Análisis de Path to Mnemosyne

En un esclarecedor artículo sobre Path to Mnemosyne publicado en Gamasutra, comenta David Ferriz, uno de los responsables del juego, que alguien reaccionó al primer tráiler que publicaron con un categórico «parece una mierda» y un «el típico juego que usa la originalidad para esconder sus flaquezas». Más allá de la crudeza de estas reacciones (no me cuesta ponerme en el pellejo de Ferriz, aunque mi trabajo sea varios grados de magnitud menos creativo que el suyo), es la reacción del desarrollador lo que más admirable me parece: después de reconocer que entiende que mucha gente piense así y confirmar que tienen razón, explica que «mi trabajo como desarrollador independiente consiste en transformar un presupuesto de alrededor de 30.000 euros en una experiencia jugable nueva, diferente y memorable, al mismo tiempo que compenso la falta de presupuesto experimentando, innovando e intentando ser original».

Imagino que no todo el mundo tendrá presente todo esto al jugar a Path to Mnemosyne. Yo no lo tuve, desde luego. El nuevo juego del veterano estudio alicantino DevilishGames (que ha encontrado más fortuna como agencia de advergaming, quizá, pero que lleva dos décadas en activo; pocos pueden decir lo mismo) es un juego de puzzles que apuesta por un apartado artístico muy marcado, confinando todo su mundo en un «tubo» infinito por el que avanza, en busca de sus recuerdos, la protagonista, para destacar en una escena, la de los juegos independientes, cada vez más llena de buenos juegos a los que prestar atención.

Y lo consigue, al menos de una forma superficial. El truco utilizado para dar forma al camino infinito por el que avanzas durante el juego es suficientemente ingenioso como para tener resultados vistosos e interesantes, más que por tener una ejecución inmejorable (la resolución de las «capas» que forman el escenario puede jugar alguna mala pasada al pasar a primer plano; el efecto de «zoom fractal» que se busca replicar a veces no es tan suave como podría ser) por los usos inteligentes con los que uno se encuentra a lo largo del juego. El primero es el que da paso al juego desde el menú principal, que te introduce en el escenario a través del ojo de la protagonista de una manera muy ingeniosa; otros tramos del juego también dejan ver ejemplos de buena aplicación de esta técnica, en muchas ocasiones relacionados directamente con los puzzles y su resolución.

Se nota la intención de explorar distintas maneras de jugar con el «tubo» para crear distintos puzzles, aunque, en mi opinión, Path to Mnemosyne solo sabe aprovechar lo que lo hace único en unas pocas ocasiones. Muchos de los puzzles que encontramos en el juego los hemos visto con anterioridad: quizá no lo he hecho en un tubo infinito, pero lo de pulsar botones para crear combinaciones determinadas o en cierto orden, a lo Simón, ya lo he hecho más de una vez. Path to Mnemosyne se apoya demasiado, sobre todo al principio, en unos tipos de puzzle ya conocidos, a veces reproducidos sin apenas variaciones; cuando estos puzzles reciclados sirven como punto y aparte o como hito dentro de la historia (como rito de paso entre nivel y nivel, entre recuerdo y recuerdo) es cuando más flojos resultan, por contraste con la gravedad del momento.

No es particularmente largo, pero es agradable que vaya de menos a más, y que apueste poco a poco por rompecabezas que usan de manera más activa las peculiaridades del juego, o que arriesguen más. En ese sentido, los dos últimos niveles, en los que importa tanto el camino por el que andas como los alrededores, en los que es necesario tener presente el plano en el que te mueves pero también lo que hay por delante y por detrás, donde además del camino principal hay otros secundarios que añaden una capa extra de complejidad; donde se juega incluso con el sonido y con los reflejos, algo que no muchos juegos de puzzles se atreven a hacer; en ese sentido, decía, los dos últimos niveles son los que más destacan, y son un final inesperadamente sorprendente y único para un juego que, en sus primeros compases, se conforma con una originalidad superficial, estética, que más que «esconder sus flaquezas», como decía el comentarista enfurecido del primer tráiler, solo consigue ponerlas de relieve.

Como «ejercicio de austeridad», por utilizar las mismas palabras que usa David Ferriz para describir el juego, Path to Mnemosyne es una propuesta interesante y en la que se nota la intención de insuflar oxígeno al estudio entre trabajos alimenticios probablemente menos pasionales; imagino que lo de combinar el advergaming con los desarrollos más personales no siempre es igual de agradecido (sobre todo cuando, como explica Ferriz, hay tropiezos: su anterior juego «normal», King Lucas, no consiguió recuperar lo que costó desarrollarlo), pero me parece muy sana la manera en que aquí se trabaja dentro de unos límites de los que el estudio es consciente, y que se intentan aprovechar para potenciar la creatividad. Aplaudo la franqueza con que se abrazan los límites. Con esto en mente, me habría gustado que Devilish Games apostara por un diseño más único desde el principio, que caminara en paralelo al impactante aspecto visual desde los primeros niveles, en vez de esperar al final (desenlace críptico incluido) para empezar a lanzar ideas propias y arriesgar con más decisión. [5]