Análisis de Kinect Star Wars

Cuando el control gestual tenía para muchos más de promesa que de desilusión, allá por 2007, el sable láser iba a ser algo así como el premio gordo; medio mundo quería convertirse en Jedi, Wiimote mediante, y la otra mitad tenía a punto las palomitas. Ninguno de los dos sueños se cumplió. Con Sony y Microsoft apuntándose al carro de las agitaciónes, con más potencia y otro público, llegaría una nueva esperanza. Se materializó el asunto durante el E3 de hace un par de años; allí estaba yo, con mi túnica blanca, comprobando que la la gente no había perdido para nada las ganas de usar la fuerza. Gritos y aplausos para un vídeo que mostraba poco más que intenciones, estaba claro, pero que solo admitía ser visto como un golpe de efecto. Lo siento por ellos, pero la icónica espada de la galaxia lejana es casi lo de menos en Kinect Star Wars. Hay que partir de ahí. Había que empezar con la aventura de acción en tercera persona, eso estaba claro. Era lo obvio, la gente lo quería y el género había funcionado realmente bien en otros juegos basados en la que probablemente sea la madre de todas las franquicias. De ahí sale Destino Jedi, el modo principal del disco. En esa parte, Star Wars se adapta a Kinect con un resultado insuficiente en todos los sentidos. Lo bastante como para dejar que el proceso inverso defina el tono: adaptando Kinect a Star Wars aparecen cosas como el famoso Baile Galáctico, lo mejor del conjunto. Kinect Star Wars es tan desesperadamente heterogéneo que el texto, en nada, se convertirá —lo siento— en poco más que la típica descripción modo a modo ((No quiero decir mini-juegos, porque en todos hay una historia, una progresión que da para horas más que para minutos. Medio-juegos, si queréis.)). La polémica primero, pues. Me gusta el universo de Jorgito Lucas, me sé algunos nombres y, si alguien me lo propone, vería por cuarta o quinta vez la trilogía original. Desde esa posición, no en la indiferencia, pero tampoco en el terreno de lo sagrado, veo los meneos de Han Solo y los manotazos del Rancor como un mal necesario. Entiendo que ofenda a algunos, pero una cosa es innegable: Kinect Star Wars es un producto mejor de lo que sería sin el baile. Está Yoda y en algún momento suena Duel of Fates, pero queda claro que esto no va dirigido a los más fans, sino a los posibles fans más pequeños. Ellos son los únicos que pueden reir las gracias de C3PO y R2-D2 en los menús y los que se pueden identificar con el padawan de corta edad que protagoniza ese Destino Jedi. La imaginación que demuestra tener la cámara a la hora de interpretar varios de nuestros movimientos es un obstáculo menor: falta precisión aquí y allá y el sistema de navegación —adelanta un pie para que el avatar se impulse varios metros y gira como buenamente puedas— es un desastre, sin duda, pero el control llega a donde le exige un diseño testimonial. Enemigos sosos garantizan combates poco satisfactorios y menos emocionantes, los niveles son pesados y simples, las cinemáticas saben muy poco de ritmo y nunca llegan a ser espectaculares… Tirando a mal, en pocas palabras. Solo destacaría un uso inteligente del salto, un uso de la fuerza curioso durante los primeros cinco minutos y lo de desviar disparos con el sable. Se agradecen también las persecuciones en motos deslizadoras y los batallas espaciales sobre raíles, para descansar del tanto combate cansino y cansado. El argumento, por desgracia, simplemente pasaba por aquí; hace poco para suavizar esas transiciones bruscas y no hay información de interés en una trama secundaria que, diría, sucede entre los episodios I y II. Curiosa su forma de casi copiar o rehacer ciertas escenas y algunos elementos de la saga: Chewbacca pilota aquí un Halcón Milenario de los chinos, hay una versión cutre de la pasarela pirata sobre Sarlacc y los gemelos Sith contra los que luchamos al final son, tal cual, Darth Maul en azul. Ese duelo, como el que protagonizan otro par de bosses en la aventura —que se pueden repetir, de forma independiente y con Vader como extra, en un modo aparte— tienen mucho de Infinity Blade: bloquea o esquiva unos cuantos golpes para que te llegue el turno de atacar. Repite tres veces. Consigue un logro. Sin más. Es en las modalidades que uno podría considerar accesorias, aquellas diseñadas con las limitaciones y los puntos fuertes de Kinect en mente, donde el juego mejor funciona. Nunca llegan a maravillar, pero las carreras de vainas resultan entretenidas, no hay pegas al control de los vehículos —se pueden activar ciertas ayudas, por si las moscas, aunque yo prefiero no usarlas— y los circuitos son lo bastante vistosos. Incluso el contexto es más convincente, con Watto intentando sobreponerse años después de la marcha de Anakin y Sebulba vacilando como vieja gloria. Rancor Desbocado es muy de patio de escuela, muy para chavales, pero no está del todo mal; destrozar edificios, masticar civiles y hacer caer Tie Fighters a manotazos, sin mayores preocupaciones, cumpliendo objetivos de ese estilo o buscando la mayor puntuación, pero siempre aceptando que a veces el descontrol por lo salvaje del gigantesco bicho que representamos. Y bueno, ya conocéis al Baile Galáctico. «I’m solo, I’m Han Solo. I’m Han Solo. I’m Han Solo, Solo». Un Dance Central concentrado, 15 canciones que adaptan sus letras con desigual fortuna, sin tutoriales que, la verdad, tampoco hacen falta. Es preciso, es divertido, es la asignatura para la que Kinect no necesita estudiar. Vuelvo a solidarizarme con aquellos que que se sienten ofendidos al ver ese senador Palpatine que se anima con pasos como «El abrazo del Wookie». En cualquier caso, y lo digo por experiencia, tomárselo con humor es posible y merece la pena. Total, repito, ese no es el verdadero problema de Kinect Star Wars. No me importa que casi nunca se tome en serio igual que no me pregunto a dónde habrá ido a parar casi todo lo que se enseñó en el tráiler de hace un año. Sí me preocupa lo de seguir chocando contra la misma pared y volver a usar la excusa de esos críos que se lo pasan bien con cualquier cosa. Hay que hablar de decepción en un conjunto que se salva por la cantidad, la variedad y la posibilidad de jugar siempre a dobles, donde los éxitos sirven solo para esconder errores. Supongo que debería terminar con alguna gracieta sobre la —no— compañía de la fuerza o la carencia de fe; me quedo con la segunda, pero sobre todo con la sensación de que a ellos tampoco les importa. [5]