Análisis de Max Payne 3

Cuando en The Verge le preguntan por el objetivo de Rockstar al crear Max Payne 3, Dan Houser tiene la respuesta bastante clara: «hacer un juego de Max Payne», lo primero, responde Houser. El primer Max Payne es de 2001; los juegos han cambiado mucho desde entonces, pero en Rockstar tienen claro que algunos de los motivos que llevaron a Remedy a querer hacer su juego siguen siendo válidos hoy día: «la última tecnología, innovación en el diseño, grandes mecánicas y una narrativa y personas absorbentes para redefinir los shooters en tercera persona». No es que Rockstar no nos tengan acostumbrados a la ambición, y confianza en ellos nos sobra: ya sabemos que apuntan muy alto, y ahora sólo nos queda descubrir si han apuntado bien.

Cuando empezamos a jugar, la situación de Max es distinta a la de la última vez que le vimos: vive en Sao Paulo, Brasil, trabajando como guardaespaldas para una familia de millonarios y lidiando con su alcoholismo y su adicción a los calmantes. Lo segundo lo tiene controlado, porque lleva unos años en una espiral de autodestrucción por la pérdida de, en fin, todas aquellas personas a las que quiso en algún momento y está acostumbrado a hacer todo con una botella en la mano; es lo primero lo que más problemas le causará, y no tardamos en darnos cuenta de ello.

Que el juego se desarrolle en Brasil no parece sólo un capricho de los Houser después de una maratón de Tropa de Élite: se nota que Rockstar quería sacar a Max de su zona de confort, enfrentarle al mundo de raíz, no sólo por sus actos sino también por su pura condición de americano en un país cuyo idioma no habla, cuyas costumbres no entiende y del que no sabe nada, ni nada le interesa. Es un choque interesante que sirve de lienzo soberbio para una historia negra de base clásica (quizá sea porque es un referente imposible de esquivar a estas alturas, pero me ha parecido ver un poco de herencia de Chandler tanto en el conflicto como en su resolución y sus protagonistas, el reparto nada reducido de la historia) pero perfectamente consciente de su necesidad de ser, ante todo, contemporánea.

Rockstar tienen buen hacer para este tipo de cosas: su gusto por lo limítrofe se ve claro en los GTA, desde luego, y aquí han sabido maquillarlo lo suficiente para conseguir el tono de un Max Payne pero con las libertades que les permite que medio juego se desarrolle entre esa clase de gente de trago ligero, nariz curiosa y mandíbula bailona. Han respetado el espíritu de Remedy y han creado una historia potente, que sabe mantener en vilo y meternos los giros y los puntos álgidos en los momentos adecuados, coherente con el esqueleto de shooter en tercera persona del juego pero que huye de lo facilón y lo complaciente y no tiene reparos en enfrentarnos con lo menos bonito si la situación lo requiere. Donde el juego es cien por cien Rockstar, eso sí, es en la enfermiza atención por el detalle y la rotundidad técnica con que Max Payne 3 nos explota en la cara desde el minuto uno.

La última versión del motor RAGE se explota aquí de una manera que hace pensar en la consola sudando la gota gorda para mover todo fluidamente; ni mantiene sesenta frames por segundo constantes ni lo intenta (ni, en última instancia, parece necesitarlo), pero sí consigue ir suave durante toda la partida hasta en los momentos más barrocos. El trabajo de diseño de niveles es titánico: no tanto por su complejidad conceptual, sino por la forma en que cada rincón, por mínimo y prescindible que sea, está cuidado y tiene un sentido. Es un juego lineal con todas sus consecuencias, y en una primera partida quizá no sea plan de ir husmeando por ahí en busca de detalles y secretos (a pesar de que caer alguna vez es inevitable), pero en una segunda vuelta, con las cosas más calmadas y más tiempo para distraerse, la exploración y disfrute del escenario pueden ser un motivo para volver a jugar por sí mismos.

Cuando las pistolas salen y es hora de ponerse manos a la obra (generalmente después de secuencias cinemáticas largas en el mejor sentido: bien dirigidas, bien escritas y mejor actuadas; también imprescindibles, por motivos técnicos: es cierto que no hay tiempos de carga explícitos, y que se puede ir de principio a fin de la campaña sin parar en ningún momento, algo que funciona bien a nivel narrativo, por cierto, pero esto es porque las cinemáticas hechas con el motor del juego esconden la carga que se está realizando en segundo plano, motivo por el que la mayor parte del tiempo no pueden saltarse), Rockstar también tiene a los Max Payne originales en mente: los tiros y el tiempo bala siguen siendo los ingredientes fundamentales. Además de añadir coberturas, algo bastante imprescindible, todo lo que cualquier fan de los originales puede esperar de Max Payne 3 está aquí mejorado, o en el peor de los casos intacto. Los tiroteos son duros, emocionantes; la precisión que nos da el control (apuntado libre, por favor: eso siempre) está en ese punto justo en el que sabemos que si fallamos es por nuestra culpa, pero no resulta frustrante fallar; la sensación de peligro es grande y es habitual morir, especialmente mientras volvemos a acostumbrarnos al sistema de vida sin recuperación automática; tener que echar mano de los analgésicos para recuperar salud es interesante, además de por ser una mecánica relativamente anticuada también por cómo esas pastillas contra el dolor virtuales causan en nosotros un efecto parecido al que provocan en Max: cuando el último enemigo de la habitación cae, buscamos como adictos un bote o dos que nos proporcionen un ratito de alivio, al menos.

