Análisis de Ninja Gaiden 3

No sé muy bien cómo empezar, pero no quisiera hacerlo hablando de Itagaki; se fue, ya no está, y si el estudio que había capitaneado se ha esforzado en superarlo, todos deberíamos hacer lo mismo. Al fin y al cabo, y aunque el amigo Tomonobu se ganó el cielo por lo que hizo con Ryu Hayabusa en la primera Xbox, ya en Ninja Gaiden II hubo algún tropiezo. La base, con todo, seguía ahí. La mayoría lo llamamos dificultad, pero era justo lo que había detrás de eso, lo que conseguía mantenernos a un paso, uno solo, de la desesperación. Era una exigencia muy medida, pero era también progresión, aprendizaje y variedad, por activa y por pasiva; por las armas, por los enemigos, por los saltos y por los jefes finales. Era un señor ejercicio de diseño.

El nuevo Team Ninja ha sido en cierto modo valiente con su planteamiento para Ninja Gaiden 3; lejos del «aquí no ha pasado nada», tenemos aquí un intento de redirigir la franquicia y adaptar su personalidad. Ellos tampoco querían hablar de Itagaki. Y en lugar de aceptar que no tenían otra alternativa, como acaba de hacer un servidor, han apostado por la cabezonería y se han equivocado al repartir la importancia. Se quedan con la carta equivocada y cambian todas las demás.

Pasada la triste introducción, este es un juego fácil de analizar: se ven muy claramente las intenciones, su implementación y lo que ha fallado por el camino.

Lo que se pretendía, ya nos lo habían dicho, era mirar al protagonista desde otro ángulo, reflexionar sobre el dilema de un héroe que para serlo tiene que matar a miles, aguantar el peso del castigo y buscar redención. Le viene esto muy grande a una trama ridícula, con terroristas y multinacionales con planes para crear un nuevo mundo y personajes de risa. Nada mucho peor en anteriores entregas, repito, pero especialmente inapropiado cuando quieres hablar de expiación; no hay espacio para más de dos pinceladas forzadas y en absoluto efectivas.

Sucede lo mismo fuera de las cinemáticas, cuando ese soldado pide clemencia y tú puedes únicamente avanzar y atravesarlo con la espada como lo que es, uno más de los casi dos mil que te vas a cargar antes de ver los créditos finales. La mecánica del «acero en los huesos» nos regala algunas ejecuciones más o menos espectaculares, sí, pero no consigue que pensemos o sintamos. La maldición en el brazo de Ryu solo es vista como un suplicio cuando se repite por enésima vez lo de tener que ir, casi paralizados por el dolor, eliminando enemigos de uno en uno, en situaciones lentas y pesadas.

Las supuestas bases acaban siendo un par de gimmicks sin importancia por los que, ahí está el verdadero problema, se ha renunciado a todo lo demás. Nada de armas y estilos diferenciados —los únicos cambios, de katana por katana, se traducen en animaciones ligeramente distintas y ya—, nada de objetos, nada de orbes, nada de mejoras en el equipo, nada de tiendas. Y como no hay cofres, como no existe la más mínima necesidad de explorar, la atención al diseño de los niveles tiende a cero; se intenta disimular cambiando algunos pasillos por escaladas con los kunai, por saltos de montones de metros y por QTE, pero todos recursos se gasta pronto.

Poco puede hacer para compensar un sistema de combate que sigue siendo muy bueno, sin duda, pero queda tocado por los recortes y no aporta nada destacable a lo que ya conocíamos. Ni siquiera es necesario exprimirlo como antes, gracias a enemigos más numerosos pero también más permisivos, a una barra de salud que se recarga más que nunca, a un Nippo demasiado barato y efectivo —cura y todo— o al exagerado ataque de carga.

Ninja Gaiden 3 no es en absoluto un paseo, pero tampoco supone el reto que se podría esperar. Me sorprendió la rapidez con la que caían algunos bosses poco inspirados, me quedé con ganas de ver enemigos más variados e interesantes, capaces de exigir cambios en mis rutinas de ataque. Pero no: se va avanzando con cambio automático, derribando helicópteros sin parar, sin especial concentración, disfrutando de manera puntual y nunca en grandes dosis. Y el nivel difícil lo es, ahí sí que sí, pero no como antes, no del modo apropiado, simplemente con golpes más fuertes.

No había muchas esperanzas en el juego en red antes y no habrá muchas partidas ahora, me temo. La cámara es un verdadero problema —sé que tampoco es fantástica en la experiencia individual, pero nunca me ha molestado especialmente— en un multijugador competitivo caótico y sin alicientes a pesar de los niveles y los desbloqueables. Las oleadas en el cooperativo entretienen sin más y los escenarios y enemigos recuperados de otros Ninja Gaiden hacen gracia, pero apetecen poco.

Es imposible no hablar de decepción, pero sería injusto hacer creer que esto es un desastre. Lo de estar técnicamente desfasado y mantener la horrible dirección de arte no le impide ser espectacular a su manera, con animaciones rápidas y vistosas, con una violencia sin desmembramientos, pero lo bastante satisfactoria. Más importante, Hayabusa sigue siendo un buen personaje —el intento de humanizarlo no llega a nada, pero tampoco llega a ser contraproducente— y su control es extremadamente cómodo. Se nota, además, cariño por la saga en la forma de hacer aparecer viejos conocidos y de meter ciertas referencias que se agradecen.

Era muy arriesgado y ha salido mal. Un mensaje sin fuerza se ha comido al diseño y demasiados elementos, nuevos y heredados, no saben sobre qué reposar, qué potenciar o cómo divertirnos a pesar de tener todo lo que me atrevo a pedir: ninjas y algún que otro dinosaurio. La falta de ideas es alarmante en este Ninja Gaiden 3 hace que importen poco sus buenas intenciones. Por momentos intenta ser Uncharted 2, y en algunas cosas mira de reojo a Bayonetta. Nada de eso llega a salir del todo mal, pero es una pena que no se esfuerce un poco más en intentar parecerse a lo único que necesitaba ser: un Ninja Gaiden… ¿de Itagaki? [5]