Análisis de Life is Strange – Episodio 1: Chrysalis

En la serie de televisión Veronica Mars la siempre adorable Kristen Bell nos convencía con una mezcla de fórmulas cautivadora: un modesto thriller de crimen e intriga empotrado en una ambientación de instituto con sus animadoras, su deportistas cachas, sus empollones y sus marginados. Mi debilidad por las películas de instituto actuó como una toxina paralizadora y me tragué sus tres temporadas en poco más de una semana. El secreto, quiero imaginar, estaba en el acierto de sus guionistas a la hora de unir conceptos de cine negro (la audaz detective privada con un talento especial, atormentada por la muerte de su amiga, condenada al ostracismo social, arrinconada por sus antiguas amistades, en una peligrosa travesía por la jungla de corrupción y tráfico de influencias de la comunidad pija a la que investiga) con un ecosistema adolescente del que todos conocemos sus peculiaridades después de dos generaciones de películas y series de instituto, una especie de dimensión paralela con sus propias reglas y poderes establecidos al margen de la sociedad adulta.

Siete años después sigo recomendando Veronica Mars indiscriminadamente y Life is Strange, al menos en su primer episodio, me la ha recordado mucho.

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Dontnod nos propone la historia de Maxine Caulfield (que comparte apellido con Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, la novela por excelencia sobre la angustia adolescente, la alienación y la presión por dar con una identidad; cero casualidades aquí), una joven que, cinco años después de mudarse a Seattle, vuelve a su pequeña ciudad natal en Oregon para asistir a una prestigiosa academia de fotografía donde sus dificultades para relacionarse y la presencia de una comunidad de elitistas pijos haciendo deshaciendo en el campus a su capricho. Hasta aquí tendríamos el clásico drama adolescente: una avalancha de first world problems magnificados por la inmadurez y apuntalados por la incomprensión de los adultos, un episodio de relleno de Física o química. ¡Pero no! Si a Veronica Mars le movía la necesidad de resolver un crimen y su propia habilidad heredada para la investigación, la locuacidad tajante y la deducción, lo de Max Caulfield se aleja un poco del noir para adentrarse en las aguas de la ciencia ficción: Max descubre que tiene sueños premonitorios y que puede retroceder en el tiempo.

A diferencia de relatos como El efecto mariposa o Regreso al futuro, Max solo puede rebobinar la acción unos pocos minutos, a menudo para solucionar eso que los franceses llaman l’esperit de l’escalier, el acto de pensar la reacción más adecuada o la respuesta más ingeniosa cuando ya es demasiado tarde para hacerlo. En cada tramo del juego, un símbolo en forma de espiral nos marca los puntos de inflexión de una conversación o una acción que acaba de acontecer y nos permite retroceder hasta antes de que se produzcan, todas las veces que queramos, hasta modular la respuesta adecuada, orquestar el plan infalible o corregir una metida de pata.

A pesar de unos diálogos poco naturales y menos trabajados de lo ideal, Life is Strange hace un muy buen uso de su propia linealidad bifurcada, su voluntad de transmitirnos el mensaje de que a veces en la vida no existe una respuesta ideal y de que en ocasiones se trata de decidirnos por Guatemala o Guatepeor. Incluso cuando una decisión parece la correcta y acertada, el cosmos relacional de personajes llenos de secretos y miserias diseñado por Dontnod puede conspirar para acabar lanzándonos al cenagal. Quizá el no limitar el rebobinado a escena por escena (una vez salimos por la puerta, la suerte está echada), habernos permitido retroceder hasta donde queramos, habría sido una apuesta mucho más potente y arriesgada, pero sin duda un nuevo estándar en las aventuras gráficas vertebradas por la narración.

El tramo final sugiere levemente que quizá en próximos episodios ese don sobrenatural de Max se siga desarrollando o que encontremos nuevos usos para el retroceso temporal, como una especie de teletransporte manual a base de cubrir espacios mientras manipulamos el tiempo. Pero está claro que Life is Strange no tiene intención de ser simplemente un Elige tu propia aventura con post-its para hacer trampas: la cantidad de información que se genera en el diario de la protagonista y en el entorno que nos dejan registrar casi objeto por objeto emparenta el juego con los grandes de la narrativa emergente como Gone Home, donde el escenario y todo lo que contiene componen una literatura desordenada que nos aportan una visión más completa y rica de la vida de Maxine y quienes la rodean.

Veremos si en próximos capítulos sus autores consiguen que se le ve vean menos las costuras a la estructura tan fragmentada, escena a escena, de Life is Strange. Pero las bases, el potencial y el inicio de una bonita historia ya están aquí y valen mucho la pena. [8]