas opciones de personalización para que, quien lo quiera, pueda ponerse el peto y pasarse un buen rato en el garaje poniendo el coche a punto pieza a pieza. Los que prefieran ir más al grano pueden, si los créditos (que ganamos en las carreras y eventos) se lo permiten, mejorar automáticamente el coche para sacarle partido sin preocuparse por ir por partes cambiándolo todo a mano.

Esta escalabilidad de la profundidad es un arma de doble filo. A mí me encanta: saber que puedo pulsar un par de botones y tener el coche optimizado me va bien, porque ni sé tanto de coches ni suelo tener ganas de trastear, pero eso no ha impedido que alguna vez haya ido poco a poco modificando a mi gusto para conseguir lo que más o menos me apetece. Lo mismo pasa con el desarrollo entero del juego: a veces voy muy en serio a hacer carreras y conseguir primeros puestos, y otras simplemente me apetece dar vueltas por el mapa encontrando carteles o haciendo récords de velocidad o retando a gente al azar. Incluso los ajustes de dificultad son escalables, pudiendo modificar muchas cosas: ABS, cambio de marchas, trazado de ayuda, dificultad de los contrincantes… Cuanto más asistidos juegas menos créditos de bonus recibes, así que los que vayan a pelo se encontrarán con jugosas sorpresas al final de las carreras. Y es un arma de doble filo, decía, porque está justo en ese punto intermedio en el que ni es arcade ni es simulación: Horizon resuelve esa papeleta bastante bien reduciendo la exigencia lo suficiente como para que cualquiera que empatice con su filosofía, más desenfadada y juguetona, pueda disfrutarlo ya venga del arcade o de la simulación.

Lo que sí que es rotundo en Horizon es lo audiovisual. Es un juego sólido como una roca: no sólo porque vaya fluidísimo y no pare de sorprendernos con lo intachable técnicamente que es incluso en las situaciones más peliagudas, sino porque también han conseguido en Playground crear una experiencia visual memorable. Siempre pongo el mismo ejemplo, pero es que me impactó mucho: hice una carrera nocturna impresionante, por una ruta especialmente llena de rectas donde ir muy rápido, con las luces de los coches que dejaba atrás pasando a toda velocidad a ambos lados, viendo al fondo los focos de colores del Festival Horizon y con Willy Moon en la radio. Esto nos lleva a la música: las tres emisoras tienen cantidad y calidad, pero (y quizá sea un caso de no-eres-tú-soy-yo particular mío, aviso) suena especialmente bien la orientada al rock, con algunas joyas actuales como Lonely Boy de los Black Keys o Motoring de Toy entre sus canciones.

En sus peores momentos, Forza Horizon es ese tipo un poco más mayor que el resto de la pandilla y que se esfuerza mucho por ser guay; es el señor de cuarenta años que usa palabras que cree juveniles porque las recuerda de su propia juventud, cuando quizá ya estaban totalmente pasadas de moda. Es eso y también es, cuando lo acabas conociendo, cuando se relaja y simplemente es él mismo, el tipo encantador y divertido con el que te gusta pasar tiempo, porque es honesto y sencillamente bueno. Estos son los mejores momentos de Horizon: la balanza se inclina clarísimamente hacia este lado, y el juego acaba siendo el mayor de los placeres cuando deja de lado el rollo algo chusco del festival de música, las pulseritas y un cierto buen rollito que no termina de tener sentido dentro de una ficción fabricada a base de coches rápidos y carreras ilegales y pintura fucsia. Está ahí y no pasa nada, no es como para tirarse de los pelos y en parte es esencial para que Forza se suelte el pelo como lo hace en Horizon, pero que las primeras páginas que nos haga leer sean estas se puede hacer un poco cuesta arriba.

Pero en el fondo lo que importa es que Forza Horizon funciona. Nadie lo había pedido y quizá no a mucha gente se le había ocurrido llevar a Forza a un terreno que es tan poco el suyo, pero el experimento les ha salido muy bien. Mezclar la filosofía de simulador con un planteamiento de sandbox arcade no es fácil: me quito el sombrero ante Playground Games por haberlo hecho tan bien, y sabiendo darle un giro a lo sobrio de los Motorsport sin resultar ridículo. Sea uno de arcade o de simulación, lo mejor en este caso es dejarse llevar y no preguntarse si quieres más a mamá o a papá: se puede querer a los dos, y Forza Horizon se hace querer muy fácilmente. [9]