Aunque en los últimos años ha experimentado su propio revival, como todo, el plataformas en 3D es un género complicado; es difícil que salga bien. En su momento fue el género estándar para experimentar con las nuevas posibilidades de un hardware que acercaba al gran público la tercera dimensión; incluso algunos de los juegos más memorables de esos años bordean lo inaceptable, compensando con su imaginación o su descaro algunos diseños que hoy resultan marcianos, a veces casi ilegibles. Por supuesto, pienso en los de Rare: me encantan Banjo-Kazooie o Conker’s Bad Fur Day, pero son juegos que me producen enormes dolores de cabeza cuando vuelvo a ellos. La industria del videojuego siempre ha sido muy de meterse en camisas de once varas cuando se replican fórmulas que funcionan; si habéis jugado a tres o cuatro soulslike sabréis que, a veces, hacer algo más complejo o barroco no supone un avance sino un retroceso. Uno de los mayores aciertos de Super Mario 64, y el tiempo se ha encargado de darle la razón, fue ser simple; la mayoría de los que fueron después, con sus movesets «avanzados» y sus niveles llenos de recovecos y situaciones únicas, consiguieron al mismo tiempo abrirnos la mente y ponerse la zancadilla de cara a generaciones posteriores.
Y sin embargo los juegos de Rare son absolutamente mágicos, con ese sentido del humor desquiciado y unos niveles en los que podía pasar cualquier cosa. Hell Pie se fija en esos juegos, particularmente en Conker’s Bad Fur Day, para proponer esta aventura en la que, controlando a Nate, el demonio del mal gusto, tenemos que salir del infierno y explorar el supramundo en busca de los ingredientes necesarios para hacerle al mismísimo Satanás su tarta de cumpleaños. Estos ingredientes son, por entendernos, las estrellas del Mario 64, el coleccionable principal; pero hay muchos más, como mandan los cánones del género: desde bebés unicornio, que te dan nuevas habilidades cuando los sacrificas, hasta comida enlatada, con la que puedes alimentar al querubín que tienes como esclavo y que expande tus opciones de movilidad.
Es un juego francamente desagradable, como (imagino) no podía ser de otra forma. El humor de Hell Pie es grosero e irreal, como decían al principio de los episodios de South Park; en ningún momento llega a demostrar la inteligencia de los mejores momentos de la veterana serie de animación, por otro lado, ni consigue darle a Nate un desenlace como el que sí tiene Conker’s Bad Fur Day, otro juego decididamente escatológico y grotesco. Es un tipo de shock humor tirando a infantil y que se queda a medio camino por no querer mojarse más de la cuenta: al mismo tiempo se ríe de los ecologistas que intentan salvar la fauna marina y de quienes piensan que el cambio climático (que acerca la temperatura de nuestro planeta a la del mismo infierno, como vemos en una gráfica en las oficinas que sirven de hub) no es para tanto; los nazis son literalmente cacas con patas, pero al final del nivel de las alcantarillas (adonde vamos en buscan de un tampón usado, uno de los ingredientes, junto con huevos podridos, vómito de alcohol o cocaína, de la tarta de Satán) descubrimos que el objetivo último de las abominaciones a las que los mojones vivientes quieren aniquilar era… comérselos. No me ha resultado molesto y de hecho creo que el juego usa esta aproximación tan vulgar al humor a su favor en algunas ocasiones (uno de los niveles, por ejemplo, es un restaurante de sushi llamado Inside Out ubicado en el interior mismo de la ballena de la que sale la comida que sirven), pero desde luego no parece estar pensado para dar en ninguna diana; más que a un dardo, y por seguirle el rollo, recuerda más a un aspersor de mierda, con todos los riesgos que ello conlleva.
Risas aparte, si por algo destaca Hell Pie es por su desvergüenza a la hora de embutir en cada mundo y cada nivel todas las ideas posibles para que en ningún momento hagas lo mismo que estabas haciendo media hora antes. Lo de la complejidad que decía antes se entiende ahora: desde el hub principal viajas a los distintos mundos que desbloqueas consiguiendo ingredientes para la tarta, que a su vez funcionan como hubs desde los que llegar a otros niveles, más lineales y que en general son lo mejor del juego. Es relativamente lioso, pero te acostumbras; funciona peor si te paras a buscar todos los coleccionables, porque cada zona tiene los suyos propios y no siempre apetece tomarse la molestia de volver a ir a ellas. En cualquier caso, el diseño de niveles es deliciosamente arcaico, más cercano a la ambición imposible de los juegos de PC de principios de los 2000 que a la contención autoconsciente de nuestros días. La curva de dificultad es suave y eso ayuda a que haya espacio para aprender a mover a nuestro personaje, sorprendentemente ágil gracias a la combinación de su propio salto con la mecánica de balanceos del querubín; es en el game feel y en la facilidad con la que la arquitectura de los niveles te pone en apuros ridículos, casi de comedia slapstick, donde Hell Pie mete un pie en los lodos del eurojank.
A la larga, creo que es bueno para el juego: de ser más profesional, más estándar, más estructurado, probablemente sería solo un plataformas en 3D más, con un salto bienintencionado pero mal calibrado. Así, Hell Pie es un buen ejemplo de un tipo de encanto que se ha ganado su propia etiqueta, que parece tener incluso sus fronteras geográficas (¡por supuesto que es alemán!), un juego tosco y cabezón que entra en tu ordenador como un elefante en una cacharrería; quizá un pequeño placer privado, si de vez en cuando también te gusta reírte con alguna vulgaridad.
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«No parece estar pensado para dar en ninguna diana; más que a un dardo, y por seguirle el rollo, recuerda más a un aspersor de mierda, con todos los riesgos que ello conlleva.»
Increíble prosa.
Pregunta tonta, los píxeles de censura que se ven en el vídeo vienen con el juego o es cosa de youtube?