Análisis de Horizon Zero Dawn: The Frozen Wilds

The Frozen Wilds es más una expansión de contenido que se incorpora dentro del propio juego, como complemento a lo que ya existía, que un capítulo extra que nos permita añadir unas horas más al reloj después de los créditos. El cambio más llamativo que encontramos nada más instalarlo es que, al abrir el mapa, se añade una zona desconocida al noroeste, donde antaño terminaban las montañas, y una nueva rama desbloqueable dentro del árbol de habilidades —aunque un poco más estrecha que las demás— que nos permite reparar y arreglar nuestra monturas. Para iniciar la línea argumental propiamente dicha tenemos que encontrar a alguno de los tres NPC situados en distintos sitios del mapa, que nos ofrecen la misión que inicia el hilo de las nuevas historias y nos guian por este escenario extra. A través de ella viajamos de asentamiento en asentamiento, conociendo a los nuevos personajes y conectando con las misiones secundarias y recados. Esta misión, por cierto, la podemos comenzar en cualquier momento, hayamos o no finalizado la historia principal: el menú, eso sí, nos advierte que el nivel recomendado para acercarnos a ellas es el 30.

Y no exagera ni un ápice. Incluso en el nivel más alto del que disponíamos antes de la expansión, el 50, la mayoría de enemigos a los que tenemos que enfrentarnos nos ofrecen una batalla ardua. De hecho, si algo se le puede echar en cara a este DLC, que nos llega casi diez meses después del lanzamiento del título original, es que quizás sería más disfrutable si estuviese integrado dentro de la experiencia de juego completa. A estas alturas, quienes jugasen el juego de salida recordarán sólo vagamente las especificidades de los sistemas de combate, los enemigos y la fabricación de objetos y gestión de los inventarios limitados. Además de la propia subida de dificultad, manejar nuestra bolsa después de tanto tiempo, por ejemplo, se hace un tanto complicado, especialmente cuando la mayoría de objetos de los que disponemos no tienen un valor monetario, sino funcional: es difícil saber si merece la pena vender un corazón de chatarrero para hacerle hueco a una lente de pisoteador, por ejemplo, cuando ya nos hemos distanciado un tanto de la lógica interna del universo.

No quiero decir con esto que no sea una experiencia agradable de jugar: la sensación que transmite es más bien —perdón por la comparación facilona— como intentar recuperar la sensibilidad en los dedos entumecidos tras un largo día de enero en la calle. Al principio cuesta un poco, y duele a ratos, pero tras ese periodo inicial, cuando el juego hace “clic”, y volvemos a entrar en la dinámica, es como si no nos hubiésemos ido nunca.  

Una vez que superamos este pequeño escollo inicial, se hace la magia: empezamos a ser conscientes de que tenemos toda una nueva zona por descubrir, como una réplica del juego en miniatura con tramas y subtramas, enemigos y diferentes tipos de coleccionables —en forma de información o de objetos— que sólo encontraremos aquí. En concreto, el área en la que nos movemos la mayor parte del DLC se encuentra en la frontera entre las zonas dominadas por las tribus de los Carja y los Banuk. Aloy apoya, en mayor o menor medida, a estos últimos, y las disputas entre ambas culturas jugarán un papel relevante en algunas de las misiones secundarias. Es, por tanto, una zona de guerra, en la que nuestra protagonista es de nuevo un ente externo que tiene que ganarse la confianza de los habitantes de la zona para tratar de ayudarles a resolver sus conflictos.

Es una situación que nos suena familiar, pero hay una pequeña diferencia temática entre este nuevo contenido y la trama que ya conocíamos: mientras el juego principal se centra en describir el viaje de la protagonista, en su lucha por descubrir su identidad y su origen, The Frozen Wilds hace un poco más de hincapié en el universo que rodea a esta historia, y en la relación de los habitantes de este mundo postapocalíptico con las pocas pistas y pruebas que les quedan del Mundo Antiguo.  Los miembros de la sociedad tribal interpretan las ruinas de lo que un día fue la humanidad tal y como la conocemos de diferentes maneras: algunos las veneran, otros las temen, y otros tratan de comunicarse con ellas, con una mezcla de fascinación y respeto. No es casualidad que muchos de los personajes que protagonizan este DLC sean artistas, que a través de la artesanía, la pintura o la música tratan de obtener algún significado de los mensajes que, en otro momento de la historia, los humanos dejaron allí sin saber que terminarían cayendo en sus manos. Todo esto lo cohesiona, siempre omnipresente, la idea de que la Historia es cíclica, y la naturaleza del ser humano hace que tendamos a repetir nuestros mismos errores.

Entre todos estos conceptos evocadores y un poco abstractos, tenemos algo a lo que agarrarnos: el gameplay funciona igual de bien que el primer día. Mantiene la combinación de sigilo y ataque, de combate cuerpo a cuerpo con combate a distancia, y la transición de forma natural entre ambos modos. Tenemos armas nuevas y mejoras de las ya existentes, algún que otro tipo de munición alternativo y una buena retahíla de situaciones peliagudas para probar las nuevas estrategias. La mayoría de nuestros oponentes son criaturas que ya conocíamos, pero más poderosas; el juego lo justifica explicándonos que han sido poseídos por una especie de ente maligno que hace sus ataques más mortíferos. Quizás se hubiese agradecido un mayor número de robodinos nuevos para añadir variedad y novedad al asunto, pero es una solución funcional para conseguir mantener el interés y la tensión en las batallas que ya conocemos. En lo que a la exploración respecta, por fortuna, sí se han añadido pequeñas mejoras de algunos elementos que lastraban al juego en su versión original: ya no necesitaremos quedarnos quietos en la misma habitación para escuchar la información que iremos recopilando en las distintas zonas en forma de grabaciones, y el foco – la herramienta tecnológica que permite a Aloy interactuar con las máquinas – tiene algunas nuevas funcionalidades que dan mucho juego, especialmente en determinados puzzles y mazmorras.