Análisis de McPixel

«McPixel es un héroe quiero-y-no-puedo. ¿Por qué quiero-y-no-puedo? Porque inevitablemente fracasa y fracasa otra vez», se puede leer en el kit de prensa de McPixel. «También es un gilipollas». Así es McPixel: un tipo que pega una patada en la entrepierna y pregunta después; que parece creer que dos objetos sólo pueden interactuar a base de empotrar uno muy fuerte contra el otro; que tiende a terminar todo lo que empieza haciendo que algo explote de la peor manera.

McPixel, además de este señor desastroso, es el título del juego del que es protagonista; algunos jugasteis a la demo, seguro, y ahora ya está disponible la versión completa, con muchas más situaciones, posibilidades y locura. Sobre todo locura.

Hay muchas formas de describir McPixel: un comentarista de Eurogamer daba en un clavo que yo tardé más en encontrar diciendo que es «LucasArts meets Wario Ware», y es una buena forma de que alguien que no sabe nada sobre el juego se haga una ligera idea de qué va a encontrar. Barriendo más para casa, me gusta pensar que McPixel es una sitcom que ocurre dentro del cerebro de Miguel Noguera: es una aventura gráfica, pero no tiene hilo conductor; es más bien una sucesión de situaciones independientes que, como las ideas de Noguera, se conectan por el contexto en el que se producen: la pantalla del ordenador, en el caso del juego; el escenario donde Noguera nos ametralla con sus chaladuras, si hablamos del cómico.

Hacer mucho hincapié en las situaciones me parece importante porque son un porcentaje muy grande de la gracia de McPixel. A nivel jugable es simple: clic izquierdo para interactuar, clic derecho para saltarnos escenas y clic central para lanzar el menú de pausa; tenemos veinte segundos para encontrar la solución (o no) a cada viñeta. Fin. Pero las situaciones, ¡ay, las situaciones! Hablo de memoria: estás en la selva con un vendedor de perritos calientes; en una placa de hielo en el polo con un esquimal exhibicionista; en un puente sobre un enorme río con una palanca y un anciano; en el Titanic con una caña de pescar; en una cueva con un cavernícola, un bidón de gasolina y una llave inglesa. Hay alienígenas que fuman porros, Terminator, personajes de Harry Potter que se convierten en cohetes espaciales, ancianos que salen volando, reyes con bragas en la cabeza, Darth Vader en calzoncillos.

Estamos hablando de un juego que se ríe de todo. Se ríe de los personajes a los que incluye en sus demenciales viñetas, se ríe del diseño de videojuegos, se ríe de los jugadores. Es importante participar en la gran broma para disfrutarlo: si entras en esta centrifugadora del absurdo te lo pasas bien, claro, pero quizá no sea un humor para todos. El pollo y la polea hiperbolizados y en una pastillita: eso es McPixel. Su planteamiento de micro aventuras gráficas me parece brillante, pero mejor aún me parece su estructura: cada mundo tiene cuatro niveles, y cada nivel tiene cinco escenas; conseguir que la escena no termine en explosión fatal es el primer objetivo, y cuando lo conseguimos el nivel se da por superado, pero también existe el reto de conseguir medalla de oro exprimiendo al máximo cada situación, encontrando todos los gags que pueden darse en ella.

Esta segunda vuelta sirve para desbloquear toda una serie de contenidos extra, que van desde un chat (?) hasta un minijuego de pedos (??), pasando por un editor de niveles tremendamente sencillo y que puede dar mucho de sí si McPixel consigue crearse el pequeño pero entregado séquito de fans que merece. Pero también sirve para terminar de ver que el absurdo de McPixel está muy pensado, y que sus chistes son fruto de la enorme creatividad de Sos, su autor. Para nada nacen de lo aleatorio. McPixel es una oda a la risa descontrolada. Es innecesariamente retro (sus píxeles son gordos como naranjas, lo cual no significa nada malo: conseguir escenarios tan expresivos con unos recursos tan deliberadamente pobres tiene bastante mérito) e innecesariamente absurdo. Tiene un número innecesario de pantallas de confirmación cuando intentas salir del juego. Sus fases de bonus son innecesariamente enigmáticas y lo complicado que es acceder a ellas es innecesario. El poco texto que tiene es innecesariamente grande e ilegible. Es divertido, es una válvula de escape espectacular, un chute de color y psicodelia, eso sí, terriblemente necesario. Dicen que la aventura gráfica perdió un sentido del humor que le iba muy bien: se ve que McPixel ha estado recogiendo todo ese humor perdido para lanzárnoslo a la cara ahora, todo de golpe. [8]

McPixel se puede comprar directamente en su web oficial por 9,99$, unos 8 euros; si envías un dibujo de McPixel te descuentan un dólar, y si subes a YouTube una «oda a McPixel» te descuentan dos y medio. Que no se diga que no ponen facilidades.