Análisis de Quantum Break

El tiempo es oro. Remedy es conocida por ciertas ambiciones que parecen inseparables de la superproducción. El gusto por lo cinematográfico, que en Quantum Break, su último juego, se condensa en una «serie de televisión» (no sé si la nomenclatura es la más adecuada: es una serie, pero no la emiten en ningún canal de televisión) que puntúa los actos en los que somos Jack Joyce, un pobre tipo que se ve envuelto en un lío que le sobrepasa pero con la templanza suficiente como para coger el toro por los cuernos y tomar cartas en el asunto. 

No sé muy bien quién es Jack Joyce, pero sí sé quién es Shawn Ashmore, el actor que le da vida en el juego. Tampoco sé exactamente a qué se dedica Monarch, la corporación maligna que dirige Paul Serene, interpretado por Aidan Gillen. Serene se nos descubre como un hombre consumido por su capacidad para controlar el tiempo, el clásico fallo de cálculo que le transforma a uno en un monstruo: la tentación de conocer el what if acaba llevando a la ruina al individuo y al mundo entero, una situación delicada a la que no aporta nada bueno la sospecha constante de que sus allegados quieren hacerle la trece catorce. La historia de los villanos (que en algún momento, sobre todo cuando se quieren aprovechar las posibilidades interactivas del viaje en el tiempo, se intentan presentar como figuras grises, de moral ambigua, en la frontera entre el bien y el mal; tienen un ejército y matan a la gente, así que son villanos) es bastante más interesante que la de los buenos; las diatribas y conspiraciones de Serene, Martin Hatch (Lance Reddick) y la doctora Amaral (Jacqueline Pinol) tienen potencial, aunque no estén particularmente bien ejecutadas.

Todo eso es dinero. Quantum Break se nota caro. Tiene esa cualidad única de las cosas caras que hace que sea fascinante aunque no nos resulte atractivo de manera visceral. En Perfecting Sound Forever, el libro de Greg Milner sobre la historia de la música grabada, se habla sobre el tocadiscos más caro de la historia, el Caliburn, una bestia de 90.000 dólares que flota sobre una base magnética para evitar que las vibraciones de una superficie sólida afecten al sonido. «Estaría cometiendo una imprudencia si no mencionara que 90.000 dólares espectrales flotaban en la habitación todo el tiempo mientras estaba escuchando el Caliburn», reconoce Milner. «No pude evitar preguntarme si no estaba intimidado por esa cifra; es difícil discutir con esa cantidad de capital». En una época en la que se tiende a reducir costes y aumentar beneficios explotando fórmulas que alargan la supuesta vida útil, Quantum Break es un juego faraónico que lo invierte todo en lo único que quiere hacer. Es un planteamiento valiente con el que simpatizo.

El tiempo vuela. Es difícil sacarse de encima la sensación incómoda y un poco hipnótica de que la magnitud de Quantum Break está enfocada a transmitir la idea de que el viaje en el tiempo en el fondo es un poco inútil. Quiero ver ahí algo del sentido del humor un poco oscuro de Remedy. Como es bien sabido, Quantum Break se divide en dos partes: el videojuego y esa serie que nos muestra la otra cara de la moneda: a los mandos vivimos la historia de los buenos, y la serie nos muestra la de los malos. Las decisiones que tomamos en el acto 1 se ven reflejadas en el episodio 1; las del acto 2, en el episodio 2, y así sucesivamente.

Estas decisiones están divididas a la vez en dos tipos bien diferenciados. Están los nudos, unos intermedios entre los actos principales y los episodios de la serie en los que somos Paul Serene, el gran villano; aquí se nos pide tomar una decisión entre dos posibles, con su correspondiente efecto en el capítulo que va a continuación. También están las ondas cuánticas, uno de los coleccionables que hay repartidos por el juego, que añaden variaciones más difíciles de percibir en la serie y que, como los nudos, trabajan en la misma dirección: dar a entender que una persona no puede alterar lo suficiente el devenir de las cosas; que el destino es uno y los baches del camino pueden hacer que tropiece de una manera o de otra, pero que siempre va alcanzar la meta. Son efectos mariposa sutiles y humildes, que en realidad no afecta al resultado de la partida; como la vida en Jurassic Park, aquí el tiempo se abre paso.

Aunque las intenciones de la combinación de juego y serie parecen querer llevar la ficción hacia terrenos más filosóficos y reflexivos, la descripción de Quantum Break que hay en la web oficial de Xbox parece más honesta, y más certera:

Cuando el tiempo se rompe, la catástrofe se convierte en tu zona de juego. Serás el héroe Jack Joyce y te abrirás paso entre desastres épicos con retrocesos y avances en el tiempo. Para sobrevivir en este mundo inestable y conseguir que el tiempo no se pare tendrás que dominar tus nuevos poderes temporales.

Zona de juego, héroe, desastres épicos, sobrevivir, poderes temporales. Check, check, check. En las distancias cortas, tanto en el menudeo de tiros más o menos rutinario como en las escenas de mayor escala, Quantum Break sabe portarse mejor. De alguna forma, la torpeza de Joyce con las armas de fuego se parece justificar por su inexperiencia y solucionar con esos «poderes temporales», totalmente centrales para el sistema de combate.

Como tantos, Quantum Break es un shooter de coberturas con secciones de exploración repartidas aquí y allá. Conscientemente, el juego le quita importancia al acto de cubrirse y en ocasiones lo convierte en una solución de emergencia más que en la primera opción: aquí lo interesante está en crear escudos para evitar las balas, condensar el tiempo para provocar daño masivo o forzar los remates cuerpo a cuerpo o los ataques por la espalda. Cada poder tiene una serie de utilidades directas que pueden retorcerse y ampliarse a base de mejoras (con puntos que se encuentran por los escenarios, otro de los coleccionables) para aprovecharlos al máximo: el empujón que tiene el dash, que ralentiza el paso en los enemigos cercanos, sirve para machacarles a tiros acto seguido, pero también es un buen recurso para controlar a grupos grandes, dejando en tiempo suspendido a unos pocos mientras buscas espacio o te encargas de los demás.

Es un sistema de complejidad media y con bastantes más posibilidades que las que el juego nos deja ver. Centrado a toda costa en lo que se podría llamar la experiencia narrativa, si quisiéramos darle mayor pompa y no decir simplemente contar una historia, es fácil acabar con la sensación de que los tiroteos, sin ninguna duda la parte más interesante y espectacular de Quantum Break, están desaprovechados. Tienen un potencial que parece ser incompatible con lo que quiere conseguir Remedy: puntuar o recompensar de algún modo el buen juego estaría demasiado desconectado de su fantasía de poder sobre un tipo normal que de pronto tiene que solucionar la rotura del tiempo, así que simplemente utiliza el enfrentamiento como pequeño reto previo a nuevas dosis de historia. En el conjunto, es la parte que más borrosa queda en el recuerdo, porque se tratan casi siempre como compartimentos estancos que no se trenzan con la historia; como si sirvieran para cumplir la cuota necesaria para ser un videojuego de disparos.