Dicen sus responsables que Railbound es «un relajante juego de rompecabezas» sobre colocar vías de tren y «reparar las conexiones» ferroviarias mientras viajas por el mundo; a efectos prácticos, es —efectivamente— un juego de puzzles en el que debes colocar una serie de vías para que los vagones, numerados, lleguen en el orden que corresponde hasta la locomotora: primero el 1, luego el 2, etcétera. Pan comido. Los primeros niveles apuntan en esa dirección: pon una vía aquí, otra allá, cambia el sentido de un giro, mantén el del siguiente… Hay algo, sí, de relajante y satisfactorio en manipular las vías, poner los vagones a circular y ver cómo nuestro plan se pone en marcha, cómo la encantadora maquinita empieza a moverse y cada pieza llega a su sitio, tal como esperabas, o cómo llegan desordenadas, o cómo se chocan por el camino. Es así de sencillo: con el ratón, con el mando o con los dedos, según la plataforma en la que elijas jugar (está disponible en móviles, además de Steam), pones y quitas piezas, que aparecen y desaparecen con animaciones y sonidos no menos reconfortantes.
Llegado el momento, terminas un nivel y no solo pasas al siguiente sino que el juego te avisa de que se ha desbloqueado otro, opcional, marcado con una letra y que de manera natural parece estar pensado para que lo pruebes más adelante. Ahí es donde Railbound se pone serio. Nos estamos divirtiendo mucho con los trenecitos y las vías, pero ya va tocando sacar los puzzles de verdad. Estos puzzles opcionales —a veces variaciones más complicadas de otros del camino principal; otras, nuevos diseños que llevan un paso más allá ideas vistas en otros niveles— son considerablemente más duros y en muchos casos no tan relajantes; por eso mismo, la potencia de sus momentos eureka es mucho mayor. Si ya en la ruta principal, francamente sencilla, algunos puzzles sorprenden por la inteligencia con la que usan de maneras inesperadas las poquitas piezas que tienen a su disposición, el plus de complejidad de los niveles extra hace que Railbound sorprenda y destaque gracias a algunas soluciones especialmente interesantes, que retuercen las posibilidades de sus mecánicas de formas muy ingeniosas y a menudo inesperadas.
Para cuando llegas al último mundo, el juego ya te ha lanzado suficientes mecánicas e ideas como para que además de relajante Railbound te haya resultado estimulante y divertido. En el último mundo, la dificultad aumenta tanto que lo que hasta ahora había sido un viaje tranquilo se convierte en un desafío tremendo y en el que se dan encuentro todas las mecánicas con las que te has cruzado hasta el momento; aunque es una sensación impactante (en mi caso, tardé más en resolver un único nivel del mundo 8 que todos los principales de algunos mundos anteriores), también es una oportunidad para volver atrás y dedicarle un tiempo a los niveles que hayas dejado sin resolver en mundos anteriores. Es un muro de dificultad inesperado y que quizá haga que el tramo final del trayecto sea más cuesta arriba de lo que es posible anticipar; es sorprendente, como poco, aunque posiblemente también sirva para darle uso al sistema de pistas, oculto en el menú de pausa y agradecido cuando ya no sabes qué más probar para conseguir que los vagones lleguen a su sitio sin sobresaltos.
No es el juego de puzzles más rotundo o sorprendente del año, desde luego, pero Railbound tiene suficiente encanto y buenas ideas como para atraer a quienes gusten de este tipo de rompecabezas. Su preciosismo y accesibilidad intentan no estar reñidos con un diseño de niveles que sabe ponerse estricto, aunque en ocasiones resulta tentador —y el juego lo permite— probar cualquier cosa y ver qué pasa en vez de planificar «bien»; tengo la sensación de que esta posibilidad está más que prevista por Afterburn, el estudio que lo desarrolla (responsable también de Inbento y Golf Peaks, otros dos juegos de puzzles decididamente «relajantes»), y parece que algunas ideas nacen de esa previsión, como los vagones sin numerar, que pueden terminar su recorrido en vías que no llevan a ningún sitio, por ejemplo. Su estructura, parecida a la de Patrick’s Parabox, permite a cualquier persona experimentar con todas las mecánicas del juego sin encontrar —con la excepción del último mundo— picos de dificultad excesivos, y a la vez te deja en bandeja una colección de niveles más avanzados para que los resuelvas a tu ritmo; una buena decisión para un juego sencillo pero eficaz que sabe colarse sin esfuerzo en tu día a día, quizá no como plato principal pero sin duda sí como acompañamiento de primera para esos momentos en los que apetecen unos cuantos buenos puzzles.
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Entonces si o no a los trenecitos.
¿Steam o telefono?