Minit

Siento una atracción fatal hacia cualquier forma de expresión humana que se acoge a unas limitaciones muy estrictas para realizar, desde esa posición aparentemente desventajosa, las más impresionantes hazañas. El taller Oulipo fue especialista en esto: dos ejemplos de este jugueteo con los límites son Cent mille milliards de poèmes, de Queneau, o La vida instrucciones de uso, de Perec.|

Minit no es un juego Oulipo, pero los límites están hasta en su argumento: eres un tipo que un buen día encuentra una espada en la playa (como en el mejor Zelda) que, mala suerte, está maldita. A partir de entonces, su vida dura sesenta segundos: cuando el tiempo acaba, muere y revive o despierta de nuevo en su casa.|

No es la primera muestra de buen humor e inteligencia que se puede encontrar en este juego, pero sí demuestra que Kitty Calis, Jan Willem Nijman, Jukio Kallio y Dominik Johann (el dream team que desarrolla Minit) tienen la ironía en la sangre: la herramienta que te abre las puertas del mundo es también la que no te deja explorarlo.|

Con esta premisa, Minit se desarrolla en fragmentos de un minuto: la referencia a Zelda (al de Game Boy, de hecho) no es casual, sino que es fácil ver la referencia en el diseño del mapa, en la forma en que vas encontrando nuevas localizaciones o incluso en el tono de los personajes que pueblan su mundo, estrafalarios y crípticos.|

Aunque todo son limitaciones (ni pelear bien sabe el protagonista, un Tamagotchi a medio cocinar), algunas trampas hacen posible avanzar en este día de la marmota. Por ejemplo, los ítems clave se conservan: si consigues una linterna, un café o un guante los mantienes tras morir, lo que te permite ver en la oscuridad, empujar cajas o talar árboles (respectivamente).|

No siempre despiertas en la misma casa, tampoco. A medida que avanzas encuentras otros sitios en los que revivir o despertar; de esta manera no solo tienes más a mano sitios inaccesibles en solo sesenta segundos, sino que también se crea una sensación de estructura y progreso y se diferencian varias zonas del mapa: el pueblo, el desierto, el hotel…|

Estos ingredientes básicos se utilizan con buena mano para crear una aventura mínima y por momentos brillante. Alrededor de la misión principal (ir a la fábrica de espadas a buscar un remedio para tu maldición; poco más) hay muchos secretos, misiones secundarias y detalles, y ahí están los momentos que hacen que Minit se te quede grabado en la memoria.|

Por ejemplo, aunque matar a cinco cangrejos (una de las primeras misiones) no parezca particularmente atractivo, hacerlo dentro del estricto límite temporal hace que sea mucho más satisfactorio. O conseguir madera para reparar un barco o subir a lo alto de un faro: la paradoja de los límites está en que lo engrandecen todo, porque facilitan concentrarse en cosas concretas.|

Quizá Minit sea la respuesta al desarrollo de Nuclear Throne, al que Jan Willem Nijman se dedicó los últimos años, mucho más expansivo y caótico. Es, desde luego, un ejercicio de contención brutal: hay dos colores (blanco/negro), dos botones (usar/morir) y un número relativamente pequeño de acciones que se combinan y retuercen formas muy creativas, sorprendentes y graciosas.|

Esta contención da lugar a un juego brutalmente específico, muy condensado (y sabroso) y más o menos breve. Una primera partida puede durar entre una hora y media y dos, aunque es de esperar que te dejes la mitad (en mi caso, literalmente el 50%) de los secretos que hay escondidos en el mundo de Minit, que no son pocos.|

La gracia está en que la segunda partida no es exactamente igual. Los límites se hacen más estrictos; el mundo se vuelve más hostil; estas nuevas condiciones engrandecen aún más el diseño de Minit, lo hacen más meritorio y valioso.|

Esta segunda vuelta no solo es un reto adicional (no el único, por cierto) para jugadores con ínfulas de speedrunner, sino que también es una manera ideal de, operando con nuevos límites, ver el mundo de Minit de otra forma.|

El juego te fuerza a pensar de maneras más creativas, más arriesgadas, más extravagantes; las soluciones que antes valían ahora se quedan cortas, y hay que buscar otras nuevas. Todo parece más inabarcable, aunque sabes que puedes abarcarlo todo perfectamente.|

Siempre está la posibilidad (es recomendable, de hecho) de volver a la primera vuelta por completismo, una forma ideal de ver todas las formas en que el equipo de Minit ha conseguido retorcer y llevar más allá el diseño de su juego. Da gusto, porque es evidente que hacerlo ha sido divertido: es desenfadado y está lleno de ideas felices.|

Hay huellas de esta libertad y descaro en muchos rincones de Minit: los ruiditos que emiten los personajes, ese jorobado que habla desesperantemente lento, la genial música o el toque orgánico de los efectos sonoros en contraste con lo visual, que evoca las restricciones no menos estrictas de la informática antigua. La artesanía refuerza y ensalza el efecto del límite.|

Quizá peca de excesivamente duro, cuando quiere serlo, o excesivamente opaco: bien enfilado, no hay en Minit un minuto que sea igual a todos los demás, pero quizá le cuesta un poco comunicar esta realidad. A veces te hace sentir con el agua al cuello más de la cuenta, o más asfixiado de lo que, según creo, en realidad busca.|

Con todo, me cuesta saber qué parte de la culpa tiene Minit y qué parte tengo yo, por no haber sabido concentrarme correctamente. Hay otra reflexión interesante ahí: ¿no es imposible escapar de la confusión en un mundo que favorece tanto la velocidad, que tan mal se lleva con la concentración y la reflexión necesarias para interiorizar y resolver puzzles?|

Humilde y fresco, Minit explora con alegría e inteligencia la idea de un Zelda que se explora de minuto en minuto, una fórmula agradable porque no sienta cátedra ni crea escuela: como el juego en su forma más pura, Minit se crea sus propios límites y dentro de ellos florece y funciona. Ni pide explicaciones ni siembra para el mañana.

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