Análisis de Killer is Dead

«No me importa. Yo solo ejecuto los trabajos que me encargan». Algo así responde Mondo Zappa, dando unos golpecitos a la cuarta pared, cuando le preguntan si cree «que este juego es ético». No tengo muy claro lo que quiere decir Suda51 con eso, si está lanzando una crítica para otros o si más bien pretende justificar y defender algunas de sus decisiones menos aplaudidas. No sé qué, pero desde luego algo.

Es lógico, supongo, no contarlo todo en un juego sobre la oscuridad. Sobre la que no deja ver y sobre la que equivale a maldad. Sobre la que hay en las personas y en un lado de la Luna. La historia ni siquiera se considera especialmente importante (no da tiempo a leer los textos al inicio de cada capítulo, se repite una conversación a velocidad absurdamente rápida, como en No More Heroes), pero sí insiste en marcar el tono: tras el Goichi obvio y colorista de Lollipop Chainsaw, toca volver al más reservado y agorero; al que se fija en el cine de serie B para inundar cada muerte en litros de sangre, sí, pero seguramente también al que recuerda esas arcadas de cuando trabajaba como enterrador.

Las sombras dominan el estilo visual de Killer is Dead. Las texturas planas y el contraste exageradísimo lo acercan al cel shading, aunque sin contorno; no es tan distinto al que conocemos de trabajos anteriores, pero sí juega mejor con las luces, con los planos. Está más elaborado y no deja pensar en otra opción para representar retorcido mundo que intentan limpiar los asesinos a sueldo de la Bryan Execution Firm. Ahí se sientan los clientes raritos que le presentan a Mondo su próximo objetivo.

Los distintos encargos van apareciendo en orden sobre un mapa del mundo donde caben igual las misiones secundarias que, por reciclar escenarios, se van desbloqueando al cumplir cada contrato. Hay muy poco a destacar en un diseño de niveles genérico, la clásica sucesión de pasillos y habitaciones con enemigos de origen incierto que retrasan más o menos el inevitable encontronazo con el jefe final; por suerte, sí hay intención y buen gusto en gran parte de lo que recubre esos escenarios y en todo lo que los llena. Se agradecen sobremanera los delirantes personajes y las surrealistas localizaciones —el malo más malo es el Rey de la Luna, que nos recibe en su mansión cortándose las uñas de los pies—, pero también que el sistema de combate no se complique la vida. Mondo es lo opuesto a Juliet Starling también a nivel de control y de sensaciones a la hora de cortar cabezas: al mejorar la base de No More Heroes, Killer is Dead refleja el porte de Zappa con su acción fluida, ligera, elegante y mucho más agradable de lo que se podría esperar. Sin ser nivel Platinum, por la falta de profundidad y precisión —es relativamente habitual que salga un bloqueo cuando intentas una evasión—, es un trabajo notable. Lo mejor que ha hecho Grashopper Manufacture a nivel de mecánicas, seguramente.

Un único botón para los espadazos nos deja sin listas de movimientos y sin series complejas de golpes. No puedo decir que no echo aquello de menos, pero tampoco que no he podido conformarme con lo demás: las armas de fuego en el brazo biónico, los puñetazos para romper guardias y, sobre todo los contraataques y las esquivas. Del riesgo-recompensa más básico —y de un vistazo a Bayonetta, tal vez— sale el elemento que aguantan el ánimo del combate durante todo el juego: si evitas una leche en el momento justo, el tiempo se paraliza para que puedas coser a katanazos a tu rival. Lo hemos hecho otras muchas veces, pero el punto extra de personalidad consigue que lo de machacar el mando durante ese momento, mientras la imagen se desentiende de cualquier color que no sea blanco, negro o rojo, sea algo absurdamente efectivo.

Sí, las Misiones Gigolo son sexistas: estas muchachas se vienen a la cama contigo si les haces un par de regalos después de haberles mirado el escote mientras estaban distraídas.

También representan una pequeñísima parte del juego, son opcionales —sirven de poco o nada las armas que te dan cuando les haces el dulce amor—, aburridas y en clave de humor. Una fantasía de Suda51, como siempre, que seguramente se podría haber ahorrado, pero que tampoco me parece tan ofensiva como dicen por ahí.

Lo que puedes hacer bien es la forma que tiene Killer is Dead de compensarte por lo que no puedes hacer. Encadena un número de golpes decente sin recibir ningún daño y verás, siempre que hayas adquirido las mejores adecuadas, al amigo Mondo cambiando sus tajos normales por locas acrobacias. Mejor que eso, activarás las ejecuciones especiales con las que puedes elegir —cada ítem corresponde a un botón para el golpe de gracia—si quieres recuperar salud, acumular energía o un puñado de cristales para comprar nuevas habilidades. Al premio explícito se le suma una vez más la dosis adicional de psicodelia; sin ser demasiado exigente ni complejo, consigue que haya una diferencia brutal entre una partida mala y una decente. Y por eso la cosa queda coja si te vale igual una C que una triple A, si no te fastidia un poquitín que un ataque trapero te rompa el combo.

A mí me fastidia una jodida barbaridad.

La parte negativa de esa base sólida es un progreso menos imprevisible. Killer is Dead no tiene la necesidad de ocultar sus carencias tras esa variedad forzada e hiperbólica que Suda suele gestionar con absoluta maestría. Cuidado: estamos hablando de un juego en el que vas en moto persiguiendo un tigre y luchas contra un tren diabólico. Con todo, es cierto que la sorpresa no es algo tan característico como en anteriores ocasiones.

El sello de un Goichi desatado sigue estampado en todas partes, en las buenas y en las malas: detalles como la cámara que sigue a la bala en headshots idénticos a los de Shadow of the Damned, una banda sonora excepcional y esquizofrénica que mezcla Beethoven y Dvorak con Yamaoka y Jesse and THE BONEZ, escenas como la decapitación XXL en el Área 51 o sutiles experimentos a muy pequeña escala, como cuando te ves a través de los ojos de un enemigo especialmente cabrón que te acosa en sueños, pero también esa presentación a la que le falta un hervor y una duración que se queda algo corta. Ayudan un poco los retos que desbloqueas al encontrar a Scarlet, una enfermera que se esconde dentro de varias cajas en cada fase.

Llevan razón en Edge, insisto, cuando dicen que es desconcertante recibir de Suda justo lo que esperabas. Quizás porque me decepcionó Lollipop Chainsaw, a mí esto me ha venido bien. Y el tío se sigue reivindicando, en cualquier caso, como un autor necesario por distinto, por prolífico y por apasionado. A Killer is Dead no puedo pedirle todo lo que me gustaría como adicto al hack’n slash exigente, pero sí me ofrece todo lo que busco en un videojuego. Carisma y unicornios, por ejemplo. [8]