Con su parte técnica monumental, su historia donde se ve de arriba abajo la marca Rockstar (con todo lo que ello supone: tendrán sus fans y sus detractores, pero Rockstar es garantía de diálogos brillantes e historias como las que ninguna otra desarrolladora del mundo escribe) y su jugabilidad de hierro, quizá las partes donde más flaquea Max Payne 3 tengan que ver en su mayoría con los dejes de Remedy que se ven aquí y allá, como homenajes y como muestras de respeto por los creadores del original, durante toda la (nada corta) campaña para un jugador. Una de las cosas que menos me gustó de Alan Wake eran los termos de café que, coleccionables, había en puntos más o menos escondidos del escenario. Algunos los vi escondidos de forma ingeniosa, otros molestaban algo menos, pero por lo general esta fiebre del coleccionable me mata un poco el ambiente. En Max Payne 3 la cosa es menos grave, y gran parte de los coleccionables son elementos con los que Max interactúa y de los que extrae información que nos sirve para saber más sobre la historia, su ambiente y sus protagonistas; otros, en concreto las piezas de armas de oro, son una distracción absurda y que no aporta ningún sentido al juego: quizá resta, teniendo en cuenta que cuando eres un alcohólico pastillero pero con gran sentido de la justicia y el honor que tiene que evitar que alguien en peligro muera tiroteado y despedazado por una banda de paramilitares asilvestrados lo último en lo que piensas es en ir recogiendo el bling bling que alguien ha dejado esparcido por las zonas más peligrosas de las favelas. Con evitarlo basta, vale, pero su propia presencia crea un ruido que no le va bien al juego.

Es continuista y su ambición es más perfeccionar y dar carpetazo a la fórmula de los Max Payne, llevarla hasta sus últimas consecuencias, que abrir nuevos caminos, pero eso ha tenido un curioso efecto secundario bastante agradable. Además de la campaña individual, hay otros modos que exploran formas de jugar diferentes; la más sonada quizá sea el multijugador, pero merece la pena tener en cuenta también los modos Arcade y Minuto de Nueva York.

El multijugador es interesante por cómo gestiona el tiempo bala y sus intenciones de crear una comunidad viva a base de clanes y eventos online, además de los ya parece que obligatorios niveles, potenciadores y demás; tampoco va mal de modos de juego, con sus deathmatch, sus team deathmatch y otras variantes como Maxsesino, en la que todos tienen que unir fuerzas para eliminar a Max o Passos, asumiendo su identidad tras ello. Es muy completo en ese sentido, y de hecho me gusta mucho todo el tema del Social Club y la manera en que vamos desbloqueando elementos, muchos de ellos muy importantes; no creo, no obstante, que sea un motivo de peso real que lleve a nadie a comprar el juego, porque sus cartas están en otro sitio. Es un modo divertido que explota bien la jugabilidad de la campaña, y desde luego puede alargar la vida del juego como producto durante unas semanas, pero ya: el poso que deja la campaña en uno es mucho más agradable y duradero, me temo.

Los modos Arcade, por su parte, se basan en jugar bien: en el principal ganamos multiplicador no fallando disparos, y puntos por matar a los enemigos de formas creativas (puntúa más un tiro a la cabeza que uno en la pierna, pero también puntúa más reventar un coche y mandar a un pobre desgraciado a dormir para siempre en caliente); en Minuto de Nueva York, tenemos un minuto para terminar los niveles, ampliable a base de lo que ya podéis imaginar: cargarse malos. Estos dos modos usan versiones reducidas de los niveles, fragmentos concretos que hacen que jugar una y otra vez para conseguir mejores posiciones en el ranking no sea más pesado de la cuenta, y me han parecido una de las sorpresas más dulces e inspiradas del juego: es una demostración clara y directa, junto con el multijugador, de que sus mecánicas funcionan, y de que además de una historia potente hay un esqueleto jugable formidable.

Está claro que en Max Payne 3 se ha usado «la última tecnología, innovación en el diseño, grandes mecánicas y una narrativa y personas absorbentes para redefinir los shooters en tercera persona»; no creo que hayan redefinido nada, pero sí han hecho uno de los juegos de tiros más potentes que he jugado en toda la generación. Después de una vuelta y media a la campaña y un buen puñado de horas al multijugador y a los modos Arcade, no se me ocurre ningún Max Payne mejor en 2012; sí se me ocurren posibles formas de hacer mejores shooters en tercera persona, pero en el fondo sé que siempre acabarían pareciéndose muchísimo a este monumento en oro macizo que Rockstar le ha hecho al género. [9]